Un breve relevamiento de algunos sex shops de la ciudad muestra las dos caras de la moneda tanto en el cliente como en el comerciante. En ambas veredas se aprecian muestras de apertura mental y un tipo sexualidad natural, pero también de pacatería, miedo y vergüenza. (Federico Anzardi)
Cupido, el “multiespacio erótico” ubicado en Santiago del Estero al 1600, está rodeado de casas bajas, tiene una vía a veinte metros y un club al lado. Posee una calma contraria a la excitación que provocan los productos que aguardan en su interior. Prótesis, vibradores, anillos y demás accesorios para que el sexo no sea un trámite de entrar y salir.
Coco Díaz y su hijo Daniel llevan adelante esta pequeña empresa familiar desde hace once años. Lo hacen con tanta seguridad que atienden con la puerta abierta, como una vivienda más del barrio. A diferencia de otros locales, Cupido tiene una política de no dejar a nadie afuera esperando su turno. Los clientes se cruzan en el local repleto de productos. Casi no hay un solo lugar en la pared sin algo para ofrecer. Por supuesto, sobresalen los vibradores de tamaño XXL.
“Hoy vienen más clientes que antes. El sex shop dejó de ser un tabú”, opina Daniel, y recuerda los comienzos de su negocio, en 2003: “Cuando comenzamos sí que era tabú. La gente daba vueltas, compraba un chicle al frente y cuando no veía a nadie en la cuadra, venían y volteaban la puerta (risas)”.
Daniel cree que el consumidor salteño es muy bueno. “Consumen bastante tanto varones como mujeres y parejas gays. Solos, solas. Todos consumen”, dice. Cuenta que diariamente ingresa un promedio de 40 personas al local y casi todos compran. Los fines de semana, la venta se incrementa. Y hasta hay picos para el día de la madre, día del padre o el día del amigo.
Daniel asegura que los productos más requeridos son “macizos con o sin vibración”. Además, los salteños se inclinan en general por los geles, los anillos y los vigorizantes naturales. Se gasta un promedio de 100 pesos en adelante. Con esa cantidad mínima sólo alcanza para llevar un gel que puede durar hasta 20 aplicaciones. También llevan bombas de vacío, DVD’s y lencería. Daniel cree que “todo el mundo debería llevar un anillo peneano, porque retarda la eyaculación y se tienen mejores erecciones. Además, estimula a la pareja”.
Las edades tampoco son un limitante en el sex shop. Poco después de venderle una caja de “Hombre total” a un sexagenario, Daniel asegura que a Cupido llegan jóvenes de 18 años (la edad mínima permitida) y hombres mayores como el cliente de hace unos segundos. “Uno de nuestros valores es guiar al adolescente –dice. Quince o veinte años atrás, nada de esto le hacía falta a un joven, en materia de potencia sexual. Pero hoy en día consumen muchos vasodilatadores, como Viagra, para mejorar la potencia. Ahí entra nuestro valor para decirles ‘dejá de consumir esto, porque te hace mal’. ¿Cuál es el tema? Son químicos. Y hay energizantes naturales que no tienen contraindicaciones”.
La paranoia
En Sensual Shop, ubicado en Zuviría al 900, atiende una morocha de rulos con una aceleración muy parecida a la paranoia. Habla rápido, se mueve con los gestos del que te quiere fuera de allí rápido. Quizás sea porque en el local no dejan pasar más de dos clientes a la vez. Afuera, una Marilyn Monroe dibujada, sonriente y media en pelotas hace de anfitriona, sube las expectativas.
Adentro, Sensual Shop es pequeño, con pocos productos en exposición. Es casi un local express para salir de apuro. Algunos accesorios, disfraces, vibradores, gel y preservativos, no mucho más. La empleada dice que no puede hablar, que hay que ir a consultar al otro local, al de la San Luis. Cuenta que tienen clientela distinta, que acá viene gente con otro poder adquisitivo. Pero que no puede decir nada, que lo mejor es preguntarle a su compañera, en la sucursal. Ni siquiera puede revelar su nombre (“eso no importa”), porque así es esto, hay que mantener el anonimato. Un dealer atiende con mayor tranquilidad.
La morocha está en su aceleración cuando suenan golpes en la puerta. No hay timbre. Al abrir, aparece un hombre vestido a lo patrón de estancia (boina marrón oscura, alpargatas de carpincho al tono, pantalón pinzado color crema). Inmediatamente llega una hermosa rubia de pelo por los hombros. “¿Están juntos?”, pregunta la morocha. La chica dice que no y recibe la orden: “Entonces tenés que esperar afuera”. La muchacha pone cara de sorpresa y acata. Se queda mirando su celular apoyada en la pared mientras siente cómo la llave gira del lado de adentro para sellar la entrada.
La sucursal de Sensual Shop es Erotic, ubicada en calle San Luis al 700, del otro lado del centro, pasando la San Martín. Erotic es más grande y tiene un timbre al lado de la puerta, debajo de un cartel que pide esperar luego de tocarlo. Sentadas en el escalón del local esperan tres chicas, no parecen mayores de 18 años. Están aguardando su turno para ingresar. Tienen 22. Quieren comprar “algunas golosinas” para la despedida de soltera de una amiga. Es la primera vez que vienen. Una de ellas cuenta que la única relación que tuvo con productos sexuales fue un kit adquirido en el supermercado que incluía preservativos, gel y velas aromáticas. Las tres reconocen que el motivo principal por el cual no suelen frecuentar este tipo de locales es la vergüenza que les provoca que las vean ingresar.
Se abre la puerta y pasan las jóvenes. Todo se vuelve a cerrar hasta que decidan salir. A Erotic lo atiende Carolina, una chica rubia que acepta hablar sin grabador de por medio. Cuenta que los productos que más se venden son consoladores y vibradores. Que no podría decir una cantidad promedio de clientes diarios, ya que va variando. Los sábados viene más gente, cuenta. Últimamente están llegando muchas mujeres, agrega. Y asegura que el 98% de los productos de un sex shop son para el género femenino. “A menos que los hombres los utilicen para penetrarse”, dice.
Erotic funciona hace diez años. Carolina trabaja allí hace dos. Dice que los hombres usan prótesis y las mujeres buscan vibradores simil piel. Que van muchos heterosexuales y desde hace algunos meses, cada vez más lesbianas. Muchas en pareja.
Carolina cree que el salteño en general es muy cerrado y ve este tipo de locales como algo anormal. Y a diferencia de su compañera morocha, no considera que la clientela de Sensual Shop y Erotic sea distinta. Dice que tiene clientes de Tres Cerritos y de otros barrios más alejados.
Además, Carolina ya está muy acostumbrada a que al menos la mitad de los hombres que ingresan al local la encaren y le insinúen algo más. Dice que allí se explica la pacatería del salteño: “creen que yo también estoy incluida, que soy parte de los productos en venta”.
Todos los locales están abiertos hasta altas horas de la noche y funcionan mucho con el servicio de cadetería a domicilio. Envían los productos en bolsas opacas que no revelan el contenido y garantizan la tan ansiada privacidad. No sea cosa que el mundo se entere que detrás de las paredes hogareñas hay gente con sangre en las venas.
foto: imagen ilustrativa