Por Gloria Elías (CONICET/UNJU)

25 de Mayo (Patrio). Justo hoy un amigo y alumno de la carrera de filosofía, Alberto Leinecker, me comparte un artículo de Agamben el cual anticipa la muerte de las Universidades de carne y hueso. En efecto, en medio de los tiempos pandémicos, la esperanza de acabar con la vida universitaria, pública y gratuita que supimos conseguir, se hace cada vez más fuerte entre los defensores de la educación virtual. Los argumentos a favor de la misma son variados y disímiles, van desde la importancia de adaptarse a los nuevos tiempos y dejar de lado lo obsoleto de la presencialidad, hasta la idea de que lo virtual acerca y acorta las distancias.

Casi sin chistar, y de modo demoledor, avanza la historia y la tecnología descaradamente en este sentido, como si esta oportunidad hubiese sido anhelada durante siglos. Sí… hace siglos que la universidad se alza entre nosotros, pero no hace tanto que supo hacerse desde el pueblo, aún cuando hoy esa lucha en Latinoamérica siga viva y presente. No obstante, la pandemia provocó el deseo de los capitales privados de dar por finalizado en un solo golpe de suerte, dos conquistas de los excluidos del sistema: la universidad pública e inclusiva, y el movimiento estudiantil. No más conversaciones cara a cara, no más escuchas, ni silencios, ni trabajo compartido, ni preocupaciones compartidas, ni rondas de búsquedas de emancipación e inclusión social. Despedirse de la charla de café, de los apuntes subrayados y los libros prestados, del encuentro y el conflicto, de las luchas y las conquistas, dar muerte al movimiento estudiantil.

¿Será este año, el año maldito? En medio de lo que parece un destino inexorable, me aferro a las voces y relatos de mis estudiantes, de los que conozco, y de los que no, de los que pensar su viva conectados virtualmente es no solo una imposibilidad, sino fundamentalmente, una distopía. No queremos renunciar a la universidad que se vive, se respira y se transita, no queremos renunciar a la enseñanza y al aprendizaje donde se arma y se desarma con el otro y con la otra. No queremos renunciar a una universidad que sale al encuentro de los otros, en el barrio, en las localidades más lejanas. Seremos, uno, dos, cien o miles, los que resistiremos para que la educación universitaria se viva y se sienta desde y con la corporalidad, porque no queremos desaparecer, no queremos morir, y queremos que la universidad pública pueda tener sentido en el horizonte de aquellos que llegan a la facultad de a pie, o en bici, o en cole, del que trabaja día a día, del que tal vez no dispone de la conectividad y la tecnología que propone el mercado. Porque acá no se trata solamente de que avance la educación virtual, acá se trata de que, tras la pandemia, no muera el movimiento estudiantil.

Las fotos: la primera, una foto de una asamblea interfacultades de Jujuy (2018), en defensa de la educación pública.

La segunda, un niño en un pueblo del Norte de Salta quien para tener conectividad, debe acercarse al portón de la escuela, la cual está cerrada por la pandemia (2020).