El macrismo llegó a Salta en 2010 con la divisional PRO que comandaba el ignoto Matías Farella. De fugaz paso por la política, el joven tuvo su momento estelar al desoír los imperativos de Mauricio y provocar la intervención de la divisional. (Franco Hessling)

Algunos politólogos llaman estratarquía a una determinada forma de construir poder territorial federal, que se caracteriza por brindar fuerte autonomía a las seccionales pero que, al mismo tiempo, mantienen una fuerte dependencia con un núcleo central al que todos deben responder cuando se trata de cadena de mando.

Según los autores del libro “Mundo PRO”, Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Belloti, ésa es justamente la estrategia utilizada por el PRO para hacer su despliegue nacional acelerado. La tarea se precipitó en 2011, cuando tras declinar sus apetencias provinciales por la ingente aceptación que tenía Cristina Fernández, Macri decidió nacionalizar su partido porque sabía que 2015 tendría que ser el año en el que definitivamente se postulase a la presidencia.

Los autores del libro editado a principios de este año por Planeta, toman como uno de los ejemplos de la domesticación del PRO al caso de Salta, adonde incluso llegó a intervenirse el partido porque su presidente, Matías Farella, a poco de haber constituido la delegación provincial, bebió las mieles del urtubeicismo.

Después de coqueteos con el peronismo disidente de Juan Carlos Romero, el PRO optó por promover una filial manejada por jóvenes locales que cumplan el requisito del espíritu ONG del partido-marca: foráneos al campo político que decidían meterse en política. De allí la meteórica carrera de Farella, quien rápidamente -y a falta de muchos aspirantes- se ungió como el presidente del PRO Salta, fundado en 2010.

“La estrategia sufrió su primer golpe cuando, apenas instituyó de manera oficial la filial partidaria, la conducción local -que coordinaba Matías Farella- se aproximó al gobernador Juan Manuel Urtubey, alineado con el kirchnerimo. Los macristas porteños enviaron a distintos dirigentes a impedir que se formalizara el apoyo del PRO salteño al candidato oficialista. Como los disidentes salteños avanzaban en sus conversaciones, desde Buenos Aires se decidió intervenir el partido local”, retrata la citada obra.

Claramente, en la antesala de la elección a gobernador de 2011, Urtubey no tenía intención de ceder espacio a un partido metropolitano, opositor al gobierno que, por aquel entonces, el gobernador decía apoyar fervientemente. Ni lerdos ni perezosos, los asesores de Urtubey le apuntaron que neutralice a los jóvenes PRO haciéndoles sorber las migajas del poder. Farella y los suyos no lo pensaron dos veces, apoyaron al benefactor gobernador.

Con este giro la estratarquía PRO daba muestras de debilidad, por lo que raudamente se resolvió la intervención a los díscolos salteños, embanderados bajo la égida del intransigente Farella. Los autores aclaran que no era la primera vez que el PRO había tenido que resolver de esta forma las sediciones regionales, y tampoco fue la última, ya que el partido también terminó interviniendo las filiales de Mendoza, Catamarca, Misiones, Entre Ríos, Chaco y Tucumán. En todos los casos el objetivo fue claro, dar cuenta que el liderazgo del PRO es resueltamente vertical y centralizado.

“Alejandro Ávila Gallo se encargó de reordenar las filas del PRO en Salta. Hijo del diputado conservador Exequiel Ávila Gallo, colaborador del ex gobernador Antonio Bussi en los años noventa (…) fue quien prometió a la mesa nacional que resolvería el problema en días. Se equivocó”, narran los dos politólogos y el periodista, escritores de Mundo PRO.

Seguidamente detallan: “Sólo al cabo de varios meses, de amenazas de expulsión y de juicios, Ávila Gallo pudo torcer la voluntad de los líderes locales del PRO. Farella rechazó el expediente interno contra los dirigentes díscolos como una ‘gravísima irregularidad’, por ser Ávila Gallo quien inició y quien decidió en el asunto, y además calificó la acción como una ‘persecución política fascista’”.

Atracción amarilla

Luego de ese desplante, la mesa chica del PRO nacional, adonde la última palabra -al igual que en una empresa- la tiene siempre Macri, aconsejó a Ávila Gallo que organizase el apoyo a la candidatura gubernamental del terrateniente sojero, Alfredo Olmedo. Según se rememora en el libro, el dueño de SOCMA, quien hubo gestionado el Correo Argentino, el servicio MANLIBA y que se benefició con licitaciones para la construcción de rutas nacionales durante los años de la patria contratista, debió rendir cuentas públicas de este apoyo.

A esas alturas Olmedo ya era un reconocido bufón de los medios nacionales, que se mofaban abiertamente de las aporías que el sojero espetaba. Su grado inusitado de xenofobia, machismo, misoginia y homofobia, lo habían catapultado más de una como protagonista de las risotadas televisivas. Macri tuvo que alegar: “Creo que el gobernador Urtubey había generado expectativas de continuar con lo que había hecho Juan Carlos Romero, pero eso no se logró y nos estamos perdiendo el tren del progreso. Por eso me tienta apoyar a Olmedo, que plantea otra dinámica”.

Olmedo consiguió ser la segunda fuerza en una elección que no tuvo ninguna complejidad para el oficialismo, Urtubey ganó alcanzando prácticamente el 60% de los votos. El PRO es un partido-marca, elaborado para ganar, por ello las derrotas nunca caen bien, y por eso mismo ante cada elección evidentemente adversa, Macri declinó sus candidaturas.

Inmediatamente después de la elección, los sendos miembros de la alianza se desentendieron entre sí. Macri optó por no referirse más a Olmedo, y buscó tramar relaciones con otros outsiders que se estuvieran metiendo en política para contrarrestar la peligrosa avanzada del populismo; Olmedo, por su parte, no esquivó las preguntas y le declaró a Tiempo Argentino que “la gente vota al que la tiene clara, y Macri ni siquiera sabe si va a ser candidato a presidente. Yo, en cambio, voy a ser senador; no digo que voy a ser candidato a senador, directamente digo que voy a ser senador. La tengo clara, Macri podrá tener muchos votos en Buenos Aires y allá la gente lo apoya, pero, ¿cómo le explico al salteño que sufre necesidades que tiene que subsidiar el subte de Buenos Aires”.

El matrimonio amarillo no prosperó más allá de aquella elección de 2011. Rápido de reflejos los armadores del PRO se inclinaron por enaltecer la figura del otro outsider, que se presentaba sobradamente más remilgado que Olmedo, y que además también contaba con la venia del exgobernador Romero. Fue así como el PRO salteño se reconfiguró bajo el semblante de Guillermo Durán Cornejo, auxiliado por las más lóbregas figuras de Martín De los Ríos y Juan Collado, y por el lastre de dirigentes conservadores como Virginia Cornejo. Ésta última, para reinventar su fisonomía política, tuvo que volverse PRO, y pasó, sin escalas, de ser Virginia Cornejo a convertirse “Vicky”.

Resta decir, en honor a la verdad, que además de esos dirigentes que el PRO eligió para asentarse en Salta, también supo enhebrar alianzas con los sectores conservadores del republicanismo oligárquico. No fueron de poca valía los votos que Gustavo Sáenz y Juan Carlos Romero le granjearon a Macri en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.