La movida salteña se va modificando con el tiempo y la irrupción de nuevos rostros. Tomamos el té y conversamos con el Libre Cuarteto, banda que, de tan libre, tiene a veces hasta ocho integrantes y se siguen llamando “cuarteto”. 

Hace unos años que por estos lares hay una especie de explosión cultural armada a través de redes de intercambio incestuoso entre gente que produce en todas las disciplinas de lo que, hasta ahora, nos empecinamos en llamar arte, pero que en el fondo no es más que un compartir lo que se arriesga como una lectura de lo que nos rodea. La Salta tierra de poetas y cantores, empanadas y tamales, Castilla y el Cuchi, policía y religión, ha derivado en una apertura hacia muchísimas -y siempre novedosas- formas de decir y decirse en el transcurrir provinciano que se debate entre el narcotráfico y la oligarquía. La música -en particular, pero no exclusivamente- ha mutado en una multiplicidad de sonidos y sabores que escapan a los tradicionales folclores y rocanroles, o los succionan para deglutirlos cual masa amorfa que entra en una máquina de fideos para dar como resultado una empanada de delfín. Este, sin duda, es el caso de lo que ahora están haciendo los muchachos del Libre Cuarteto, con quienes nos juntamos para tomar el té con galletas.

Las presentaciones son engorrosas y la solemnidad algo que cada vez se registra menos por estos valles. “Te puedo decir cómo son los vagos: Joaquín es el virtuoso, Juan el misterioso y el José el tierno; con esos roles ganamos minitas, después vendrán las drogas buenas” dice Migue Rossi -mientras elige entre los saquitos de té de frutas-, que junto a Zanardi, Soto y Burgos son el núcleo duro del Cuarteto que no siempre respeta la formación típica, porque también han participado de varias jornadas otros músicos como Adrián Moroni, Pablo Soler, Emilio Lombardo, Santiago Soler, Matías Aguilera y un largo etcétera en las tantas noches repartidas entre el ya mítico Pasillo Casa de Arte, La Ventolera, el Café del Tiempo, Coyah, El Teatrino y Fantástico Bailable Macondo.

“Bueno en principio era un trío, con Juan y Joa. En una tocada que Joa fayuteó lo sumamos a zapar al José y quedó. Eso fue en el Pasillo. Después empezamos a ensayar como Cuarteto. La idea de invitarlo al Adrián fue mía, con él ya tocamos en Pétalo Juglar y en el Transcurso en la Ubre, por eso la invitación fue espontánea. A Pablo lo trae Juan creo. Joa trajo una vez al Santiago Soler, alto violero de la reconcha”, intenta rememorar Rossi, pero se pierde entre la decisión de si tomar té de durazno o manzana.

Si a esta altura el lector siente un mareo similar a leer una novela de Dostoievski por la cantidad de nombres, espere a que entren en juego las influencias que trae cada uno. Joaquín, que mira con hambre las galletas mediatarde, nos cuenta: “toco el bajo hace 7 años, lo que más me gusta es el funk y las papas fritas, Marcus Miller y Richard Bona, trabajo tocando el clarinete en la banda de la muni… Tuve bandas de rock pesado, toqué cumbia y cuarteto, tengo banda de folklore también, tuve banda de jazz, y el Cuarteto, que es libre”. Esta mescolanza musical sirve como ejemplo de lo que puede llegar a sonar la banda en vivo y a lo que hay que agregarle a José Burgos, que viene del palo más tranquilo, como él, un chango piola que, tras sonrojarse, se define como “concertista de guitarra clásica… con un repertorio de música latinoamericana” y también comenta que tocó “en algunas bandas de covers”; qué tipo de covers, pues que cada uno imagine, José no contesta porque está meta untarle queso a su dedo. Luego va a contar que además toca regularmente con El Transcurso en la Ubre, ensamble extraño si los hay por estas tierras, en el que también participa Juan Soto, hacedor de flautas artesanales, percusionista extremo (hay quienes aseguran haberlo visto tocar el extraño instrumento llamado gatogaita), buscador de sonoridades y batero que según palabras de Rossi “tiene el record de estar presente en todas las tocadas del Cuarteto, por eso lo idolatramos”. Es aquí donde se nota la camaradería de los vagos, Juan todavía no llegó a la reunión y nadie ha hablado mal de él. Migue también tiene un alto prontuario musical, varios discos compuestos, grabados y producidos por él mismo que, para no hacer más larga esta introducción a los quehaceres musicales de cada uno, pueden escucharse en miguelito1.bandcamp.com.

