Días atrás falleció un periodista de raza. De esos que se habían formado en las redacciones repletas de escribas que entre el humo de los cigarrillos intercambian opiniones, datos y colaban entre tecla y tecla la broma certera con sabor a puñalada en el momento preciso. (Daniel Salmoral)

En estos días se nos fue, Jorge Marcelo Valdés, conocido, reconocido, admirado y respetado como “Tetera”, como el “Tetera” Valdés. Hombre de hablar y de andar tranquilo, supo a lo largo de su fecunda vida ganarse el respeto,  el cariño y también alguna bronca de quienes lo conocieron y trataron.

Es que el “Tetera” era un tipo de no andar con vueltas. Si algo no le gustaba lo decía y lo que era terrible para muchos, lo escribía también y con todas las letras. Pertenecía a esa generación de salteños que llevaban su vida personal y familiar ordenada pero que siempre se hacían tiempo y espacio para otear que había más allá del centro que frecuentaba de manera cotidiana.

Para “Tetera”, como para otros periodistas como él, lo citadino no se agotaba alrededor de la plaza 9 de Julio.

Ese espíritu inquieto de escriba diariero y a la vez de un tipo de mundo lo llevó, junto a su generosa flota de amigos, a visitar aquellos lugares donde al final de la agotadora jornada en la redacción del diario, era absolutamente necesario concurrir para relajar el cuerpo y la mente después de la agotadora labor periodística realizada. Y fue en uno de esos lugares donde a Marcelo le apareció aquello de “Tetera”.

Cuentan con mucho entusiasmo y picardía sus amigos de aquellas tertulias, que en ocasión de prohibirse la venta de bebidas alcohólicas en las llamadas wiskerías, a fin de no defraudar a los parroquianos, el dueño del lugar disimulaba sirviendo bebidas con alcohol en “inocentes” teteras, de esas que usan por lo general las damas para tomar la infusión generalmente a las cinco de la tarde.

Lo servían así porque si llegaba la cana y miraba las mesas, vería solamente a un grupo de amigos tomando el “te” y seguían de largo. De esa forma nadie tenía problemas. Ni los clientes, ni el dueño del lugar y tampoco la Policía. Así, todos felices, seguían la noche hasta la madrugada.

Relatan con mucha gracia, que el patrón del lugar viendo vacías las tasas, le preguntaba inocentemente  a Marcelo: “¿Otra teterita don Valdés?”. Y de allí el origen del apodo que lo identificó toda su vida al querido amigo hoy ausente.

Periodista gráfico por excelencia, con tinta corriendo por sus venas junto a la sangre, en sus columnas de opinión desgranaba la realidad que lo rodeaba pero por sobre todo dejaba en el papel lo que sentía y lo que le dolía. Siempre sabía decirnos, a los periodistas más jóvenes de entonces, que estaba bien tener amigos en el oficio pero que también estaba bien y hasta bueno tener enemigos.

Llevó su pluma a una gran cantidad de publicaciones de nuestra Salta y de otros lugares. Su impronta y su tarea fecunda, quedaron para siempre en las páginas del viejo y querido diario “El Intransigente”, cuando su redacción y sus talleres estaban ubicados en calle Mitre. En ese lugar y esa etapa de su vida, compartió redacción y vivencias con las plumas más reconocidas de Salta, como las de su querido y entrañable ñaño, Néstor Salvador “Picoroto” Quintana y otros.

Luego de aquello, y ya más cerca en el tiempo, se “enamoró” del semanario Cuarto Poder y del grupo de periodistas que allí volcábamos en el papel  nuestro laburo y le contábamos a la sociedad de Salta la cosas que pasaban desde otra mirada.

Y digo que el “Tetera” se enamoró de Cuarto Poder porque así fue. Con la humildad de los grandes, se sumó con un entusiasmo adolescente a la tarea de escribir y sumar su pluma y sus visiones, generalmente ácidas, sobre lo que pasaba en su aldea.

Así fue como junto al inolvidable Josesito Esper, ”Picoroto” Quintana, Nelson “El paraguayo” Rojas, Toti Daher, Hugo Dante Marcone, Néstor Sánchez, Oscar “El Pollo” Burgos, Huaity González, Lizzy Quintar, Daniel Murillo, Maxi Rodríguez, Pipa Escribas, Federico Dada, Héctor Alí, Karla Lobos, y quien esto escribe junto al Director del Semanario, Alvaro “El Loco” Borella, y muchos otros, vivimos las largas noches del cierre de la edición, cansados, pero con fantástica alegría.

Durante más de diez años, la contratapa del “Cuarto” era del Tetera. Allí quedaron para los tiempos, sus vivencias y su espíritu.

Todos los viernes, al anochecer, aparecía por la redacción itinerante que tenía el Semanario, con su columna bajo el brazo. Sabedor de las escasas “rupias” y del hambre que siempre tiene el periodista, dejaba, disimuladamente en la mano de alguno de nosotros, los billetes para que compráramos la cena y alguna que otra bebida espirituosa.

Gran charlador, su anecdotario era interminable. Fiel a su máquina de escribir Olivetti, renegaba de la computadora por lo que su columna había que copiarla y él, al lado de quien lo hacía, controlaba de manera minuciosa que sus puntos y comas y también sus silencios, quedaran reflejados en el escrito que iría a impresión.

Fue un gran periodista, un gran militante del ideario radical, pero por sobre todo, fue un gran tipo. Para quienes tuvimos el honor de ser sus amigos a los que respetaba, quería y cuidaba, el compartir aquellos tiempos no tan lejanos,  y ahora enterarnos de su partida nos provoca un hueco enorme en el alma.

Será difícil no verlo en las mañanas salteñas sentado en las confiterías alrededor de la plaza principal de Salta tomando su café, o varios, en mesas pobladas y siempre al lado de su gran amigo, Tito Yarade, otro tipo gigante que lamentablemente también nos dejó hace poco.

Cuando mi querido amigo Álvaro Borella, director de Cuarto Poder me pidió que borronee unas líneas para evocarlo en el Semanario que el “Tetera” tanto quería, debo confesar que una pena muy grande me embargó porque me resulta increíble que tenga que referirme a Marcelo en tiempo pasado porque ya no está.

A pesar de la tristeza, me reconforta saber que en algún lado ya debe estar armando la mesa cafetera de la mañana junto a su interminable pléyade de amigos.

Te decimos adiós querido “Tetera”  junto a Álvaro y todos los que alguna vez compartimos tu vida y tus sueños, te decimos muchas gracias y nos será imposible, de vicio nomás, buscar tu andar cansino por las calles de tu Salta querida con las manitos atrás para preguntarte como siempre: “Hey Teterita, qué hacés, cómo andás hermano”, y seguro se nos irá una lagrima cuando ya no escuchemos tu tradicional: “Hola hermano, todo bien, vení vamos a tomar un café a la esquina”.

Ante lo irremediable, sólo nos queda decirte chau “Teterita” querido, chau hermano, seguro que pronto nos juntaremos para tomar ese otro café largo y tranquilo, ese que dura hasta la eternidad.