Es el título de la tesis con la que el joven académico salteño Salvador Marinaro se licenció en periodismo por la Universidad del Salvador. La misma vuelve a poner sobre la mesa, la conflictiva relación del diario El Tribuno y Miguel Ragone entre 1973 y 1974. Con la autorización de su autor, reproducimos las conclusiones de la misma.
“Mientras que a nivel nacional el desenlace del gobierno de Ragone fue leído como la salida definitiva de la Tendencia en el interior del país, a nivel provincial su experiencia significó el fin de un modo de hacer política. Jesús Pérez relata un encuentro entre Miguel Ragone y Roberto Romero, como si provinieran de dos mundos distintos. Pues precisamente, eso era lo que había sucedido, la superposición de dos actores con la modificación completa del panorama político sólo tuvo un triunfador: después de las sucesivas intervenciones y la última dictadura militar, Roberto Romero sería electo gobernador de la provincia. En medio hay casi diez años desde esta confrontación, pero no podemos dejar de notar que los mecanismos ya estaban funcionando. La intervención federal implicaba la preeminencia de la Ortodoxia sobre las ramas de izquierda y al mismo tiempo la circulación de un capital político que se legitimaba por la lucha y la confrontación a la Tendencia. En ese aspecto, El Tribuno había ganado la batalla. Podría mostrar no sólo su pertenencia al partido, sino también una acción efectiva en contra de sus enemigos internos. Esta puesta en circulación puede ser leída como un dispositivo que permite vincular la formación discursiva con la desaparición empírica de Ragone.
La vocación política de El Tribuno se había fundamentado en una postura particular, un sujeto de la enunciación que se nombraba a sí mismo el vocero del pueblo y el desarrollo. La superposición de distintas ideologías -el primer peronismo de cual había sido órgano difusor, luego al desarrollismo de Frondizi, el FREJULI y por último los sectores conservadores del peronismo- le había conferido una capacidad plástica para posicionarse dentro del campo político. Precisamente, con el peronismo surge una primera identificación: por el objetivo popular que autoproclamaba El Tribuno era lógica su acercamiento al ragonismo pero inevitablemente mediado. De allí que su vocación dejara de ser sólo un llamado y se transformara lisa y llanamente en un ejercicio político, un apoyo al candidato justicialista.
En la campaña del marzo de 1973, se puede observar un primer acomodamiento de sus posiciones. Un silencio previo a la constitución definitiva de las candidaturas y luego, una efervescente patrocinio a Miguel Ragone. Borrat propuso que el campo de la acción política del periódico es la influencia. Sin embargo, este concepto no está claro y al mismo tiempo es poco operativo. Un diario actúa dentro del escenario de lo posible, con candidatos y actores reales, de allí que el apoyo sea siempre a los actores decisivos y preeminentes. Propusimos que en determinados casos, la acción política puede ser directa, es decir sosteniendo una candidatura de la cual depende algunos de los miembros de su cúpula editorial. Por eso, El Tribuno pasó de la influencia a la acción, ya que el mismo Roberto Romero actúo en la campaña de Ragone como tesorero. Esta relación directa con la política regional se tradujo en la negativa al durandismo acusado de ser una traición al peronismo. Acompañada a su vez, por una estrategia de mayor duración que pretendía acercar los sectores conservadores al reabierto Partido Justicialista. De allí, una primera diferencia notable con el ragonismo. Mientras que el discurso de El Tribuno intentaba seducir al conservadurismo, Miguel Ragone era visto como el artífice de la “patria socialista”, en estrecho vínculo con la Juventud Peronista. Vimos también que el ejercicio político se mixturaba con algunas tradiciones propias del universo social salteño como el carnaval. En las columnas de Tombolito, esta noción va a tener su mayor expresión combinando los elementos populares, folclóricos y religiosos en un primer apoyo al ragonismo. El resultado de las elecciones demarcó el fin de este primer apoyo y la apertura de una nueva estrategia que legitimara el acercamiento de ambos actores pero ya sin las batallas conceptuales, que habían imperado durante la campaña (en especial por el significante Perón).
Después del 11 de marzo de 1973, las menciones al tiempo social se vuelven cada vez más asiduas. Se compara al momento presente con las luchas por la independencia como si se tratara de la reedición de un heroísmo largamente pospuesto (…) El resultado fue una estrategia que legitimaba al gobernador electo, a la vez que posicionaba al diario como su ayudante más valioso, siempre del lado del pueblo. En última instancia este ejercicio daba un orden a todo el universo social descrito por el diario. A través de él pudimos describir quienes eran sus enemigos: el quedantismo y la subversión. Aquello que el diario llamaba “quedantismo” no quedaba claro. Se trataba de una noción difusa, parecida al “contrera” u “oligarca” propio del peronismo, pero sin una referencia estricta al dueño de la tierra. Se trataba de un enemigo borroso que en realidad, podía ser corporizado en aquellos que en el diario vieron como enemigos al desarrollo. La subversión, en cambio, era fácil de señalar. Precisamente, a partir de septiembre de 1973 se convertirá en una amenaza constante para el diario, que acusará al mismo gobierno que apoyó.
A partir de la asunción del nuevo gobierno, el relato épico va entrar en crisis. Precisamente, se utilizará un discurso que uniera caminos argumentativos distintos, oposiciones discursivas que permitieran al diario una salida al difícil entramado que se había presentado. La vuelta de Perón significa la completa transición del sujeto del heroísmo al líder justicialista que había llegado al país. Ragone en ese momento, se transforma en un mero ayudante de Perón en Salta que hasta es cuestionado como tal. Es visto como un ayudante menor, que no tiene la capacidad de superar las distintas oposiciones que se estaban gestando dentro de su gobierno. Estas estrategias de duplicidad pueden ser leídas como un posicionamiento transitivo dentro del campo. Su resultado es evidente: en algún momento la oposición se debe volver efectiva.
