No era radical, peronista, renovador, socialista, anarquista, leninista… nada, en definitiva, que nos permitiera clasificarlo -por historia y militancia- en un determinado colectivo político. Por eso y otras cosas, nadie lamentó cuando él, Bernardo Biella, renunció a participar de las elecciones de octubre. (Daniel Avalos)
El anuncio no llegó a convertirse en noticia porque ni bien trascendió… se evaporó. La intrascendencia en la que había caído esa figura después de las primarias de agosto fue tal, que esa fuga electoral que obligará a 48.690 votantes a tener que optar por otro candidato a senador nacional en octubre próximo, tampoco despertó ni despertará demasiadas expectativas en los candidatos que participarán de la contienda buscando una banca. Tratemos de respondernos por qué. Y para ello recordemos que del total recolectado por Biella en agosto pasado, 16.424 sufragios provinieron del interior provincial. Una cifra exigua en un territorio en donde (sin contar los votos nulos o en blanco) sufragaron 329.720 personas. Los votos del médico, entonces, representan un 5% que, fragmentado en distintos candidatos, es inofensivo, por ejemplo, para un oficialismo que hizo del interior un territorio alambrado por sus intereses. Alfredo Olmedo, por supuesto, podría pensar distinto. Después de todo, ese 5% en un escenario similar al de agosto, le bastaría para desplazar a Juan Carlos Romero del segundo lugar y acceder, así, al Senado de la nación, condenando al exgobenador al ostracismo político. Exgobernador que, sin embargo, podría tranquilizarse argumentando que la conducta de los 32.266 votantes de Biella en la capital provincial equilibrarían algún probable desajuste del interior porque acá, en los lugares en donde a Biella le fue muy bien, a él le fue mejor y a Olmedo, decididamente mal. Las actas de escrutinio escuela por escuela le darían la razón: en los únicos lugares en donde el médico no estuvo en el fondo de las preferencias electorales fue en las zonas en donde gran parte de sus habitantes suelen gozar de todos los servicios, de altos niveles de nutrición y a veces de consumo propios del primer mundo. En las escuelas Urquiza, Nacional, Zorrilla, Joaquín Castellanos, o Tres Cerritos, por ejemplo, Biella salió siempre segundo por detrás de Romero; y Olmedo y el mismo Urtubey salieron cuartos o quinto por detrás, sorprendentemente, de un Partido Obrero que no entusiasma a los obreros pero recibe el favor electoral de no pocos pudientes.
La conclusión fundamental a la que puede arribarse es una: la intranscendencia del candidato renunciante es tal en términos macroelectorales, que ninguno de los candidatos con chances de disputar una banca diseñará una campaña orientada exclusivamente a enamorar al votante huérfano porque la búsqueda de esos votos, sólo será una maniobra más entre las muchas otras que dicte la estrategia integral. Esa Biella-intrascendencia posee, no obstante, algún valor analítico. Confirma que la emergencia y el ocaso de los muchos hombres y mujeres de la política, el salto de estos mismos a uno u otros partidos, poseen un ritmo vertiginoso que en nada se corresponde con la quietud de la vida cotidiana. Con el discurrir de miles de otros hombres y mujeres que siguen viviendo como siempre han vivido: sin el contrapiso de la casa, con problemas de trabajo, o transitando las mismas calles poceadas mientras suma y resta para tratar de calcular cómo llegar a fin de mes. Y es que Biella, conviene recordarlo, hace sólo dos años fue la sorpresa electoral al protagonizar unos comicios que lo depositaron en el Congreso de la nación al reunir más de 100.000 votos. Plataforma desde la cual pretendía acondicionar el terreno para disputas más ambiciosas y que las legislativas nacionales de agosto y octubre de este año debían posibilitar. ¿Cómo? Provincializando más su figura y sentado mejores bases para el armado de una estructura política también provincial. Los malos resultados de agosto y, ahora, la renuncia a participar de las generales de octubre, han dado un golpe letal a esos objetivos. Para estas líneas, la situación no amerita lamento alguno. Y es que aun cuando la enorme mayoría de los ciudadanos -por variadas y legítimas razones- sienta que nada hay más sucio que la política y los políticos… la política sigue siendo una dimensión clave en eso de otorgarle determinada direccionalidad al rumbo de la sociedad. Por ello mismo, la política es demasiado importante como para que quede en manos de los corruptos a los que Biella denuncia, pero también de los personajes que, como Biella, carecen de proyectos de largo alcance, de las condiciones personales para dirigir una empresa determinada hacia los objetivos trazados, de la autoridad para poner orden en los equipos donde reina la confusión, y de la fuerza suficiente que suelen poseer los cuadros políticos para evitar lo que en el frente político que encabezaba el médico era obvio: la permanente amenaza de disgregación interna. Disgregación que ya ocurrió y que fue producto de un conglomerado artificial de fuerzas políticas que, preocupadas por mantenerse en la disputa electoral, decidieron subordinarse a una figura que interpretaron como marketinera pero sin renunciar a los propios e incompatibles intereses que la atravesaban: un PPS conservador, que parece seguir convencido de que el gobierno y la política en serio es cosa de notables del Club 20 de Febrero; exizquierdistas que, sintiendo que perecían por inanición prolongada de cargos, creyeron que el tormento se acabaría por atajos que los obligaban a renunciar a su historia a cambio, finalmente, de nada; o radicales y socialistas de Juan B. Justo cuyos avances o retrocesos casi siempre se explican por las excepcionalidades del azar, y no por alguna lógica precisa que explique los continuos errores o garanticen una sucesión de aciertos que alguna vez podrían coronarse por el éxito.
Por todo ello, Biella renunció a la candidatura. Se trató de una retirada sin gloria, carente de cualquier gesto de grandeza. Convengamos… la política provincial no pierde ningún embrión de fuerza política alternativa a las existentes y muchos menos, a un potencial cuadro político de primera línea. Lo primero, porque Biella nunca comprometió fidelidad a objetivos esenciales de un determinado colectivo político y por ello mismo nunca estuvo vinculado a bases sociales específicas cómo suelen reclamar para sí los partidos. Lo segundo, porque ningún analista riguroso identificó alguna vez en el médico a una potencial figura central de un proyecto político capaz de sostenerse en el tiempo. La política, en todo caso, pierde a un ciudadano educado, de ademanes sobrios, gestos pausados y modales tiernos, que ahora ha descubierto que su futuro tiene una sola posibilidad: convertirse en un satélite sin luz propia que gire alrededor de algún astro central de la política. Opción que tal vez le permita vivir por más tiempo en un parlamento nacional que huele a flores, para así evitarse el hedor a cloroformo en el que transcurren sus días los miles de médicos salteños que sólo conocen problemas de trabajo, infraestructuras hospitalarias derruidas a las que llegan, siempre, transitando por las mismas calles poceadas por donde calculan cómo llegar a fin de mes.