Son graves los hechos que continúan protagonizando los policías de Salta, quienes en nombre de la seguridad, hacen lo que se da la gana.La crisis policial crece como bola de nieve y coloca al borde del abismo a Marcelo Lami. Otro joven fue molido a golpes en  una comisaría. (M.A.)

Esta vez ocurrió el viernes 19 de abril en la comisaría 20, ubicada en barrio Los Jesuitas de Colonia Santa Rosa, cuando un grupo de uniformados ingresó violentamente a la casa de la familia Plácido, sacó de su pieza a José María y lo subió al patrullero sin mediar explicaciones.

Según contó su padre, jamás le dijeron hacia donde se llevaban a su hijo, entonces decidió ir a la comisaría central pero no lo encontró ni había registros de su detención. Finalmente en el hospital dio con el pibe de 16 años.“Tenía la cara golpeada y lo pusieron patas para arriba durante varios minutos”, aseguró en declaraciones a la prensa. Fractura de cráneo y nariz diagnosticaron los médicos del hospital San Vicente de Paul donde estuvo varios días internado.

En el barrio Unión, al norte de la capital, todavía se siente la fragancia de las balas que dispararon efectivos policiales el sábado. Voces prepotentes, sirenas y tiros formaron un concierto de sonidos tétricos, cuando policías de Infantería y el 911, persiguieron a un grupo de jóvenes que se encontraban pintando un mural. Los pibes realizaban la pintada con autorización, pues estaba enmarcada en un programa de inserción social organizado por el CIC de esa barriada. Sin embargo, nada de esto importó. Este tipo de hechos se repiten tanto que no resulta descabellado pensar que se han vuelto un placer nervioso para la policía violentamente.

La comisaria 6° tiene una conocida trayectoria de tortura, apremios y gatillo fácil, sólo basta con revisar las denuncias que se encuentran en la Fiscalía de Asuntos Policiales.

Negocios sucios

A otro “polidealer” le soltaron la mano. El jueves, entrada la tarde, cayó un transa en Castañares, que ¡oh casualidad! operaba desde la casa de un cana. Se conoció que no vendían porro sino pasta base. Por el hecho quedó detenida la compañera del policía; mientras que para el efectivo no quedó otra suerte que ser suspendido momentáneamente.

Hablando de cosas turbias y malandras en la institución policial, poco y nada se sabe sobre la actualidad de un caso de robo en el que estaría involucrado un sargento de la policía provincial. “Todos al piso”, gritó uno del grupo de ladrones que ingresó a la financiera ubicada en Mendoza y Buenos Aires y a punta de pistola obligó a uno de los empleados a llenar un bolso con el dinero que había en la caja. Sucedió a fines de marzo y Carlos Eduardo Casimiro, sargento de la División de Logística y esposo de una empleada de la empresa, fue detenido; un testigo lo identificó cuando bajaba por las escaleras y finalmente al ser arrestado saltó que había realizado compras importantes por esos días. Todo indica que el robo había sido organizado tiempo atrás para aprovechar un botín de alrededor de 40 lucas.

Sin salida

Durante la semana el ministro de seguridad, Cornejo D’Andrea, reconoció la superpoblación de policías en Salta (casi 11 mil) y adelantó que van a establecer restricciones para el ingreso a las fuerzas del orden que, viene al caso resaltar, en su mayoría son más cerrados que adoquines. Además consideró que la relación entre la policía y la ciudadanía no pasa un buen momento. Sobre cambios estructurales o modificaciones en comisarías no dijo nada. Lo dicho por el funcionario, que reemplazó a Sylvester, no parece ser una visión correctiva sino más bien de resguardo. Lo que oculta o no destaca, en cambio, resulta interesante: semanas tras semana aparecen policías involucrados en la organización del delito como si fueran gatos que a pesar de caer desde grandes alturas, siempre quedan de pie. O dicho en otras palabras: hacen lo que hacen porque saben de la impunidad que gozan. Sin dudas, el crecimiento de efectivos en los últimos años no detuvo el crecimiento del delito, es decir, que empeoró la cuestión de seguridad.

Este accionar desvanece el revestimiento que se busca dar a la policía de Salta, como la mejor del país o como la institución ejemplar del honor, el servicio a la comunidad y la honradez, dejando sobre la superficie un espantoso estado de podredumbre que flota sobre aguas de la tempestad en las que se encuentra Lami y la cartera de Seguridad. Lo cierto es que incontables son la cantidad de historias crueles, violentas y tenebrosas que se encuentran escondidas en las calles de las barriadas populosas y más temprano que tarde tendría que producir un cataclismo al gobierno; es que naturalmente toda crisis policial, es también política.