Mientras tanto a nivel nacional, la oposición Tendencia-ortodoxia estaba llegando a sus puntos críticos. La masacre de Ezeiza puso en primer plano la confrontación de las ramas sindicales con la JP y a partir de la muerte de Rucci sus repercusiones en la provincia serían ineludibles. La publicación del llamado “documento reservado” produjo una verdadera caza de brujas, a la vez, que los sectores opositores al gobierno de Ragone habían marcado su presencia en la toma a la casa de gobierno. El resultado es una rápida escisión de El Tribuno. Se pregunta por la capacidad represiva del nuevo gobernador y si entre sus más cercanos colaboradores no habían “infiltrados”. El resultado es una lenta asimilación del ragonismo a la Tendencia, y sobre todo a Montoneros. La falta de una respuesta gubernamental incentiva a El Tribuno a reafirmar sus dichos en contra. En ese momento, la duda se transforma en respuesta: el gobierno de Ragone estaba en connivencia con los grupos armados.
En este punto las cartas ya están dadas, mientras a nivel nacional las provincias asociadas con la Tendencia (Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Santa Cruz, además de Salta) ya han sido intervenidas o su intervención ya está en ciernes. En ese momento El Tribuno clama por una solución similar al conflicto salteño. Llega al extremo de considerar a la provincia como la “Pekín” del norte, en una clara alusión al maoismo del Ejército Revolucionario del Pueblo. El enemigo subversivo y quedantista era identificado con el mismo ragonismo, que en esta ocasión era el opuesto binario al mismo Perón. En este ejercicio vemos un intento desperonizar al gobernante. Lo cual modifica plenamente la estructura que había imperado desde el ascenso de los candidatos. El enemigo de Perón era el mismo gobernador salteño. De allí que el puesto de ayudante en Salta quedaba bacante y por ende, sería una posición ansiada y reivindicada por El Tribuno para sí mismo.
En este punto, notamos una segunda estrategia política directa. Después de la muerte de Perón, cuando la intervención federal a Salta era “cosa juzgada a nivel nacional”, se publicarían una serie de editoriales con la firma de Roberto Romero. La rareza de estos artículos no es un dato menor, se encontraban casi siempre en la portada del diario y se referían a apoyos a la nueva presidenta, Isabel Martínez de Perón o a símbolos clásicos del peronismo, como Eva Duarte. Estas editoriales deben ser pensadas como la búsqueda de asimilar un capital político disponible, es decir, la representación del peronismo en la provincia de Salta. La intervención federal había quedado signada y por ende, el nuevo lugar de El Tribuno ya esta asegurado.
De esta manera, el triunfo frente a la confrontación con el gobierno ragonista constituye la ganancia de un capital político en el entramado del peronismo salteño, que sería reivindicado en el ejercicio democrático posterior, a casi diez años. Precisamente, esta obsesión por la actuación política permite afirmar que en este momento la preeminencia del campo económico se encuentra invertida. El diario prefería tomar partido aunque ello le costara la pérdida de lectores. Por ende, el campo político tiene supremacía sobre los otros campos de acción del diario (periodístico, económico o intelectual). Con esta afirmación, pretendemos dar un significado global a las luchas, despliegues e interpretaciones que llevó a cabo El Tribuno y permite visualizar por qué sus posicionamientos eran tan cambiantes y a la vez, tan claros.
Pero el fin político de Miguel Ragone es también su muerte. Esto quiere decir que el entramado de significaciones que eran posibles en la década del ’70 se traducía en violencia efectiva. La identificación con Montoneros, pese al rechazo del gobernador, en un momento dominado por la lucha a la subversión no podía significar otra cosa que una condena a muerte. Este planteo no puede ser pensado de un modo lineal pero tampoco descartado en nuestros resultados.
Emprendimos esta investigación buscando aquello que constituyó al diario El Tribuno como “el gran enemigo de Ragone” y descubrimos en cambio, no sólo un entramado de relaciones complejas que definieron el peronismo de esos años, sino también un relato constitutivo de uno de los actores políticos que aún hoy tienen supremacía en la provincia. Para concluir, nos gustaría transcribir algunas palabras de Miguel Ragone. El día de de la intervención a su gobierno se publicaba la siguiente entrevista en el diario La Opinión: “-¿No está nerviosos?; -¿Por qué voy a estarlo? Esto lo recibo con tranquilidad ¿cómo puedo tomarlo? Yo vine con dignidad y me voy a ir con ella, sin que nadie me pisotee porque yo nunca he sido trapo de nadie; -Su caída se atribuye a las vinculaciones con la Tendencia; -Esa es una versión antojadiza. Yo he gobernado para todos sin excepción. También han dicho que hice un gobierno oligárquico. He tratado simplemente de cumplir con todo el pueblo, respetuosamente. Perón volvió a este país para unificar y esta también fue mi consigna. (…); -¿Dejará el peronismo?; -De ninguna manera: allí nací, no voy a cambiar ahora. Me iré a descansar y luego volveré a mi profesión. Esta decisión se ha tomado porque se cree que es por el bien del país y voy a acatarla” (Diario La Opinión, 24 de noviembre de 1974, pág 21)
Quizás, como ha afirmado Jesús Pérez, esa irrenunciable honestidad era su forma de ser un combatiente. Por lo pronto, sus afirmaciones adquieren una resonancia trágica y hace pensar que se trataba de un hombre radical, precisamente por su honradez.