Que los principales apellidos vinculados a la vida política provincial y nacional coincidieron con aquellos que tuvieron las más importantes propiedades urbanas de la época es algo que ya sabemos y sigue pasando

Por Karla Lobos

Cuando el primer Uriburu llegó a Salta, el sistema de flotas y galeones estaba en retirada y había comenzado la reorientación atlántica del Alto Perú.

Joseph Uriburu, como tantos otros, venía del norte de la península Ibérica. Desde allí muchos vascos y navarros partieron hacia la América española para dedicarse a la actividad mercantil o para incorporarse a las magistraturas coloniales. Joseph nació un 12 de setiembre de 1757 y siendo muy joven partió para América junto a su amigo Ignacio Benguria. Llevaba consigo un nombramiento en las Reales Aduanas del Perú. El destino de Joseph Uriburu e Ignacio Benguria era el Virreinato del Perú, pero decidieron poner fin a su larga travesía en la ciudad Salta. La estrategia para vincularse con “gente como uno” de la sociedad local fue el matrimonio conveniente. Entonces, los jóvenes peninsulares se casaron con descendientes de familias “beneméritas”, llamadas así por provenir de los primeros grupos de españoles que habían conquistado la región.

Cuando José Evaristo Uriburu, escribió el prólogo de las Memorias de su tío Dámaso, dejó establecidos los principios que estructuraron y diferenciaron al grupo dominante, tanto en la época de su abuelo, Joseph, como en la suya propia: “… Nació en la ciudad de Salta en el año 1792, siendo sus padres don José de Uriburu y doña Manuela de Hoyos y Aguirre, descendiente por línea materna de don Francisco de Aguirre, conquistador, fundador y primer gobernador de Santiago del Estero”.

El prestigio, asociado al origen social, era dado por la mujer, y el varón aportaba a la sociedad matrimonial el atributo de su condición de peninsular. Esta característica ya había perdido su rasgo de estatus cuando el ex presidente argentino redactó el prólogo en 1934. Sobre todo por la inmigración española de campesinos de fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, que le quitó envergadura a uno de los principios diferenciadores más importantes reelaborados durante la segunda mitad del siglo XVIII. Los matrimonios traían aparejadas mayores riquezas en tierras, vinculaciones políticas y un entramado de relaciones familiares y sociales que en el caso de los Uriburu actuó como principio estructurante en la toma de decisiones y el accionar posterior. Tras casarse con las hermanas Manuela y Juana González de Hoyos y Aguirre, Joseph e Ignacio quedaron vinculados a través de una prima de sus esposas, Serafina de Hoyos y Torres, con Juan Antonio Álvarez de Arenales, quien adquirió notoriedad por su participación en las guerras de Independencia. Sus hijos también se posicionaron en el entorno del héroe del combate de La Florida por medio de uniones matrimoniales. Es así que Evaristo, hijo de Joseph, contrajo enlace con Josefa, hija del general Arenales.

Joseph Uriburu, con 35 años, se insertó en una red de relaciones que rápidamente lo afirmó en la actividad mercantil, adquiriendo la condición de “vecino” en el universo político local. En las dos últimas décadas del siglo XVIII, Salta fue detrás de Córdoba, el segundo centro de comercialización más importante del interior. Joseph Uriburu fue uno de los comerciantes que se dedicaron a la compraventa de efectos de castilla en la plaza local y el Alto Perú. En el último tramo del período colonial creció el comercio mular y fueron estos comerciantes los más fuertes habilitadores de tropas. Se convirtieron, además, en controladores de buena parte de la producción local por ser fiadores en los remates de diezmos de la jurisdicción.

Este proceso de encumbramiento económico del sector mercantil tuvo su correlato político. En la década de 1800 estos peninsulares lograron prácticamente controlar los cargos capitulares. Joseph Uriburu e Ignacio Benguria cumplieron con esa trayectoria. El primero fue regidor del Cabildo en 1802 y ocupó otros cargos capitulares entre 1804 y 1805. Su amigo y concuñado también fue regidor en 1805.

