Una investigación de la UNSa analiza la reproducción social en familias prominentes de la Salta colonial. Los hombres eran descendientes de los primeros conquistadores y colonizadores, mientras que las mujeres recibían una “remuneración de la dote, virginidad o nobleza”. (Andrea Sztychmasjter)
El trabajo “Reproducción social en familias prominentes de Salta: un análisis desde la categoría género”, fue realizado por Liliana Mendoza Pontiffe. La investigadora se basó en fuentes primarias, suministradas por los protocolos notariales relevados en el Archivo Histórico de Salta (ABHS), fundamentalmente testamentos, y fuentes éditas y probanzas de méritos.
A través de la teoría de género aplicada a los estudios de la Historia social, la autora busca observar la reproducción social de las familias que tuvieron protagonismo económico, social y político en la ciudad de Salta a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX. El análisis de la reproducción social, reflejará, contempla la transmisión de bienes inmateriales y materiales, el legado del apellido como del patrimonio económico a los hijos, acto que se sustentaba en una determinada concepción de género. Esta concepción ayudará a comprender la complejidad de las relaciones sociales, las relaciones de poder, la forma en que se estructuran las clases sociales, y cómo se configura la realidad de mujeres y hombres.
La familia aparece aquí cómo categoría analítica importante para entender el sostenimiento de los vínculos. La representación simbólica dominador-dominado, tuvo su correlato en la relación marido- esposa: “las relaciones sociales vigentes en Salta a fines del siglo XVIII y principios del XIX, el poder proveniente de los órganos de gobierno y de la iglesia, como el que detentaban las familias, se manifestaba a través de instituciones, y determinaba la forma en que se reproducía la sociedad. Tanto la importancia de la legitimidad del matrimonio como la de los hijos, que se transmitía a través del apellido paterno y materno, era un aspecto relevante en la vida social de una familia de élite”, refleja la investigación.
Veintiuna familias de bien
Mendoza Pontiffe en su trabajo toma en cuenta veintiún familias que conformaban el grupo hegemónico de la sociedad salteña, vinculadas a los apellidos Isasmendi, Arias Rengel, Saravia, Aguirre, Toledo Pimentel, Cornejo, Aguirre, Arias Velásquez, Escovar Castellanos y Mi. La autora analizó cómo estas familias transmitieron su apellido y se proyectaron en el tiempo por medio de su descendencia directa, y posteriormente cómo transfirieron su patrimonio económico a sus herederos.
“Los varones, cabeza de familias que transmitían sus apellidos a los hijos, eran propietarios de tierras, participaban de las milicias, de la administración real y municipal, algunos eran descendientes de los primeros conquistadores y colonizadores, como lo demuestran las probanzas de méritos, y ejercieron control del Cabildo de Salta por siglos”, referirá la investigación.
Según el trabajo del CIUNSa – Universidad Nacional de Salta – CONICET, tanto las probanzas de mérito que tenían como fin lograr algún reconocimiento honorífico o numerario por servicios prestados a la Corona, por un sujeto y/o por sus antepasados por lo cual remitían a su ascendencia materna y paterna, haciendo alusión a la legitimidad del vínculo, cómo la permanencia familiar en el Cabildo; constituían una práctica común que estaba relacionada con el afán de poder y embozaba una estrategia de grupo, especialmente de tipo familiar.
Como otra de las estrategias de estos grupos hegemónicos se puede ver por ejemplo que quienes pertenecían a las milicias detentaban y anteponían a sus nombres, como un modo de resaltar prestigio y honor, los grados militares alcanzados (Comandante Dn. Martín Casimiro Jáuregui, el Maestre de Campo y General Dn. Félix Arias, etc.).
Siguiendo a investigaciones de la historiadora Sara Mata, la autora de este trabajo especificará que las familias establecieron lazos parentales a través del matrimonio con comerciantes peninsulares y de la región, llegados a Salta en el período 1760-1810. A través de prácticas endogámicas, el parentesco contribuyó a la renovación económica del grupo y al ascenso económico y social de sus nuevos integrantes. Según detalla, la conservación del status familiar no solo dependía de la honorabilidad de los cónyuges sino también de los recursos económicos con que contaba el matrimonio.
“En esta sociedad patriarcal en la que el varón transfería el apellido a sus hijos y consecuentemente a la nueva familia, la mujer igualmente transmitía el suyo, ya que a través de la legitimidad de su enlace matrimonial los hijos, obviamente legítimos, también usaban su apellido agregado al del padre y tanto en los testamentos como en las probanzas de méritos esto se traía a colación con el fin de demostrar la procedencia familiar y como un modo de resaltar la pureza de sangre”, señala la investigación.
La pureza de sangre
Describe el trabajo que la composición de la población de la colonia propició la distinción según la condición jurídica y sexual, lo étnico, la legitimidad y la riqueza y sólo entre los peninsulares, criollos y mestizos legítimos se ostentaba la condición de legitimidad, se demostraban valores como el honor, la honra, la pureza de sangre, la antigüedad en América.
“En relación al honor, éste podía hacer referencia al status, al rango, a la cuna o bien, como virtud, a la integridad moral. En este último caso estaba relacionado con la valentía del hombre, con el cumplimiento del deber y, en el caso de la mujer con la conservación de la castidad prenupcial y con la fidelidad conyugal”.
La limpieza o pureza de sangre tuvo momentos de importancia en los primeros años de colonización y a fines del siglo XVIII, con la aprobación de la Real Pragmática en 1778, que reguló las uniones conyugales. Esta pureza de sangre fue otro mecanismo más de exclusión social, terminó por ser un mecanismo que controlaba el ascenso social y profesional, ya que suponía un requisito para ingresar en instituciones y corporaciones de todo tipo: Órdenes Militares, Inquisición, instituciones eclesiásticas, gremios, cofradías, centros educativos, puestos de la administración, etc. Para establecer ese control se crearon los estatutos de limpieza de sangre y muchas instituciones o corporaciones los aplicaron, la Salta colonial no quedó exenta de ello.
Pater familias
Señala la investigación que las mujeres vivían en una tutela perpetua solo por su sexo. “El Derecho Castellano, que institucionalmente influía sobre la sociedad, reconocía la ‘diferencia de estado’ por lo que la mujer era incapaz para desempeñar cargos públicos y según un antiguo principio jurídico los varones eran, por razón de dignidad, de mejor condición que las hembras para cosas en que las excusaba la ‘fragilidad del sexo’ “.
Además referirá el trabajo, como parte de la patria potestad que tenían los padres sobre sus hijos, debían concederles ayudas y reconocimientos a uno y otro de los desposados, en concepto de dote y arras, consistentes en bienes y dinero a cuenta de su legítima herencia. La dote era reconocida como “el algo que da la mujer al marido por razón del casamiento”. A modo de reconocimiento también se consideraba una “remuneración de la dote, virginidad o nobleza”, lo que implicaba el honor de la joven, quien tenía dominio sobre ellas y luego lo traspasaba a sus herederos, aun cuando sobrevivía su esposo.
Señala la investigación que los bienes consistían en propiedades rurales, estancias y chacras con casas, molinos, herramientas, potreros destinados a la cría y engorde de ganado mular, así como otro ganado (vacuno, caballar, ovino); inmuebles urbanos, menages, alhajas, ropas y esclavos. El promedio de hijos de las familias analizadas era de seis, de los cuales tres eran mujeres. Aun cuando el trato debía ser igualitario, según la legislación, ya desde el momento del nacimiento se reconocía la primogenitura del varón sobre la mujer y de éste sobre otros hijos varones.