Con 250 pesos usted se hace varios altos guisos o se compra un libro nuevo. Libreros salteños hablan de la impresionante escalada de precios que tuvieron los mataburros en los últimos años. ¿Vale la pena comprar o nos pasamos al e-book? ¿Y si hacemos canje? (F.A.)
Situación real vivida en 2011: dos libros del mismo autor, edición 2010, en venta en una librería salteña. En ese caso, Miguel Bonasso, periodista, ex K, ex montonero, hombre presente en el verdadero peronismo, el de Perón. Hombre al que hay que leer. “Recuerdo de la muerte” de un lado, “El presidente que no fue”, del otro. Los dos cuestan 99 pesos. Hay que llevar uno, el sueldo no permite la compra doble. Efectivo. ¿Tarjeta de puntos? No, señor. Gracias, vuelva prontos.
Situación real vivida en 2015: un libro en venta en una librería salteña, edición 2010. Miguel Bonaso. “El presidente que no fue”. El que no había sido comprado en 2011. Costo: 385 pesos. Ah, listo, gracias, voy a seguir mirando y cualquier cosita vuelvo.
¿Cómo puede ser que un libro editado en 2010, es decir, que no fue reeditado, no se volvió a imprimir desde entonces, sino que sigue allí aguantando en el stock, pueda costar casi cuatro veces más que hace cuatro años?
Eduardo Benedetti no sabe responder esa pregunta. Dice que él, como librero, no es formador de precios. Opina que los libros son como los remedios, tienen precios a nivel nacional, y que vivimos en un país inflacionario en el que todo el tiempo aumentan el papel, los insumos, los sueldos y los aportes.
Benedetti tiene el apellido ideal para su oficio. Digamos, ya que no fue escritor, no está mal tener un link legendario que aporte mística. Es el dueño de la librería Rayuela, ubicada en Alvarado casi Buenos Aires. Se hizo cargo en 1978, siete años después de que su hermano lo fundara y comenzara con un pequeño local en la calle Santiago del Estero. Eran épocas de una librería con un perfil muy de humanidades. Después de distintas mudanzas, Rayuela se instaló en el local actual, que abre de corrido, desde la mañana hasta la noche. El horario, poco frecuente para el ritmo salteño, tan adepto a la siesta, no surgió como una necesidad de ventas, según cuenta el actual encargado.
Benedetti reconoce que los precios de los libros se fueron por las nubes en el último lustro y esto lo relaciona con la inflación general que afecta al país. Un libro, hoy, es un objeto de colección mucho más que antes. Hay que pensar muy bien qué llevar. No todos tienen 200 y pico de mangos para invertir en medio kilo de papel y tinta.
Los precios se han elevado tanto, que hoy, según cuenta Benedetti en su librería, los libros de edición nacional no están muy lejos de los importados. Incluso hay ejemplares argentinos que cuestan más que algunos traídos de Europa, México o vaya a saber uno qué país.
Un panorama difícil
Un artículo publicado recientemente en la revista Ñ, el suplemento cultural del diario Clarín, analiza la situación que viven las editoriales argentinas. El texto (“Costos e impuestos están complicando al libro argentino”, del 29/04/2015) asegura que las ediciones argentinas se volvieron caras para adentro y poco competitivas para afuera.
En la nota, el presidente de la Fundación El Libro, Martín Gremmelspacher, aseguraba: “Un estancamiento de las ventas afecta la rentabilidad de los libreros medianos y pequeños, que no pueden recuperar el IVA de alquileres y del papel porque el libro está exento. Esperamos que las ventas de libros al exterior no sigan perdiendo competitividad y que se deje de exigir el análisis de plomo a los textos de ISBN extranjero”. Damián Tabarovksy, director de Mardulce editora, opinaba que “lo que más afecta en Argentina a la industria del libro es el contexto económico. Un país con este nivel de pobreza y exclusión es poco viable, y eso atañe a las industrias culturales”.
Con todo, Benedetti dice que las ventas no han bajado en cuanto a ingresos. Lo hicieron en números de ejemplares. El público lector se mantiene, pero si antes se llevaba tres libros, hoy elige uno solo. Explica que hay dos tipos de lectores, el que busca lo que está de moda, lo coyuntural (política del momento, una novela muy promocionada); y está el cliente regular, que es más específico. Rayuela tiene en lo más alto de su ranking actual a los libros de Florencia Bonelli (“Se vende mucho”), Facundo Manes y, gracias al marketing morbo que surge desde la muerte, Eduardo Galeano. Autores salteños se venden, bastante.