El matrimonio Uriburu-Hoyos y Aguirre, acorde con su posición social, asentó su hogar a menos de cien metros de la plaza principal y a otros cincuenta del Convento San Francisco. Esa casa, convertida hoy en museo sobre la actual calle Caseros, vio crecer la prole en los años siguientes. La primera fue mujer y llevó el nombre de su madre. Le siguieron ocho varones: Dámaso, Evaristo, Vicente, Pedro, Juan Nepomucemo, Casimiro, Camilo y José María. Luego de la seguidilla de varones la décima y última de los hermanos fue Juana. Todos ellos contrajeron matrimonio con personas representativas de la sociedad local de la época: Manuela se esposó con José de Navea; Dámaso con Teresa Poveda e Isasmendi; Evaristo con María Josefa Álvarez y Arenales; Vicente con Juliana de Ávila; Pedro con Cayetana Arias Cornejo; Juan Nepomucemo con Casiana Castro Sanzetenea; Casimiro con Mercedes Patrón y Escobar; Camilo con Delfina Uriburu y Maza; Juana se casó con Juan Incháustegui.

En esos momentos, los intereses de los padres, o de la familia más extensa, estaban por encima de toda libertad de elección individual a la hora de casarse. El hogar de los cónyuges estaba inmerso en una red de parentesco más amplia, donde la mujer cumplía un importante rol de nexo y articulación de los intereses materiales, los lazos emocionales y la inculcación de los valores y creencias dominantes que aseguraban la reproducción y la identidad familiar. Fue frecuente el matrimonio entre primos en las familias de elite. Un ejemplo de estos acuerdos matrimoniales fue el enlace de Saturnino San Miguel con Carolina Ovejero. El pretendiente era uno de los más prósperos comerciantes de Salta. Luego de que su tío, José Moldes, fuera asesinado en 1824, se había radicado en Buenos Aires y allí formó una sociedad con otro acaudalado porteño, Gregorio Lezama. Sus negocios habían sido más que exitosos: instalaron mensajerías, líneas de carreta y adquirieron tierras en Palermo, Santa Fe y Santiago del Estero. La fortuna de San Miguel llegó a ser tan grande que sus contemporáneos comentaban que ni en varias generaciones sería posible gastarla. Por problemas respiratorios, Saturnino San Miguel se trasladó definitivamente a Salta cuando contaba con 60 años de edad. En esta ciudad conoció a Carolina, de 20 años, hermana menor de Sixto y Querubín Ovejero, propietarios del Ingenio Ledesma en la provincia de Jujuy y personas influyentes en la vida política local. Los cuarenta años de diferencia entre los novios no fueron obstáculo para que José Ovejero accediera al pedido formal de la mano de su hija. De este modo, Carolina se convirtió en la joven más rica de Salta. Previo a esto, Carolina le había pedido a su padre un mes para comprobar que el joven médico Cleto Aguirre no estuviera enamorado de ella y así tomar la decisión acertada, pero como el pretendido eligió a Dolores Uriburu como compañera de baile en una reunión, Carolina acató de inmediato la decisión de su padre.

San Miguel no logró construir una identidad familiar propia, pese a que su padre siguió una trayectoria semejante. Proveniente de Lima, donde se había desempeñado como jefe de la Real Aduana, Antonio San Miguel se instaló Salta en 1790. Nueve años después se unió en matrimonio con Josefa Moldes, veinte años menor que él, hija de Juan Moldes, propietario de una de las principales casas comerciales de la época. Tras este casamiento el apellido San Miguel quedó subsumido en el de los Moldes. Décadas más tarde, luego de esposarse con Carolina, Saturnino quedó identificado con el apellido Ovejero. En ambos casos, esposos y apellidos fueron absorbidos por redes familiares con fuerte identidad propia. Sucedió lo opuesto con Joseph Uriburu, quien rápidamente consolidó una identidad familiar. Manuela y su apellido quedaron incorporados al nuevo entramado que tejían las relaciones de su esposo y de sus hijos. Al momento de esposarse, la familia Hoyos y Arenales no contaba con la fortuna y la influencia política que habían alcanzado los Ovejero cuando contrajo matrimonio la más pequeña de sus hijas. Contrariamente a lo que sucedió con sus cuñados, Sixto y Querubín, ni el esposo ni el suegro de Carolina habían mostrado demasiado interés por incursionar en la política local ni nacional o en hacer suyas las disputas de la elite. “Había dedicado su vida al trabajo, no era patriotero ni amante del criollismo, ni le gustaba la política. Sin embargo llegó a ser gobernador interino de la provincia de Salta en el año 1871”, así los describió la nieta de Saturnino. Distinto camino siguieron Uriburu y sus hijos, quienes intervinieron directamente en las disputas internas del grupo dirigente y fueron actores insoslayables del proceso político provincial y nacional por más de un siglo.

