Tras el escándalo protagonizado por Alfredo Olmedo cuando fue interceptado por su mujer cuando ingresaba a un hotel alojamiento y el pedido de Sergio Massa para que renuncie a la banca, recordamos al taxista José Ibarra que perdió las PASO con el sojero.

En julio de este año Cuarto Poder reconstruyo la historia de José Ibarra, el taxista que perdió las internas en las PASO de agosto con Alfredo Olmedo. De Ibarra es mucho lo que se puede decir. Oriundo de Guachipas, partió a la Capital Federal hace 36 años escapando a la falta de oportunidades en la provincia y volvió en el 2013 para disputar una banca en el congreso nacional cargo al que no pudo acceder en en aquel año ni en el presente cuando perdió las internas con el sojero.

La historia de José Ibarra, sin embargo, es la de un hombre duro. Tuvo que serlo para ocupar los lugares que hoy ocupa en el sindicalismo nacional: Secretario General de la Federación  Nacional de Conductores de Taxis; miembro de la Mesa Directiva de la CGT que conduce Hugo Moyano; integrante de la Mesa Directiva de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte que fue pieza clave en las dos últimas huelgas generales contra el kirchnerismo al emplear un método perfectamente monitoreado por el moyanismo: llamar a una huelga aduciendo intereses sectoriales y a renglón seguido conseguir la adhesión de la CGT del propio Moyano, de la CGT Azul y Blanca de Luis Barrionuevo, también de la CTA Autónoma de Pablo Michelli y hasta de los partidos de izquierda que en nombre de la insurrección se pliegan entusiasmados a una huelga general que creen destinada al éxito porque el paro de transporte garantiza paralización efectiva.

Lo curioso del caso es que Ibarra accedió a todos esos cargos conduciendo el Sindicato de Conductores de Taxi de la Capital Federal que tiene menos agremiados que los colectiveros de la UTA, los ferroviarios La Fraternidad, los aviadores de Líneas Aéreas, o los conductores de camiones; y que en términos de usuarios a los que asiste y conectividad que garantiza resulta menos estratégico que el resto de los sindicatos mencionados.

La curiosidad se explica de manera distinta según los consultados. Para algunos es un premio a su sumisión al aparato de la CGT de Moyano que acostumbra recompensar a quienes, en nombre de la CGT, se tragan cualquier eslogan; para otros, el salteño es una pieza clave de ese aparato y el encargado de garantizar que la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte adopte la direccionalidad dictada por la mesa chica de un moyanismo que no prescinde, incluso, de la fama de hombre duro que Ibarra se forjó desde 1987, cuando debutó como chófer de taxis, hasta mayo de 2004, cuando llegó a la conducción del sindicato.

De Guachipas a Aeroparque

Las fechas consignadas provienen del portal taxifull.com.ar. El mismo publicó una entrevista al sindicalista salteño cuando ya habían pasado muchos años de aquel 1979 cuando dejó la provincia y partió a la capital. Lo que ocurrió entre ese año y 1987 es un misterio, pero en ese año – según la entrevista- debutó como chofer de taxis y se convirtió en delegado de la parada de Aeroparque para, finalmente, en el año 1992, retirarse de la actividad “en busca de un horizonte más amplio”.

Aeroparque es el aeropuerto Jorge Newbery de Capital Federal. Uno de los puntos de mayor flujo de viajantes del país, paraíso de taxistas que cuentan con un mercado cautivo de pasajeros que además suelen recorrer largas distancias en taxi y por ello mismo escenario rigurosamente resguardado por los chóferes del lugar y que en los 90 dio lugar a  la llamada “mafia aurinegra”: una aceitada organización de propietarios y peones de taxis que resguardaban para sí la exclusiva fila de vehículos que esperan pasajeros y que no dudaban en repeler a golpes a los conductores ajenos al paisaje. A inicios del siglo XXI, incluso, distintas causas judiciales que investigaban a los “aurinegros” aseguraban que los involucrados formaban una especie de cooperativa encargada de dar cobertura legal a quienes caían presos por aleccionar a los intrusos y que el largo brazo de la mafia aurinegra tenía contactos con la policía aeronáutica encargada de la seguridad del lugar. De esa parada fue delegado José Ibarra a fines de los 80 y principios de los 90 y no escasean testimonios que aseguran que el salteño extendió su control a sitios de características similares: Retiro y el Puerto.

La crisis de principios de siglo XXI, el arribo de Néstor Kirchner a la presidencia y la llegada de Macri al gobierno porteño sólo consolidaron su poder. Lo primero quedó registrado en la prensa de la época: las nuevas costumbres generadas por la inseguridad urbana produjeron que, en junio de 2001, 13.788 taxis con equipo de radio estuvieran adheridos a alguna de las 46 empresas reconocidas por el gobierno porteño, representando el 35% de los 38.600 vehículos legales que trabajan en esa ciudad (Página 12, 24/6/2001); paralelamente se iba legalizando la práctica en la cual los usuarios del servicio abonaban un costo extra equivalente a 5 fichas (La Nación, 23/6/2006) por el servicio. Lo segundo y lo tercero porque entre 2003 y 2013 la suba acumulada de las tarifas de taxis porteños sumó un 1.140% con el adicional nocturno incluido, provocando que un trayecto que en 2003 equivalía a 4,4 boletos de colectivo terminara costando 21 en 2013.

Fue ese el periodo donde Ibarra saltó de la representación empresarial a la sindical. Ocurrió cuando el actual Secretario General del Sindicato de Peones de Taxis, Horacio Viviani, era capanga del sector. Ibarra no se molestó en desplazarlo. Lo que simplemente hizo fue ocupar el sindicato que hoy conduce y que en ese entonces estaba venido a menos, aunque contaba con una llave de inestimable valor para quienes anhelan zambullirse en el mundo sindical: una personería gremial otorgada en 1961. Desde allí empezó a desplegar un tipo de trabajo nada novedoso para aquello que la izquierda suele denominar burocracia sindical: incremento de afiliados, gestiones y presiones en busca de subas de tarifas, acceso a predios propio, también a créditos blandos para que los taxistas cambien de vehículos, cursos de capacitación en inglés para mejorar el servicio entre los turistas, un innegable sesgo conciliador con los gobiernos sólo quebrantado cuando alguna medida amenazaba directamente el poder del sindicato y buenas relaciones con las patronales del sector de las que también Ibarra formaba parte como empresario.

Si algo le faltaba para cerrar su propio círculo virtuoso, era ser parte de la mesa chica de la CGT. La oportunidad no tardó en llegarle de la mano de una crisis de tipo política: la ruptura del moyanismo con el kirchnerismo que desencadenó la fractura de la CGT en julio de 2012. La Confederación General del Trabajo que quedó vinculada al kirchnerismo con el metalúrgico Antonio Calo a la cabeza, tenía entre sus miembros al taxista aliado de Moyano, Horacio Viviani, que al partir dejó un lugar vacante en la CGT Azopardo que fue ocupado casi de inmediato por José Ibarra, aun cuando sus relaciones con hombres y mujeres vinculados al kirchnerismo eran bien cordiales.