Por Alejandro Saravia

Un epifenómeno es un episodio que se da «por encima» o «después» (epi) de otro al que consideramos principal, y al que se asocia sin que pueda afirmarse que forme parte esencial de él o que tenga influencia sobre él. En este sentido, se puede considerar que el epifenómeno, o bien simplemente «acompaña» al fenómeno principal, o bien «emerge» de alguna manera de él. La pandemia que azota al mundo entero vino a develar en toda su intensidad la crisis de nuestro Estado, y en cierta manera funciona como un epifenómeno. También tiene, obviamente, sus connotaciones políticas. Pero vamos por partes.

 

El Estado es un conjunto de instituciones con autoridad para crear normas y potestad para hacerlas cumplir. Max Weber señalaba que lo que lo caracteriza es el monopolio de la fuerza o de la violencia legítima. De las prestaciones elementales, primarias, que debe aportar el Estado, razón de su creación, están la seguridad, salud y educación públicas, defensa exterior e infraestructura. La razón de la prolongada y férrea cuarentena que debe soportar toda la sociedad es el pésimo estado de la salud pública. Ese fue el argumento: ganar tiempo para atarla con alambres.

 

Nos detengamos en tres circunstancias que nos muestran su crisis: la cuestión de la liberación indiscriminada de presos en provincia de Buenos Aires; la pretendida ruptura del Mercosur mediante la declamada ausencia en la mesa de negociaciones con diversos países para mapear su futuro comercial; el default por una supuesta auto declarada falta de esencialidad producido por los poderes legislativos y judiciales a nivel nacional y provincial.

 

Veamos. En su parte final el artículo18 de la Constitución Nacional dice que “…Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que  a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice…”

 

Cualquier persona que visite una cárcel en todo el territorio nacional podrá ver el pésimo estado en que las mismas se encuentran y la situación de congestionamiento en que los internos están. Podrá ver, también, que las mismas en lugar de transformar a esas personas en seres socialmente útiles son, en realidad, universidades del delito y denigración personal. En ello hay una palmaria responsabilidad del Poder Ejecutivo, sea del partido que fuere, por incumplimiento de la manda constitucional. Hay una corresponsabilidad del Poder Judicial y del Ministerio Público por no exigir ese cumplimiento.

 

El abarrotamiento de las mismas, producido principalmente por las excesivas detenciones preventivas en espera del juicio definitivo es responsabilidad del Poder Judicial, el que declarando tácitamente su falta de esencialidad prolonga sine die su feria como una consecuencia supuestamente necesaria de la emergencia sanitaria. Ahora bien, ese atiborramiento no justifica de ninguna manera la liberación indiscriminada de detenidos, sino que exige un análisis minucioso caso por caso. Otra falencia judicial.

 

Pero a esto debemos agregar un detalle que trasunta claramente esa crisis estatal: la negociación de un secretario de Estado con reos, encabezados por un asesino serial apodado «el concheto».  Patético. Todo ello bajo el supuesto desconocimiento de la titular del ministerio de Justicia del cual aquel funcionario era el segundo. También, dentro de ese ministerio, en una dependencia supuestamente destinada a la protección de los derechos humanos, otro funcionario bregando por la libertad de un corrupto confeso como Ricardo Jaime. Todo, también supuestamente con el desconocimiento de la titular del ministerio. A nadie se le pidió la renuncia, con lo que tácitamente se estaba respaldando la maniobra. Eso, y la liberación de otro condenado por corrupción, Amado Boudou, fue lo que condujo a este aquelarre carcelario. El mismo berretismo de siempre pero que en eso arrastra al Estado.

 

Una cuestión diferenciada pero que atañe a la existencia o no de un Estado, es el incausado, torpe, inoportuno, inexplicado e inexplicable abandono, de parte de un mero secretario de Estado, de las negociaciones que se realizan en el marco del Mercosur con otros países hacia un eventual tratado de libre comercio. El Mercosur es una de las dos únicas políticas de Estado iniciadas durante el gobierno de Alfonsín que se mantienen hasta la actualidad. La otra es la del Nunca Más a las violaciones a los derechos humanos, la que fue prostituida al politizarla. Pero aquella, la del Mercosur, no sólo nos hizo socios de Brasil sino que desvaneció la hipótesis de guerra que se mantuvo durante tanto tiempo y que condenó al olvido a toda la Mesopotamia. Eso es lo que se está dejando de lado, entre otras cosas.

 

Estos dos desatinos que denotan las falencias de nuestro Estado, en esta etapa, con o sin doble comando, son atribuibles al titular del Poder Ejecutivo nacional. Le guste o no. Para eso ejerce la presidencia, aunque cada día más se parezca a un Caballo de Troya.

 

La tercera cuestión a apuntar está ya señalada: el default de los  poderes  judicial y legislativo que en un dechado de irresponsabilidad reconocen que son prescindibles y que la vida, también supuestamente, es igual estén ellos o no. Pero aquí está la cuestión porque en su ausencia no solo crece objetivamente la presencia del Ejecutivo sino que desaparecen los controles sobre él y, fundamentalmente, la protección de los derechos y garantías de los ciudadanos. En una tierra acostumbrada a los autoritarismos, civiles o militares,  se refuerza la cultura de la voluntad por sobre la de la razón y el terreno se hace propicio para los aventurerismos, como en diversos aspectos se están insinuando. Contémplese lo que sucede en  ANSES, principal caja estatal. El gallinero al cuidado del zorro.

 

En definitiva, aunque suene duro bueno es ponerlo sobre el tapete. El partido gobernante mantuvo su popularidad a golpes de suerte y salvatajes impensados. Hubo golpes militares que no solo lo victimizaron sino que lo salvaron de la debacle. También tuvo la irresponsabilidad de embarcarnos sin límites en el neoliberalismo más salvaje rematando las joyas de la abuela, algunas de las cuales hacían a la esencia vital de nuestra sociedad. Nos desvertebró y nos endeudó. Después el viento de cola del yuyito y los excesos que precedieron y explicaron lo que, en definitiva, fue una frustración colectiva a grupas de la insoportable superficialidad del que reemplazó a la política por las encuestas, que los trajo de regreso. Hoy, el epifenómeno, la peste, le da sentido a un gobierno carente de programa.

 

Y acá estamos de vuelta, en los umbrales de una nueva aventura que, como todas las del pasado inmediato, dejaron hecho jirones al instrumento de organización social, el Estado. Todo es posible en el país de las desmesuras, pero todo, también, tiene límites.