Una librera extraña
A un par de cuadras de Rayuela, en calle Buenos Aires, antes de Urquiza, se encuentra Plural Libros, comandada por Sara Malamud. Sara abrió el local junto a su hermana en 1994 y ahora se hace cargo completamente.
Plural no vende libros de texto, lo que la convierte en una librería destinada a los lectores que compran porque quieren, no porque los obligan. Sara cuenta que dejó de comercializar ese tipo de mercadería porque de esa manera trabajaba para las editoriales. Explica que un libro de texto no sirve para el próximo año y si no se vende resulta pérdida imposible de recuperar. Es un objeto perecedero.
Respecto a los aumentos, Sara coincide y dice que sí, que en los últimos años, comprar un libro es algo para pensar dos veces. Cuenta que hay gente que lee todo el año. Que los adolescentes y mujeres compran mucho. Dice que los chicos jóvenes se llevan libros de sagas, de terror, o historias como las de Harry Potter, que no bajan de 300 pesos y están conpuestas por tres o cuatro tomos cada una. “Y los llevan siempre. Los padres vienen a decir que los leen en una semana y ya quieren el próximo. La publicidad es muy importante”, explica.
En Plural, las mujeres llevan material de lectura que Sara considera de un nivel alto. Los hombres se inclinan mucho por la Historia y la Filosofía. La librería, de clara inclinación por textos de Humanidades, también posee ejemplares de editoriales poco difundidas en nuestra ciudad, como Tusquets, Eterna Cadencia, Gourmet Musical y Las Cuarenta. Los autores salteños más solicitados en el local son Castilla (que no se consigue por un problema legal) y Juan Carlos Dávalos.
Sara cuenta que un libro dura dos o tres meses sin aumentar de precio. “A veces me quedo con libros que digo: ‘Esto en algún momento va a salir’. Y salen”, dice, y explica que ella se considera una librera extraña. “No soy comerciante”, argumenta.
Canje es negocio
Carlos Moruchi tiene, junto a su esposa, una librería de usados en la avenida San Martín al 400. Los dos son libreros de toda la vida. Carlos comenzó a los catorce años, cuando ayudaba a su madre en un puesto que pasó por muchísimos lugares hasta que se afincó en el parque San Martín. Ese puesto inicial aún está. Lo atiende su esposa, que también tiene familiares en el rubro. La pareja se conoció vendiendo libros. Cuando se unieron, decidieron juntar también su oficio. Alquilaron el local y están intentando ampliarlo.
El beneficio de Carlos es el libro usado, es el que más sale en esta librería. Da como ejemplo al libro de Florencia Bonelli, que nuevo se vende a 260 pesos. Él lo vende a 150. Dice que los libros nuevos y usados llegan dos o tres meses después de su publicación original. “Apenas los terminan de leer, los vienen a canjear por otro”, dice.
Carlos también acepta el canje, que es uno de los procesos que más le conviene. Cuenta que los libros de saldo llegan desde Buenos Aires y que los que se venden en los quioscos a bajo precio, luego vuelven y pueden ser vendidos por las librerías de usados. En el local también hay revistas viejas históricas que alcanzan los 400 pesos. Vende mucho por Mercado Libre a todo el país. El movimiento del usado le da esa posibilidad. A veces, tiene libros difíciles de conseguir que son solicitados desde distintas provincias. También reparte folletos por los barrios y tiene spots en radios.
De autores salteños vende a Dávalos, Castilla, Nella Castro. Opina igual que Sara: Castilla es difícil de encontrar, lo piden todo el tiempo y cuando entra un libro suyo, nunca dura más de dos días.
Los tres libreros aseguran que el libro no morirá a pesar del aumento de precios, de la venta menor y de la cada vez mayor amenaza del e-book, que se consigue a menos de dos mil pesos y puede ser una alternativa muy atractiva.
Mientras tanto, los lectores impedidos de comprar mucho pueden hacer lo que recomendaba Roberto Arlt en “La inutilidad de los libros” para no sufrir por no poder adquirir todos los textos que desea: “Si usted quiere formarse ‘un concepto claro’ de la existencia, viva. Piense. Obre. Sea sincero. No se engañe a sí mismo. Analice. Estúdiese. El día que se conozca a usted mismo perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a encontrar nada que lo sorprenda. Todo será viejo para usted. Usted leerá por curiosidad libros y libros y siempre llegará a esa fatal palabra terminal: ‘Pero sí esto lo había pensado yo, ya’. Y ningún libro podrá enseñarle nada”.