por  Alejandro Saravia

 

 

María Elena Walsh dijo alguna vez que éste es un país jardín de infantes en donde las desventuras suceden. Por ello, al igual que alguna columna pasada, vamos a comenzar ésta con un cuento para niños. En aquélla fue El Principito, en el asteroide del rey, en ésta, Alicia en el país de las maravillas.

 

En este cuento infantil de Lewis Carrol hay un diálogo entre Alicia y Humpty Dumpty, que dice así: “…Cuando uso la palabra, dice Dumpty en tono amenazante, significa exactamente lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos. El problema, dice Alicia, es si es posible dar a las palabras tantos significados diversos. El problema, responde Dumpty, es quién manda; eso es todo”.

 

Es obvio que Lewis Carrol no estaba escribiendo para la Argentina de hoy y nosotros tampoco estamos, aunque no es muy seguro ésto, en aquel mundo tras del espejo, pero la cuestión es que en ese mundo como en este nuestro, el asunto es establecer quién manda.

 

Cuando el profesor Alberto Fernández, en el mes de mayo del año pasado, iba a entrevistarse con la ex presidenta Cristina Fernández, en su departamento de la coqueta Recoleta de Buenos Aires, pensaba para sí que lo único que pretendía tras el exilio macrista era pedirle a su ex jefa, para el supuesto caso de que se dé el milagro de que ella vuelva a gobernar este país de las desventuras, que le concediera la gracia de nombrarlo embajador argentino en España. De ese encuentro salió con la candidatura a presidente, otorgada graciosamente por ella.

 

Y el milagro se dio, posibilitado, claro está, por la inefable trilogía que  trazaba la supuestamente existente estrategia de Cambiemos: Macri, Peña y Durán Barba. Y aquel grisáceo rosquero, operador político de Néstor Kirchner y jefe de su gabinete, llegó a la presidencia, pero sólo como mascarón de proa ya que la tripulación del barco y todo su pasaje, salvo dos o tres polizones como para disimular, responden a quien en verdad manda: Cristina, la que, como el Dumpty del cuento, no sólo da un nuevo significado a las palabras sino que reescribe la historia a su antojo.

 

No sólo lo hace con el episodio de Vicentin, la empresa familiar del norte santafesino, sino también con la cuarentena, nueva máscara o nueva excusa para burlar el texto constitucional. Y aquí, permítanme una licencia que creo vale la pena: la reproducción textual de dos párrafos de aquella carta de María Elena Walsh, escrita en agosto de 1979, dirigida velada e inteligentemente a la junta militar, nuestros diabólicos paternales de entonces. La inteligencia de ustedes hará las necesarias adecuaciones y sustituciones.

 

Decía entonces María Elena Walsh, lo siguiente: “…Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos. No sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabemos intrincada y de la que somos beneficiarios. Pero eso ya no justifica que a los honrados sobrevivientes del caos se nos encierre en una escuela de monjas preconciliares, amenazados de caer en penitencia en cualquier momento y sin saber bien por qué…”

 

Y, en otro párrafo, agregaba: “…Quienes desempeñan la peliaguda misión de gobernarnos, así como desterraron —y agradecemos— aquellas metralletas que nos apuntaban por doquier en razón de bien atendibles medidas de seguridad, deberían aliviar ya la cuarentena que siguen aplicando sobre la madurez de un pueblo (¿se acuerdan del Mundial?) con el pretexto de que la libertad lo sumiría en el libertinaje, la insurrección armada o el marxismo frenético…”

 

Mutatis mutandi, actualicemos y traduzcamos: el hecho de que la cuarentena haya aplanado la curva de contagios y muertes producidas por el coronavirus, a pesar de la temprana tardanza del ministro de Salud, no habilita a avasallar a voluntad derechos consagrados en la Constitución.

 

Lo dicho, como aludimos arriba, a propósito de lo sucedido con la empresa Vicentin respecto de la cual -con la excusa de la reaparición de Manzano, el mismo del robo para la corona menemista que tanta escuela hizo- se produjo un intento de avasallamiento de derechos que no es otra cosa que la reiteración de lo que el peronismo siempre hizo: apoderarse de una fuente de rentas para repartirla como le parezca y alimentar de ese modo una fuerza clientelar que le sirva para ganar elecciones, concentrar poder y hacer lo que se le antoje.

 

Lo hizo Perón con las reservas del Banco Central, entonces recién estrenado y por cuyos pasillos no se podía caminar. Lo hizo Menem con las privatizaciones, la extranjerización económica y la venta de las joyas de la abuela. Lo hicieron los Kirchner con las AFJP y la renta previsional, pero también con la renta energética.

Ahora, la idea es meterse con la renta del único sector competitivo, la renta agraria, sumado a la pretensión del manejo del flujo de divisas producidas por el mismo. Ese es el modelo. Esa es la matriz que, tesoneramente, nos profundiza en la decadencia.

 

Ahora bien, ¿esa idea es del profesor de derecho penal o de la que manda? Todo pareciera indicar que la respuesta está detrás del espejo y la tiene el renegón y enojadizo Humpty Dumpty.