Respecto al mambo de este nuevo proyecto, Rossi nos sigue contando mientras raspa el fondo del frasco de mermelada: “La idea del Cuarteto fue siempre en un contexto de freejazz. Pero personalmente me gusta algo bien fresco, casi en vivo, creo que esa es la onda de la banda, la improvisación”, a esto Joaquín agrega que el Cuarteto es “Libre en cuanto a estilo, a instrumentos, a improvisación. A veces hay más, y a veces hay menos, depende del ensayo, pero también depende de la misma conexión, de la magia de la noche, del público”. “También la idea es aprovechar la multiplicidad de instrumentos que tocan los muchachos, en especial el Juan y el Joa, el José también toca el charango, el Adrián la viola y el Pablo el didgeridoo, que es lo mas piola que hay”, dice y mira para el techo buscando una mosca: “te sigo contando, cuando hacemos un tema tenemos la idea de la melodía y la armonía pero muchas veces el ritmo, el tempo, la cadencia y la duración del tema es cosa del momento. Siempre salen distintos”. José, mientras le pone manteca a las galletas, agrega algo que no se entiende bien al principio pero que finaliza con una frase enigmática: “é verdá, ahí lo experimental… buscar sonidos no convencionales”, luego el silencio.

En cuanto al repertorio que suelen transcurrir los muchachos, combinan los sonidos propios, como nos explica Joaquín: “tenemos composiciones de Migue, de Adrián, y una mía” (“Maidania’s chainisz figth for the jazz, for the funk, for the bujías… for the humanity”, “What da funk!! and tis balcarces pitza?” y “La enana de Peka’s”, son algunos ejemplos) con los homenajes, como ellos prefieren llamarle a las versiones bastante libres que hacen de músicos poco transitados en la movida local, “compositores contemporáneos como Erik Satie, Philip Glass, Arvo Part, etc.”, comenta Rossi y José agrega, tras atorarse con el té de arándanos, “también de Leo Brower”. “La idea siempre fue componer”, retoma Migue: “Por mi parte la idea de formar la banda fue de tocar en vivo de una manera mas cruda y rockera, a diferencia de lo que veníamos haciendo con el Transcurso en La Ubre que era mucho mas experimental y contemporáneo. Los vagos no saben pero estoy haciendo un par de arreglos orquestales para la banda. Con el Transcurso hacíamos cosas así, también otras medio conceptuales, como comer palta en medio de un tema, o tocar con taladros y machetes”.

Y mientras hablamos de los proyectos a futuro se suma Juan Soto con una docena de medialunas para salvar el magro té con el que veníamos piloteando. Y como quien sopa la tortilla en la taza, nos dice: “ando con ganas de meter algunas bases medio tecno a la banda… electrónicas, maquinas de ritmo; pero los tengo que convencer de a poco. Ahora que es la temporada de hongos creo que comienzo con la persuasión… ya van a aflojar”, comenta y mientras alguien recuerda una que otra anécdota relacionada a Piñón Fijo tomando merca, Soto también hurga en el pasado de la banda; puesto que al ser el único integrante que ha tocado en todas las presentaciones del Libre Cuarteto, tiene varias cosas para contar, pero el misterio lo precede y prefiere tirar una frase ambigua cual enseñanza zen: “tuvimos momentos memorables… zapadas de la puta madre… y momentos horribles que sonábamos como Las Pastillas del Abuelo, pero así é la vida”.  Esos momentos memorables tal vez sean las noches en El Pasillo en las que llovían libros y gomas,  otras en las que poseídos por la música se despojaban de las ataduras y de sus ropas, o tal vez las intervenciones hipnóticas de Cecilia Morales Perrone (a estas alturas una integrante más de la banda), y un largo etcétera que seguramente el silencio de Soto se llevará a la tumba.

“Pa’ este año la idea es grabar, ‘pegar en la radio para ganar mi primer millón’, tocar en el festival de jazz y con una orquesta que puede ser la fusión con la escuelita de música”, en la que Migue trabaja enseñando a chicos, según nos cuenta mientras se termina la última medialuna; José se duerme y Zanardi busca más galletas. Soto se sirve la última taza de té y ya es hora de la retirada, los vagos se van a planear las cosas que traen entre instrumentos para el futuro. Una última pregunta queda pendiente: ¿Cuál es la onda? Y Rossi contesta: “La conexión y la fluidez che. Cuando eso no está suena todo pal culo”, luego se come las migas de la bolsa.