Cual testigo que conoce los complejos pliegos de la realidad, la elección pasada sintetizó el núcleo crucial de la política hoy: la pérdida de centralidad electoral del PJ en la capital; y la consolidación, también, de una fuerza que por izquierda le disputara el control de puntos estratégicos del Estado. (Daniel Avalos)

Hablamos, obviamente, del PO y su excelente performance electoral. Fue el tema de la semana sobre el que todo salteño sintió la necesidad de opinar. Y en lo que muchos coincidieron fue en que ese aluvión de votos no podía explicarse ya con el recurso fácil del “voto bronca”, ese que los indignados suelen practicar para castigar a los que ocupan el poder. Porque hubo también allí un voto que, sin prescindir de la intencionalidad de castigar a alguien, se homogeneizó para canalizar esa indignación en una fuerza política a la que identifica como lo alternativo al poder. Convengamos…ese proceso no sólo lo capitaliza la izquierda trotskista, sino también una derecha representada por Guillermo Durand Cornejo que, en abril de 2011 y agosto de 2013, se impuso al PJ en la capital.

De allí, justamente, que una aproximación a los resultados exige no prescindir de lo que ocurre en el mismo PJ. No tanto para decir lo que todos saben: que hace décadas que quienes presiden el partido porque gobiernan la provincia, llevan adelante programas de gobierno que no se corresponden con los anhelos y las necesidades de amplios sectores. También para detenerse en aspectos no menos visibles que explican la crisis de hegemonía electoral de un PJ finalmente achanchado e inmerso en una interna infinita. Atrevámonos a usar un texto de Hegel – “La dialéctica del amo y el esclavo” – para explicar lo uno y lo otro. Servirá para ilustrar esa conducta justicialista propia de un amo que, convencido de la perennidad de su condición, se limita a esperar los productos terminados para sólo gozarlos. Una conducta opuesta a la de esos tiempos cuando – siguiendo con Hegel – para llegar a ser amo debía derrotar a otros que, deseando lo mismo, no pudieron conseguirlo porque sus temores eran más fuertes que sus deseos de ganar; o porque, directamente, fueron aniquilados por el deseo político triunfante. Uno con enorme astucia para convidar a potenciales rivales de los beneficios del poder, a cambio de que los beneficiados vaciaran de contenidos a los partidos que alguna vez conceptualizaron al justicialismo como lo absolutamente otro. Un amo, incluso, que adaptándose a los mandatos del mercado incorporó a tecnócratas de perfil gerencial, que corporizaron un justicialismo técnico de funcionarios apegados a esas sillas ergonómicas cuyas curvas coinciden con las características anatómicas de los jóvenes “peronistas” que sueñan con el personal trainer. Un justicialismo, en definitiva, que a pesar del esfuerzo de unos pocos carece de identidad social e histórica con las masas a las que dice representar, y en donde la ausencia de razonamientos ideológicos es la regla.

Un amo que, acostumbrado a la hegemonía de la que gozó por décadas, se convenció de que toda disputa por el poder se reducía a rencillas internas que hizo de cada elección un enredo de nombres y números de listas. Enredo que involucra a viejos justicialistas contra jóvenes tecnócratas que también dicen serlo, y a uno y otros contra conversos que abandonaron sus partidos originarios porque concluyeron que esos partidos no sabían hacer lo que el justicialismo hace muy bien: retener el Poder. Todos contra todos, mezclados unos con otros, aunque casi siempre enrolados en batallas mayores protagonizadas por hombres fuertes que pelean entre sí, sin que nunca nadie termine de vencer al otro. Esto último ha caracterizado al PJ en los últimos años: un empate múltiple permanente, en donde el vencedor ocasional no puede doblegar la voluntad del que no perdió del todo y por ello sigue contando con poder para dañar o vetar las iniciativas del que supuestamente ha vencido. Un partido en el que los resultados de elecciones separadas sólo por un par de meses, evidencian que algunos de los bandos moderan o multiplican los esfuerzos según el sesudo cálculo de saber quién será el que capitalizará un triunfo que, presentado como del conjunto, casi siempre beneficia a uno. Que Pablo Kossiner sea el elegido del Gobernador para comandar la campaña de cara a las próximas elecciones confirma que, tras la humareda, los sobrevivientes levantaron la cabeza para descubrir que cuentan sólo con un pedazo del vidrio roto por la explosión; que esos pedazos no alcanzan para que alguno se imponga sobre el otro; que la suma de los pedazos es superior en votos capitalinos a lo cosechado por Rodolfo Urtubey hace dos meses y que, ante ello, Urtubey quiere que alguien de confianza pegue los pedazos aunque sea con saliva, para salir de la incómoda situación de saberse, él también, víctima de esfuerzos moderados cuando su apellido está en juego.