Al fallecer Saturnino San Miguel después de una estadía en el Viejo Mundo, Carolina regresó a su tierra natal, conoció a Salvatti, un italiano 20 años menor, por el que dejó a sus hijos y se radicó definitivamente en Italia.

El gran número de hijos de Joseph incidió para que la red familiar adquiriera una identidad familiar propia que remitía directamente al apellido. Actualmente se lo ubica a Joseph Uriburu como el “fundador de la familia”. No pasó igual con Antonio San Miguel, que sólo tuvo un hijo, Saturnino y falleció cuando apenas había cumplido 17 años. Este hecho, sumado a los 40 años que San Miguel vivió alejado de Salta, incidieron para que éstos no pudieran construir una identidad familiar y una red de vínculos. Pese a su fortuna, el apellido fue absorbido por el de los Ovejero.

Ignacio Benguria, por su parte, reunió los tres rasgos enunciados: contrajo matrimonio con una descendiente de las familias beneméritas, tuvo 8 hijos y también integró el Cabildo de Salta en los primeros años del siglo XIX, pero pese a poseer todas estas condiciones, no concretó una red familiar. Es más, su apellido desapareció posteriormente. Ni Ignacio ni Joseph eligieron emparentar sus descendencias entre sí. Sus hijos tampoco se unieron en matrimonio con referentes de familias que llevaban largo tiempo afincadas en Salta y estaban socialmente posicionadas. Los elegidos, hombres o mujeres, fueron peninsulares o hijos de peninsulares que habían logrado una fortuna respetable y prestigio. No se enlazaron con los Gurruchaga ni con los Moldes, que eran consideradas las familias más importantes del Siglo XVIII.

La primogénita de Joseph, Manuela, contrajo matrimonio con Juan Bautista Navea, un peninsular afincado en Salta desde 1800 y que hacia 1826, el año de su casamiento, había amasado ya una importante fortuna. Idéntico camino siguió la menor de los Uriburu, Juana, quien se casó a mediados del siglo XIX con el español Juan Inchausti. Ambas tenían más de 30 años cuando contrajeron nupcias. El primero de los matrimonios afianzó el vínculo de dos familias opositoras al “Güemesismo” (Martín Miguel había fallecido en 1821), los Uriburu y los Arenales. Evaristo contrajo nupcias con su prima segunda Josefa Arenales. De esta unión nació quien sería décadas más tarde presidente de la República, José Evaristo Uriburu. Casimiro fue quien se enlazó más joven. La elegida fue una hija de peninsulares dedicados en forma exitosa a las curtiembres. Mercedes Patrón Escobar, que ligó a los Uriburu con quienes décadas más tarde fueron los Patrón Costas. Robustiano, gobernador de la provincia de Salta, senador nacional y vicepresidente de la Nación, fue hijo de un hermano de Mercedes. Del matrimonio Uriburu-Patrón nació Francisco, hombre de negocios que acompañó al presidente Miguel Juárez Celman como ministro de Hacienda y accedió ocho años más tarde a una banca en el Senado nacional por la Provincia. Juan Nepomucemo Uriburu desposó a Casiana Castro Sanzetenea, nieta de un peninsular e hija de Pedro Antonio Castro González, coronel realista fallecido en 1867, Casiana había nacido en Villa de Oruro en el Alto Perú en 1815. Juan Nepomucemo fue, 16 años después, concuñado de Luis Güemes, el primogénito del general Martín Miguel de Güemes, que contrajo enlace en 1850 con Rosaura Castro Sazetenea. Evaristo Uriburu fue uno de los testigos de ese casamiento.

Las dos últimas décadas del siglo XIX encontraron a Pío -hijo de Juan y Casiana- y a Martín -hermano de Luis Güemes- en grupos políticos opuestos. La unión del séptimo hijo de Joseph con Casiana Castro muestra que las alianzas matrimoniales no tuvieron necesariamente un correlato con las rivalidades políticas.

Cualquier semejanza con la realidad actual es mera coincidencia…