La construcción de un cuerpo social y su aventura a través del tiempo no reviste demasiados misterios; hay hechos que marcan las conductas, particulares y colectivas, que actúan como inhibidores o desencadenantes de la manifestación de buena parte de lo que, en realidad, somos. Javier Plaza
Es el medio -Estado- el que nutre y moldea a la gente y, este, es producto de la acciones de los individuos y sus acuerdos –una serpiente que se muerde la cola-. Son los fundadores de ese tejido social, sus primeros administradores, los que generan una serie de experiencias compartidas y repetidas por la totalidad de los individuos. Los conflictos surgidos de infortunios y desavenencias internas construyen la impronta filogenética que hace al condicionante que forma “el inconsciente de Clan”.
Estos hechos políticos generan marcas en el colectivo y, en base a eso, edifican mitos con elementos simbólicos que piden, más que una lectura, un ritual que los interprete. Esta figura que postulo al debate es similar al trauma ancestral silenciado, surgido de vivencias dolorosas de un miembro de una familia, generado por un abuso y el estrés postraumático consiguiente que termina siendo una carga emocional transgeneracional.
Identificar los hechos políticos que han impactado con más fuerza en una sociedad posibilita entender su conducta, su idiosincrasia y, por ende, el manejo que tienen del poder y la organización. Esos dos ejes, el axial o del poder y el transversal o de la organización sostienen la estructura de un pueblo. No es casual que esos dos ejes formen una cruz que, cuanto más asimétrica es, muestra con más claridad dónde están puestos las valoraciones y dónde los temores. Las conductas de la gente son las que dictan la dinámica y las posibilidades de éxito de una administración.
Todas las imposibilidades que notemos a través de la historia son producto de un hecho traumático que afectó a la sociedad y no se ha podido superar. Nada se pierde en la historia. Todo está ahí: lo que se calla, lo que se esconde o lo que se niega… nada se pierde. Existe la excusa de que algunos hechos y las conductas surgentes pueden ser inentendibles pero eso es superable.
Los pueblos vienen de un mito y van hacia él; el mito puede ser anterior a su génesis o creado en su seno. Esos mitos surgen de la búsqueda de un desahogo, de la carga del conflicto irresoluto que impele a romper el silencio. La primera generación calla; la segunda decreta al conflicto original como innombrable y muestra los primeros síntomas del daño; la tercera generación lo hace impensable.
A partir de allí, hay una necesidad de romper el silencio y, esta, lleva a un discurso incongruente que lucha contra la sensación de vacío y de incapacidad. Los que no se puede hablar se manifiesta como contenido desorganizado donde lo reprimido retorna con otros vestidos: el mito representa al hecho pero, por sus características polisémicas, puede arrojar más de una interpretación ocultando la correcta.
Salta tiene dos mitos a falta de uno. Uno es el original y el otro surge como compensatorio o reparador. El mito de la destrucción de la Ciudad de El Esteco a manos de Dios, que reproduce el relato bíblico de la desaparición dramática de Sodoma y Gomorra es el primero: La leyenda cuenta que El Esteco fue la ciudad más opulenta de la región, habitada por gente que militaba la ostentación del lujo sin medida, el placer, la holgazanería y gustaba del maltrato a los esclavos y el desprecio a los pobres.
Gran cóctel para desatar la ira del Dios. En una ocasión, un misionero entró a la ciudad para redimirla; pidió limosnas y fue ignorado; predicó y fue burlado. Solo una mujer muy pobre con su pequeño hijo asistió al sujeto, sacrificando a su única gallina para darle de comer. Así, la suerte del poblado fue decretada y al día siguiente sería destruido por un terremoto. El misionero, agradecido, alertó a la mujer; le ordenó que abandonara el lugar por la madrugada, advirtiéndole de que no volteara a ver la catástrofe porque la desgracia también la alcanzaría.
La mujer obedeció y salió de El Esteco pero no supo vencer la tentación de mirar hacia atrás, convirtiéndose en una estatua de piedra. Dicen que, a la distancia, se la ve caminando hacia Salta; avanza dando un paso cada año. El final de la historia está abierto; la llegada de la mujer de piedra a la Ciudad Capital traería la misma destrucción que acabó con El Esteco.
La respuesta al relato de la destrucción de El Esteco es el mito del Señor y la Virgen del Milagro, por el cual, el pueblo de Salta hace un pacto de fidelidad con Dios ante la inminencia de una catástrofe natural que no se dará mientras su custodia sea la más importante de todas las voluntades. Pero el miedo no desaparece, está en suspenso, porque la mujer de piedra no deja de caminar hacia nosotros. La culpa de no resolver la injusticia nos persigue.
La historia de Salta se ha escrito con más omisiones que datos fidedignos. Sus inicios estuvieron envueltos en sangrientos conflictos internos debido al gobierno de terror que ejerció Hernando de Lerma. La pacificación forzada no eliminó determinadas conductas que se extendieron a la etapa finicolonial y a nuestros tiempos. Salta sufrió la pérdida de tres gobernadores a mano de acciones violentas y el ejercicio del poder ha superado por mucho al de la organización.
La coerción ha superado al consenso desde siempre. Al no resolver un entramado de conductas cuestionables y la falta de madurez política para encausar la sociedad, el mito deposita esa empresa en el poder divino, aceptando que la voluntad de los ciudadanos es insuficiente para superar las carencias heredadas.
El silencio, la culpa y la imposibilidad de resolución llevan a la repetición del trauma original. Hay varias formas de repetición. La repetición pura: que es la que replica el hecho de la misma manera; la repetición por interpretación: justifica el daño con la inconducta presente; la repetición por identificación: suple la manifestación primera con una similar; la repetición por oposición: se evita todo acto que muestre al trauma y la repetición por compensación: una manifestación que sirve de contrapeso.
Mientras los estrategas políticos buscan respuestas técnicas a la solución del poder, siguen amasando pan con la misma harina de la primera molienda de la historia; la solución postergada está en la organización para el cambio de conductas. Conductas extemporáneas que los mismos consultores cargan desde su formación y subrepticiamente contaminan sus acciones. No somos lo que queremos ser, somos lo que la historia ha hecho con nosotros; algo que nuestros mitos intentan explicar sin éxito.