Un repaso por una de las obras del pedagogo que dedicó su vida a la enseñanza.

Por Andrea Sztychmasjter *

Marco Fabio Quintiliano nació en España hacia el año 35 d.Ç, luego se trasladó a Roma, donde ejerció la retórica y se dedicó por 20 años a la enseñanza de la juventud. 

La obra de la que me voy a valer para realizar este breve resumen es Institutio Oratoria que Quintiliano dedicó a su amigo Marcelo Vittorio, a fin de que el hijo de éste y su hijo propio, aprendiesen bien el arte de la oratoria. 

Sin embargo, suceden hechos sumamente trágicos en la vida de Quintiliano, primero muere su esposa y luego mueren sus dos hijos pequeños. Quintiliano necesita buscar una razón para vivir y justamente la encuentra en la enseñanza de la retórica y en seguir escribiendo el libro. Según cuenta el propio Quintiliano su hijo primigenio que muere a la edad de 10 años poseía todas las aptitudes de un genial orador. 

Quintiliano en una de sus principales obras, Instituciones oratorias, recomienda y cita permanentemente a Cicerón. Ambos entendían que por las escuelas de retórica debían pasar los hombres que se formarían como buenos ciudadanos participes de la política. El modelo ideal para ambos era el hombre capaz de unir sabiduría y elocuencia para entregarse al servicio de sus conciudadanos y gobernar ciudades y fundarlas con leyes. Cicerón es considerado como el primero en formular una teoría pedagógica en lengua latina y el primero en explicar la importancia que en el aprendizaje poseen los dones naturales como la conformación física, el timbre de voz y la memoria. 

A pesar de las similitudes que existen entre las concepciones de Quintiliano y Cicerón principales referentes de la retórica medieval, algunos especialistas señalan que existen también diferencias. Entre ellas la elevada exigencia moral que Quintiliano le reclama a un orador perfecto. 

Quintiliano plantea en su Instituciones oratorias, cuyo principal objetivo radica en formar al futuro orador, máxima aspiración en la educación romana, al referirse a la primera educación que recibirá un niño que el padre no deberá esperar a que el hijo se desarrolle, sino que depositará en el los mejores proyectos desde el principio. 

Quintiliano específica que hay que poner especial cuidado al elegir nodrizas para que cuiden de los hijos, y no debemos acostumbrar ni siquiera en la infancia a un lenguaje que tenga que desaprender. Los niños asoman esperanzas de muchísimas cosas, dirá, las que si apagan con la edad, es claro que faltó el cuidado no el ingenio.  Naturalmente, dice Quintiliano conservamos lo que aprendemos en los primeros años. Quintiliano aconseja a diferencia de otros pensadores griegos, que decían que los niños antes de los 7 años no estaban aptos para aprender, que ya en esa edad se les puede ir enseñando cosas y con ello concuerda con Crisipo. Aconseja la enseñanza de la lengua griega, de la pedagogía a través de los juegos y el no ser demasiado exigente para que después no aborrezca el estudio. 

Ya en la escuela del retórico el joven aprendía el arte de la palabra y el arte de vivir de acuerdo a lo que los romanos entendían por humanitas, conjunto de cualidades morales e intelectuales propias del hombre que ha recibido una educación esmerada. 

Defensa de la educación pública

Por el contexto educativo de ese entonces en donde las familias adineradas preferían la educación doméstica, Quintiliano es uno de los principales defensores de la escuela pública apoyándose en razones pedagógicas. Quienes defendían la educación doméstica se escudaban en dos argumentos: uno, que mezclar a los niños con los jóvenes era perjudicial, y dos que un preceptor con muchos alumnos era menos eficaz que un profesor con un solo alumno. 

La respuesta de Quintiliano para defender la pública educación también es de índole moral y pedagógica. Por un lado, señala que los vicios o malas costumbres se aprenden tanto en la casa como en la escuela y todo dependerá de la vigilancia del padre o madre.  Menciona que los niños dicen y hacen lo que los mapadres les han enseñado y de ellos han oído. Por eso define que no aprenden los males en la escuela, sino que los llevan a ella.

Con respecto al otro de los argumentos de quienes defendían la educación doméstica, dice Quintiliano que solo los profesores mediocres prefieren un solo alumno. Para defender esto se vale de una hermosa metáfora que dice: “La voz del preceptor, no es como la cena que cuántos más hay, a menos toca, sino como el sol, que esparce a todos su luz y calor”-

Quintiliano especifica sin embargo que, aunque ninguna de las dos cosas se pudiera lograr, siempre se antepondrá la luz en una junta de niños buenos y honrados a la oscuridad de una enseñanza clandestina y doméstica. 

Después de estas refutaciones, el autor señala sus propias opiniones de lo que él considera lo mejor en la enseñanza: dice que el que ha de seguir la elocuencia, y ha de vivir en medio de grandes concurrencias y a la vista de la república, debe acostumbrarse desde pequeño a no tener miedos a los hombres y a no llevar una vida oculta y retirada. Se pregunta, si se lo aparta de la sociedad, que es natural a los hombres, ¿Dónde va a aprender aquel conocimiento que se llama común? En sus casas solo aprenderán lo que se les enseñe a ellos, pero en las escuelas lo que a otros. 

Respecto a los maestros señala que uno no puede hablar de la misma manera cuando tiene en frente a un alumno, que cuando son muchos. “la elocuencia por la mayor parte consiste en el fuego en el ánimo”. Si el hombre no tuviera otro hombre con quien comunicar, no habría elocuencia en el mundo.

* Este breve resumen forma parte de un trabajo titulado “Retórica medieval: Quintiliano y la primera educación”, si te interesa leer más podés escribirme a andreaszty@gmail.com