Un asesinato -el de Javier Trogliero Álvarez- ha conmovido a todos. En el medio pelo salteño, la conmoción ha sido aún mayor. Y es que ese sector, al que Jauretche identificara con los que quieren aparentar un status superior al que poseen, estaba convencido de que la saña es un rasgo de lo plebeyo y marginal. (Daniel Avalos)

De esos seres bárbaros que, además de afear el paisaje, lo han vuelto peligroso para la gente que, como ellos, sólo pretenden acceder a la comodidad y a los valores de los ricos a como dé lugar, aunque casi nunca puedan lograrlo. Y ahora, con ese asesinato sanguinario, varios de los oradores de la civilización que de allí suelen surgir se sienten terriblemente sacudidos. Sus concepciones sobre lo cierto y lo incierto en su condición social se han confundido, porque aquello que los sectores de clases medias no medio pelo decían… es verdad. Que ellos, la gente bien, la gente como uno, los medio pelo, no son lo que pretenden ser: una casta inmune a lo que consideran los vicios y las extrañeces de las orillas marginales. El brutal hecho y las circunstancias que lo enmarcaron lo confirma. Todo lo que el medio pelo salteño considera como propio de las orillas, atravesó la reunión fatal de chicos bien: una ingesta etílica que despojó a algunos de la razón y de la poca o mucha fortuna que poseían; el exhibicionismo macho que suelen empujar a los machos a coquetear con la vida peligrosa; y el empleo de una forma de violencia terrible aplicada a terminar con la vida de otro. Algunas cosas, sin embargo, diferencian a Juan Carlos Gómez Paz de cualquier asesino condenado que provenga de la orilla marginal. El primero creció comiendo bien; el otro, no; el primero tuvo una infancia sin carencias; el otro, no; el primero fue muchas veces al cine; el otro, no; el primero seguramente conoció el teatro; el otro, no; el primero se educó en buenos colegios; el otro, no; el primero -como lo muestra su cuenta de facebook- cursó una carrera universitaria, contaba con un trabajo importante, concurría al Monumental de Núñez a presenciar los partidos de River y viajaba por el mundo o al menos Latinoamérica; el otro, no. Y así podríamos seguir hasta el infinito, aunque todo puede resumirse a lo siguiente: Juan Carlos Gómez Paz tenía una vida que ahora perdió, arruinándoles la vida a los suyos y a otros muchos porque le arrebató la vida a otro, cuando el marginal al que los medio pelo maldicen casi nunca ha poseído ni siquiera una vida.

Por eso mismo lo que el hecho sombrío nos viene a advertir es lo lamentablemente obvio: que eso que muchos llaman violencia irracional atraviesa a todos los sectores sociales. Habría que matizar, sí, el concepto de violencia irracional. Simplemente porque toda violencia es racional, por poner la razón de las personas al servicio de provocar dolor en otro ser humano o para, directamente, eliminarlo. Esto ha quedado claramente en evidencia en barrio El Huaico. No porque sepamos cuáles han sido los móviles y la oportunidad precisa en que las puñaladas se asestaron, sino por el medio empleado. Un cuchillo que él que confesó haberlo usado llevaba en el auto. Un puñal al que acompañaban, además, una manopla, gas pimienta y hasta un permiso para cargar armas. El que empuñó el arma letal dice que hizo uso de la misma en defensa propia. Quiso decir que, mientras la víctima lo estrangulaba, mientras él se sentía agonizar, su desesperada lucha por no morir lo empujó a hacer lo que hizo y con la saña que lo hizo. La investigación policial duda de esa versión, aunque aquellas reflexiones que tienen la obligación de trascender lo estrictamente policial no pueden prescindir de lo que aquí ya dijimos: que, independientemente de la extracción social, una sociedad del odio suele desquiciar individuos que invierten dinero y tiempo para adquirir competencias en el uso de armas y herramientas que mancillan los cuerpos y destruyen personas.

Y en medio de lo sombrío, aparece una luz esperanzadora. De la tragedia misma surge la sensatez que muchos que no han sufrido una pérdida semejante no practican. Increíblemente, proviene de la familia del muerto que, evidentemente, es de clase media pero no medio pelo. Uno aventura la hipótesis porque esa familia ha prescindido de pedir lo que la clase media medio pelo casi siempre exige -venganza-, y optó por un dolor silencioso e íntimo solo roto por una imagen que la madre colgó en una cuenta de facebook. La foto del ser querido que ya no está, a la que acompañó con una leyenda contundente: Sólo queremos Justicia. El pedido conmueve. No solo porque es imposible no solidarizarse con ese dolor y adherir a la demanda, sino también porque proviene de quienes, sufriendo una pérdida irreparable y cargando con un sufrimiento insondable, en vez de exigir algún tipo de reparación inmediata o la garantía de alcanzarla y que casi siempre se asocia a la venganza o el pedido de pena de muerte, optó por pedir aquello que el medio pelo casi siempre desprecia: que los engranajes de la justicia se echen a andar, que los procedimientos se aceiten y que la ecuanimidad prevalezca por sobre los intereses y los preconceptos de cualquier tipo. Que la Justicia, en definitiva, no se reduzca a la existencia de leyes sino a la aplicación efectiva de las mismas. Hacemos fuerza para que eso ocurra. Nos sumamos, también, a muchas de las opiniones que hoy aparecen en las redes sociales que piden prudencia en la opinión, dejar actuar a la Justicia, no condenar a partir de la simple versión periodística y aspirar a la verdad. Insistimos… suscribimos plenamente a la sugerencia, pero demandamos lo de siempre: que ese sentido común se extienda también cuando los involucrados en un hecho de sangre sean los habitantes de esos asentamientos en donde las calles, pasajes y pasillos forman un polvoriento laberinto por el que transitan quienes no han tenido la posibilidad de desarrollarse plenamente.