(*) Por Enrique J. Derlindati

Año 2022, Salta, leemos que aunque se planifica infraestructura vial con elementos recomendados con base científica, se desestiman las obras por “costosas”; leemos que se desaloja un edificio pionero en la investigación aplicada a la salud pública y con un valor arquitectónico e histórico enorme con el objetivo generar un polo inmobiliario y lo justifican como “puesta en valor”., o de que nunca hubo un científico en los organismo de ciencia y tecnología provinciales, de su total ausencia en los entes municipales. Así es como vivimos actualmente. Como ejemplo cotidiano es más frecuente encontrar en los medios de “información” secciones de astrología y tarot que de ciencia y tecnología, casi no existe ninguna referencia a la ciencia o los científicos locales y su trabajo. Actualmente la sociedad está inmersa en una serie de procesos de cambio socioambientales complejos, donde las herramientas científicas son clave y no se ve explícitamente que se las tenga en cuenta.

Pero no solo es responsabilidad de los funcionarios. En nuestra cotidianidad, como ciudadanos, ¿Cuántas veces nos preguntamos qué es lo que se está haciendo en ámbito científico local? O como científicos ¿Cuántas de nuestras investigaciones responden o se aplican a las inquietudes de la comunidad? y ¿Qué hacemos para que estas investigaciones sean conocidas por todos? Con estas palabras no busco denunciar o quejarme, busco que reflexionemos juntos y tratemos de encontrar un camino beneficioso para todos. Tampoco pretende ser un ensayo sobre ciencia, resumir la historia de la ciencia en unas pocas palabras es casi imposible y hasta inadecuado, pero intentaré sintetizar aspectos claves que puedan ayudarnos a entender y reflexionar sobre su valoración (o desvalorización) actual. 

La ciencia se inicia de manera casi intuitiva para responder preguntas de nuestro entorno a través del poder de la razón y la lógica, capaz de resolver todos los problemas incluso sin necesidad de experimentos o pruebas, es la escuela de personas como Aristóteles o Platón. Esta ciencia deriva en la filosofía, y su lógica se mantiene tan arraigada que incluso actualmente genera tal confusión que pone a un mismo nivel lo “que opino” de lo “que veo”, al mismo nivel “lo que pienso” de “lo que muestran las evidencias”. Esta confusión nos lleva a considerar que cualquier opinión es válida y a que en muchos casos las decisiones se tomen por simple capricho. Por ejemplo este razonamiento llevó a que durante siglos (y me atrevo a decir que actualmente también) se pensara que un objeto pesado cae más rápido que uno liviano sin probarlo empíricamente. Más delante, en el siglo XVI Galileo Galilei demostró que si dos piedras desiguales se dejan caer simultáneamente, estas llegan al suelo al mismo tiempo (y no, no lo hizo desde la torre de Pisa). Este simple hecho abrió una nueva etapa en la comprensión del entorno, inaugurando una etapa en la ciencia. Varios siglos después desembocó en la Revolución Industrial del siglo XIX que llevo a la humanidad a creer que la ciencia era “mágica” y capaz de transformarlo todo a través de las máquinas, la idea de ciencia y desarrollo se unen, y toda transformación es vista como algo positivo. Comienza la verdadera transformación del mundo por y para el humano. A partir del siglo XX Comienza la gran era de los descubrimientos científicos, aparecen los rayos X, el electrón, la radioactividad, la estructura del ADN, la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica o la teoría ecológica, y con esto la noción de que la ciencia servía para todo y explicaba absolutamente todo. Esta concepción con su mal entendimiento o aplicación llevo a grandes errores a veces con nefastas consecuencias. En el afán de mejorar la calidad de vida de las personas se usaron nuevos descubrimientos muchas veces sin comprender completamente sus efectos y de manera apresurada, o se buscó respuestas en la ciencia de preguntas de otras disciplinas como la existencia del alma o la existencia de dios. Así llegamos a la situación actual. En donde estamos en un planeta dominado por tecnología producto de estos avances científicos y al mismo tiempo nos encontramos en un proceso donde la ciencia es subvalorada. Volamos en aviones, recibimos y transmitimos datos a través de satélites pero dudamos si la tierra es plana o no, conocemos la biología de bacterias y virus, de su existencia, pero dudamos de las vacunas, y podemos nombrar muchas cosas más. Esta situación se vuelve más grave cuando vemos mandatarios y políticas públicas fundamentadas en opiniones y sus lógicas consecuencias. 

Y aunque después de este párrafo sí parece un ensayo, volvamos al punto inicial. La ciencia no es mágica ni mucho menos, tampoco da la respuesta a todas las preguntas de la humanidad, pero si es una manera sistemática de entender y resolver problemas prácticos, reales. La investigación científica nos permite encontrar relaciones de causa y efecto, y dentro de límites claros predecir resultados. Nos permite anticiparnos a conflictos y problemas y resolverlos en base a evidencia. También nos permite cuestionar (no negar, que no es lo mismo) procesos conocidos y desarrollar soluciones nuevas. Es la herramienta que debemos tenerse en cuenta a la hora de tomar decisiones y para desarrollar políticas públicas en aspectos como ambiente, salud, economía y sociedad. Ya lo dijo Claude Bernard (1813-1878)  biólogo francés y fundador de la medicina experimental: “la ciencia es Nosotros”. 

 

(*) El autor es Dr. en Ciencias Biológicas, Investigador y docente en las cátedras de Biología de la Conservación y Ecología en Comunidades Áridas y Semiáridas, Fac. de Cs. Naturales y Consejo de Investigación de la Universidad Nacional de Salta.