La crisis económica arroja un dato contundente: el crecimiento en la cantidad de comedores a raíz del aumento de demanda. Organizaciones sociales de Salta manifiestan su preocupación al respecto. (Nicolás Bignante)
El barrio, como esfera social, encierra una serie de mitos y paradojas que enfrentan lo poéticamente rescatable con lo marginal. Lo invisible con lo romántico y lo crudamente real con lo épico. Hablamos de ese campo de interacción entre la postal nostálgica y la lucha cotidiana que, por un lado, vende tango, fútbol y casas de colores, y por otro oculta el hambre, la pobreza o la falta de vivienda.
Cada vez que el país “atraviesa una tormenta”, para aprovechar la metáfora macrista, hay quienes se mojan la botamanga del pantalón y quienes quedan empantanados, inundados, a merced del tiempo y la asistencia. El barrio es también ese espacio social en donde se realzan las contradicciones del modelo económico, el espejo de las batallas perdidas de la política y donde se hace más evidente el fracaso del estado.
Nótese que hablamos de “el barrio” y no de “los barrios”, con la intención de despegar la mirada de definiciones más tecnicistas y/o asépticas. En parte porque, quien escribe, pasó buena parte de su vida en lo que podría considerarse un típico barrio de clase media salteño. Esos que aglomeran departamentos en prosaicas estructuras de concreto que elegantemente llaman “monoblocks”. O como diría “Pity” Álvarez –autor y cita escogidos con fines estrictamente publicitarios–: “Un gran camping con carpas de cemento, una arriba de la otra”.
La definición más formal apunta a que el barrio es “Parte de una población de extensión relativamente grande, que contiene un agrupamiento social espontáneo y que tiene un carácter peculiar, físico, social, económico o étnico por el que se identifica”. Profundizando un poco más en esto de la “identificación” encontramos otras definiciones que aseguran que es “una subdivisión de una ciudad o pueblo, que suele tener identidad propia y cuyos habitantes cuentan con un sentido de pertenencia”.
Sin embargo, poco y nada tienen en común las realidades de la Villa Lugano natal del cantante y confeso homicida, con las de Solidaridad, La Boca, Soldati, Floresta o Ampliación V° Juanita. Un barrio puede haber nacido por una decisión administrativa del gobierno, por un desarrollo inmobiliario (por ejemplo, un barrio obrero creado alrededor de una fábrica) o por el simple devenir histórico. Los asentamientos, las villas o las ampliaciones parecen quedar afuera de toda mística. No tienen un rostro amigable para exhibir, ni historias célebres que contar, salvo aquellas que llenan las secciones policiales de los diarios. Las crisis económicas les dejan secuelas crónicas y ningún tanguero se acuerda ni se acordará de ellos.
El recrudecimiento de estas desigualdades en los últimos meses, más allá de toda descripción literaria, es fácilmente palpable: el aumento de los comedores y merenderos comunitarios, el crecimiento de la economía informal, el desempleo y/o subempleo y la malnutrición infantil.
El recrudecimiento de estas desigualdades en los últimos meses, más allá de toda descripción literaria, es fácilmente palpable.
Quienes están en contacto fluido con estas realidades son las organizaciones barriales, de amplia llegada a los sectores populares. Los principales referentes de los movimientos sociales de Salta coinciden en que todos estos índices se agravaron en los últimos meses: bajo la órbita de Barrios de Pie, por ejemplo, funcionan 86 comedores distribuidos en 72 barrios. La concurrencia de niños y adolescentes entre 3 y 16 años se duplicó. Si se toma en cuenta que a los merenderos y comedores cada vez asisten más grupos familiares completos, la cobertura llega a aproximadamente 7000 personas. Niños y abuelos, los más golpeados. Desde el movimiento Evita, trabajan con 13 merenderos en Salta Capital y proyectan abrir 3 más la semana próxima ante la creciente necesidad. En cada uno de ellos, reciben entre 70 y 90 niños de barrios como: Gauchito Gil, Alta Tensión, La Paz, Las Colinas, entre otros.
Más allá de cualquier relevamiento, muchos de los comedores que funcionan en Salta trabajan en la informalidad absoluta, con escaso o nulo apoyo estatal y, en muchos casos, con la tutela de parroquias, centros vecinales o clubes deportivos. En cualquier caso, el sostenimiento de los mismos depende del esfuerzo diario de los vecinos organizados. Así lo entiende Noelia Aybar, vecina de Ampliación 20 de Junio, quien junto a un puñado de familias, abrieron hace dos semanas el comedor “Pancitas vacías” al que hoy asisten 150 niños. “Yo me levanto a las 6 de la mañana y empiezo a juntar el agua y prender el fuego. Después salgo a buscar el pan y las verduras. Veo muchos chicos que tienen necesidades. Son las 8 o 9 de la mañana y ellos ya están acá preguntando a qué hora está la comida”. Gladys, la almacenera del barrio, comenta mientras sirve las últimas porciones de arroz: “las familias en un principio compraban la verdura de a kilos, en la actualidad te piden una papa, una cebolla o una zanahoria. Conozco a todos los chicos del barrio. Ante tanta necesidad ¿cómo no vamos a hacer algo?”.
Muchos de los comedores que funcionan en Salta trabajan en la informalidad absoluta, con escaso o nulo apoyo estatal y, en muchos casos, con la tutela de parroquias, centros vecinales o clubes deportivos.
El crecimiento de la economía popular es el síntoma irrefutable de que, en los barrios, el desempleo se siente más fuerte. El investigador del CONICET, Pablo Pérez, en su trabajo “La inserción ocupacional de los jóvenes en un contexto de desempleo masivo” sostiene que: “Los pobres soportan una parte desproporcionada de las variaciones cíclicas del desempleo, los trabajadores pobres no tienen la formación específica ni la antigüedad que resguardan a los trabajadores calificados frente a las fluctuaciones del mercado”. Esto acontece mientras el municipio y la provincia planifican estrategias para desalojar a manteros y vendedores ambulantes del centro, por expreso pedido de la cámara de comercio. Mientras en diferentes zonas de la ciudad retoman la práctica del trueque y mientras crecen exponencialmente las ferias y mercados vecinales.
Pero el circuito de la economía popular termina de cerrar cuando los sectores más golpeados por la inflación, también se vuelcan en forma masiva a comprar esos productos. Oscar Monzón, referente de la CCC Salta lo ilustra claramente: “En la zona sudeste crecieron muchísimo las ferias, es impresionante la gente que hay. En Palermo, los domingos van productores chicos de verdura y hay una diferencia de precios muy grande. En Solidaridad, los productos de limpieza como el detergente o la lavandina son mucho más baratos que las ofertas que encontrás en los supermercados. En todos lados tiran los trapos y empiezan a vender”. A este humilde redactor le quedó muy en claro el concepto cuando, al salir de 20 de Junio luego de la cobertura, se topó con la oferta ineludible de 3 tortillas a la parrilla por $40, ofrecimiento irrechazable para cualquiera que lleva pocos billetes y varias horas fuera de casa.
En los barrios de Salta se entrelazan conflictivamente varias realidades. Los desaciertos de los gobiernos impactan de lleno en las calles de ripio nunca pavimentadas, en los merenderos improvisados en patios traseros, en las casas inundadas en verano y en los cuerpos malnutridos de ancianos y niños. “El barrio” y sus postales son el rostro imposible de maquillar por el modelo económico, la cara inocultable del ajuste.