Ella avanza en silencio pero meteóricamente sobre personalidades que, luchando por un puesto del poder, terminan exhaustos. Quedó a un paso de la banca en el senado de la nación sin desgastar su imagen como Rodolfo Urtubey o Evita Isa, y sin quedar al borde del abismo como Andrés Zottos o Sonia Escudero.
Haciendo uso de las lógicas de la política actual, avanza sin cargarse con los problemas que otros dirigentes de más experiencia sí cargan y que, casi siempre, se relacionan con el desgaste que sufren en cada contienda. Su secreto parece radicar en varios aspectos que, repudiados por algunos, no parecen molestar al conjunto de los ciudadanos: haber descubierto que la política de hoy es un hormiguero cruel en donde no habitan los sentimientos altruistas y la pureza de las personas; estar segura de que el abrirse paso en ese hormiguero no la arroja necesariamente en el desprestigio y así maniobrar con habilidad para ir avanzando, dejando tras de sí a personas que parecen esforzarse por matarse a sí mismas.
Andrés Zottos es un ejemplo claro de esto último. Fue el que puso el grito en el cielo cuando, unilateralmente, el gobierno le informó a los renovadores que ella sería la candidata por este partido. Ese grito en el cielo se transformó luego en ruptura política entre Vicegobernador y Gobernador. Una ruptura a la que ella, Cristina Fiore, se refirió sin las estridencias que los personajes principales de esa historia protagonizaron, aunque convencida de que en el frente comandado por los renovadores sólo podía esperarle un intenso frío al que decidió no exponerse. La decisión debió ser hija de un diagnóstico nada complejo: desde el 2009, la performance electoral del PRS había sido paupérrima en la Capital: un magro 6,7% en las elecciones del 2009, y un peor 4,08% en las de abril del 2011. Era lo único que el PRS debía computar con rigor para las elecciones del domingo pasado, en tanto todos los intendentes de ese espacio habían decidido no acompañar la aventura del Vicegobernador. El descarnado diagnóstico, desprovisto de cualquier atractivo ideológico, fue correcto en lo fundamental. Andrés Zottos alcanzó el 5,12% en capital. Una cifra que se estiró al 7,6% a nivel provincial gracias al aporte de Gramaglia en Metán, que logró imponer la fórmula en las preferencias de los metanenses.
El análisis de ese estilo la arrojó a aceptar lo que el gobierno le había propuesto y la audacia ha sido, hasta ahora, exitosa en términos personales. Está a punto de protagonizar un nuevo salto en su carrera política. En cuatro años escaló de asesora municipal a secretaria de estado, de esto último a diputada nacional y ahora araña la senaduría también nacional. El último tramo, incluso, ha sido transitado sin ningún costo en lo que a desgaste de imagen pública se refiere. Testigo privilegiada de cómo las figuras que encabezan las fórmulas protagonizan triunfos que, sin embargo, los dejan maltrechos como ha sido el caso de un Rodolfo Urtubey que nunca entusiasmó ni a propios ni extraños; ella se concentra en cultivar un perfil que, hay que reconocerlo, cae bien a esa gran parte de la ciudadanía que no está interesada en analizar el ADN de los políticos: la de la mujer que prescinde de razonamientos ideológicos para llevar adelante las tareas encomendadas, o la de la joven que basa sus éxitos no en cuestiones filiales, sino en el manejo de ciertos saberes que la convierten en una especie de experta a la hora de lograr objetivos de gestión y parlamentarios.
La conducta de Bernardo Biella, el mismo Andrés Zottos y de otras fuerzas que con entera liviandad saltan de un espacio político a otro, le ha permitido a Cristina Fiore, incluso, que ya nadie la convierta en símbolo de esa práctica que, finalmente, empieza a parecer tan natural como el día y la noche.