Siempre estuvo bastante al pedo; pero ahora que está completamente al pedo el ex diputado nacional Marcelo López Arias ha vuelto a su primigenia vocación: escribir cuentos. (DOM)

Su último relato se titula “La cápsula”, fue escrito en febrero de este año y ya se puede leer en la revista Claves. Tiene, además de unos 37 errores ortográficos (casi todos de acentuación), algunos detalles sobre los que vale la pena detenerse un poco.

López Arias escribe en primera persona y juega a meterse en la piel de alguien que no hace algo muy legal que digamos. Algunos pensarán joder, debe ser un relato autobiográfico; pero no: el personaje/narrador es un camello que trata de pasar, en su cuerpo, droga.

Dentro del relato, el problema es que en el Aeropuerto (donde transcurre toda la historia), hay controles policiales que ponen en aprietos a nuestro protagonista: “Ellos se adelantaron un poco y eso me permitió ver los movimientos de la policía. Me zambullí en el free shop y detrás de una pila de perfumes vi como los rodeaban y los tomaban de los brazos y luego los llevaban a una oficina que estaba al costado del amplio salón, detrás de los scanners donde hacían cola los pasajeros con sus equipajes”, arranca la historia.

Primeras anotaciones: el free shop -lugar menemista por excelencia- como refugio y salvación primera del personaje. También: López Arias deja de lado el paisajismo folclórico y hace que  la historia se desarrolle en un no-lugar por antonomasia: el aeropuerto.

Si el free shop es un resguardo parcial, el camello sólo estará realmente librado de su carga cuando consiga sacar de su cuerpo la droga. Por eso el personaje toma un laxante y corre al baño. Así relata el ex diputado el momento en que su personaje caga: “Fue una explosión de alivio. Transpirando me relajé en el inodoro mientras tomaba ánimo para emprender la tarea. Ya recuperado, hice tripas corazón y metí la mano hasta el fondo y comencé a buscar”. Este es el momento más interesante del imaginario lópezariano: la vida de alguien depende de meter  la mano en un inodoro y encontrar algo más que su propia mierda.

El personaje busca. Empieza a rescatar las cápsulas de cocaína pero… “¡Carajo, faltan dos!”, dice. Y añade: “Me zambullo de nuevo en el inodoro y mi mano febril lo recorre hasta el fondo, hasta donde el caño se eleva para hacer el sifón y nada.”

Esconde en un hueco las cápsulas y vuelve al free shop. Ahora el gran dilema del personaje es volver a cagar. Ya no tiene laxante así que se pide un yogurt “para acelerar el tránsito” y finalmente parece que al personaje le vienen ganas. “Del box sale un chico con rostro avergonzado y yo me zambullo de nuevo adentro antes de que alguien me lo gane… Me siento otra vez en el inodoro. Mi estómago ya no ruge, pero hago fuerza, transpiro, me aferro a los bordes y al final expulso algo”. Pero es sólo más caca.

El final se viene venir desde lejos, así que esto de spoiler no tiene mucho: el camello pasea, esta vez lo están cercando y va al baño (acción para la cual López Arias utiliza por cuarta vez el verbo “zambullir”) y no, las cápsulas no salen y es obvio que han estallado en su interior y se muere encerrado en el box, casi abrazado al inodoro.

El cuento tiene poco valor artístico. Pero sí permite reflexionar sobre qué es lo que pasa con las Letras salteñas: publicar se ha vuelto el privilegio de una casta mediocre, que utiliza sus tiempos libres para jugar a ser artistas.