Y allí, mientras los contendientes dirimen sus diferencias infinitamente… avanzan con tranquilidad otros actores que se cuidan de no tropezar con los luchadores exhaustos. Ellos son Guillermo Durand Cornejo, por derecha, y el Partido Obrero, por izquierda. Actores de concepciones ideológicas diametralmente opuestas pero que, sin embargo, comparten el común rasgo de haberse convertido en los actores que dieron forma concreta a las pasiones ciudadanas que demonizaron al justicialismo. Comparten también un límite preciso: el de contar con un número de militantes que no se corresponde con el caudal de votos del que gozan. Caudal que les permitiría a ambos, por ejemplo, disputar la intendencia capitalina hoy mismo, aunque con el potencial problema de ganarla y descubrir que no cuentan con cuadros políticos y técnicos suficientes que aseguren la ocupación efectiva de lo conquistado. La paradójica situación no tendría consecuencias similares para una y otra fuerza. Durand Cornejo podría sortear mejor esa situación porque, después de todo, representa a la vieja derecha subordinada al mercado. Situación que permite predecir lo obvio: que sus posturas antediluvianas no tendrán problemas en subordinar las venerables tradiciones, los símbolos de la salteñidad oficial y sus respectivos prejuicios a los mandatos de ese mercado que le proveería con cuadros de todo tipo.

Con el PO no sucederá eso. Porque el PO es la materialización de un marxismo cuyas ideas rectoras están en el siglo XIX: llamar a la lucha de clases, decirles a los trabajadores que la lucha es contra la burguesía, asegurarles a esos mismos trabajadores que más pronto que tarde serán ellos los sepultureros de esa burguesía cuya desaparición posibilitará la emergencia de un socialismo redentor. Nadie puede negar que el PO fue escrupulosamente respetuoso de esa concepción. Aunque tampoco nadie de los que siguen el desarrollo de las izquierdas, negará que el trotskismo estaba convencido de que llegaría al punto en el que hoy se encuentra de otra manera. Y es que, a diferencia de otras izquierdas y de los populismos latinoamericanos, el trotskismo parte de la certeza de que las masas reclaman el socialismo sin saberlo por su natural espontaneismo o por estar dirigidas por conducciones traidoras; que ante ello corresponde al partido revolucionario despertar la conciencia a través de múltiples luchas que en algún momento se articularán para generar un instrumento de poder que, dirigido por el partido de la revolución, tomará el poder. Un tipo de ecuación que podría sintetizarse así: como casi siempre el capitalismo se cae, casi siempre vivimos una “situación revolucionaria” (crisis de la economía capitalista + ascenso de las luchas obreras + crisis de las direcciones burocráticas – dirección revolucionaria), que ellos anhelan convertir en una “crisis revolucionaria” a la que se llega cuando una dirección auténticamente revolucionaria, conduce esa situación hacia una salida igualmente revolucionaria.

Y ahora la realidad ha decretado otra cosa. La de haber empujado al PO por caminos que la teoría no preveía. La realidad es así… una caprichosa que combinando el desgaste del PJ, los propios méritos del PO, presencia mediática asombrosa y otras variables políticas y sociales, le entregó a esta fuerza la posibilidad cierta de disputar con éxito el poder político no por dirigir las masas, sino porque puede representarlas parlamentariamente. Representados que mayoritariamente no creen en la concepción que el PO posee de la historia, pero que están dispuestos a delegarle la representación para hacer políticamente localizable y materializar en un territorio determinado las ideas que durante años esa fuerza presentó como deseables. Hasta ahora adujo que eso era imposible porque carecía de la fuerza necesaria en un parlamento dominado por el “régimen”. Esa situación de minoría testimonial ha concluido y todos esperan que con las poderosas herramientas de las que dispondrá en dos meses, empiece a concretar lo que hasta ahora ha sido la vocinglería difusión de principios. Un desafío enorme porque, aun cuando Rodolfo Walsh no es el intelectual y revolucionario que el PO venera en su propio panteón, ese Rodolfo Walsh sabía que la gente sencilla de costumbre sencillas, tiene poco apego por las elucubraciones complejas, aunque sus razonamientos siempre son “acertados con respecto a las cosas concretas”. Sectores que pueden apropiarse de los lenguajes políticamente puros contra la globalización, el capitalismo o las corporaciones, a condición de que los dueños de esos enunciados resuelvan los problemas concretos, de las situaciones concretas, que viven cotidianamente los condenados de la tierra. Es, en definitiva, la eterna discusión entre la izquierda marxista y esos movimientos que algunos, desde un linaje argumentativo liberal, denominan despectivamente populismos. Los últimos, acusando a los primeros de abrazar un cuerpo de ideas ideal pero irrealizable, que sólo sirve al revolucionario para huir de las responsabilidades y las tareas inmediatas que, bien resueltas y en medio de intensos conflictos, hacen que las masas se declaren progresistas, revolucionarias, anarquistas, peronistas, chavistas o trotskistas.

Allí radica la gran responsabilidad que el resultado electoral conseguido por el PO le ha posibilitado: no defraudar a todos aquellos que, habiéndolos votado, han confirmado maravillosamente que la idea de una Salta totalmente volcada a un conservadurismo y una religiosidad que la vuelve fatalmente resignada ante lo establecido… es una clara y evidente exageración.