La iglesia en Salta recibe tierras, acapara carreras universitarias y subsidios estatales. En tiempos de pandemia suplicaron que los templos se abran alejándose de la expresión de caridad que pregonan. La primera apostata salteña nos cuenta su experiencia. (Andrea Sztychmasjter)

El debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo propiciado en nuestro país en 2018 puso sobre la agenda mediática y social la incidencia que la iglesia católica posee sobre las decisiones políticas. Nada nuevo, lo sabemos quienes vivimos en una de las provincias más religiosas del país y lo comprobamos hace apenas una semana atrás cuando el monseñor Cargnello desoyendo cualquier advertencia médica o científica, manifestó que igualmente realizaría una procesión vip para cumplir con un “mandato histórico” en medio de una pandemia. “No me parece una cosa pecaminosa decir que vamos a sacar al señor a la calle”, mencionó y dijo que él no quiso mostrar con eso “el poder de la iglesia”, dijo también que él no puede “punzar el clima espiritual y emotivo de su gente”.

Iglesia y estado como asuntos separados empezó a escucharse con fuerza en Argentina a partir del debate del proyecto del aborto legal, seguro y en todos los hospitales. El Estado argentino tuvo que informar sobre los $130.421.300 que le dona por año a la iglesia y legisladores presentaron proyectos que ponen la lupa sobre los sueldos de obispos. Por ese entonces, hace dos años, también se produjeron apostasías masivas.

“Para la Iglesia Católica la apostasía es uno de los tres pecados más graves, junto con el cisma y la herejía. La apostasía está definida en el canon 751 del Código de Derecho Canónico como ‘el rechazo total de la fe cristiana’ recibida por medio del bautismo”, nos refiere Mariza Vázquez, periodista y comunicadora, la primera salteña en realizar una apostasía en tierras norteñas.

La apostasía del griego ἀπoστασία: απο (apo), «fuera de», y στασις (stasis), «colocarse» es considerado por la iglesia como la negación, la renuncia o la abjuración de la fe, en una religión; herejía  es tomada como la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos.

Al apostar, la iglesia considera que estás renegando de la fe católica no solo renunciando a una institución. Marisa comenta que fue formada en la fe cristiana, que realizó toda su escolaridad en colegios privados católicos, y más allá de su fe consideró que debía alejarse de la institución iglesia pues cuando realizó su apostasía, en el 2009, la iglesia ya estaba en contra de varias cuestiones en las que ella estaba a favor: “el aborto legal seguro y gratuito, su posición misógina y patriarcal, su insulto y ofensa continua a la diversidad sexual, su continuo señalamiento del otro”, describió “ la actitud pasiva y complaciente que tiene la iglesia con los curas acusados de pedofilia, para mí siempre fue una atrocidad y gran dolor que se avalara, de algún modo eso”, enumera como los motivos por  cuáles decidió alejarse.

Este “pecado grave” que cometen quienes deciden renunciar a su pertenencia no es solo un trámite más señala Marisa, pues ella tuvo que presentar varias notas en la “curia” salteña después de un intercambio de cartas, primero con el monseñor Mario Cargnello, luego con el juez vicario Loyola Pinto en donde le advertían que había incurrido en “la pena ex comunión latae sententiae”. Según el derecho canónico una pena de latae sententiae sigue automáticamente, “por fuerza de ley en sí misma, cuando una ley es contravenida, sin necesidad de declaración por una autoridad eclesiástica”. Otro ejemplo de este tipo de excomunión señala la iglesia, se da para quien procure un aborto, si es que éste se produce.

Marisa cuenta que el debate sobre su pertenencia a la iglesia católica empezó al formar parte del mítico grupo RIMA (Red Informativa de Mujeres Argentinas), luego se conformó otro movimiento llamado Apostasía colectiva, un abogado escribió la carta modelo que debías presentar en la iglesia, fundamentada en el derecho canónico y la ley de habeas data. En CABA muchos quedaron en juntarse y hacer la apostasía entre varixs el mismo día. Marisa aquí en Salta estaba sola, era la única que se animaba a hacer tal manifestación.

“Decidí que la presentaba el 25 de marzo, tuve que pedir mi registro de bautismo. Fui a la curia la que está al lado de la catedral y la presenté. Fue una situación medio extraña, la señora que me atendió no sabía qué hacer. Me la tuvieron que recibir. Al tiempo recibí una carta del arzobispado en la que me avisaban que habían recibido la nota pero que pensara bien la situación porque apostatar era renegar de la fe católica”.

Marisa comenta que hubo un intercambio de varias misivas con la iglesia, pues en las cartas que le enviaban trataban de convencerla del grave acto en el que incurría, le explicaban en qué consistía la apostasía y que el bautismo es un sacramento imborrable: “para la doctrina el bautismo es un sacramento por el cual toda mi vida voy a estar bautizada”, describe y agrega que finalmente tuvo que desistir de su argumentación a través del derecho canónico y solamente ampararse en la ley de habeas data. En una última nota firmada por el juez vicario aceptaron su apostasía y le informaron que el trámite se encontraba registrado “En el libro 1, folio 1” del libro abierto de la cancillería del Arzobispado.

Un gesto político

Una persona con la que hablo sobre la apostasía me dice que no tiene mucho sentido realizar ese trámite cuando vos ya te sentís alejado de su doctrina. A pesar de haber recibido los sacramentos si en un momento tomaste conciencia de las contradicciones de los valores que pregonan o de sus doctrinas antiderechos o del lugar de menos que se le da a las mujeres. Marisa justamente hace referencia a esto y describe más allá del aspecto simbólico: “Por ahí no haces el trámite porque lo consideras inútil o no te importa porque estás seguro de lo que es tu vida si ya no perteneces a la iglesia. Yo me sentía así, ya no me sentía parte de la iglesia pero consideré que era un gesto aparte de personal en honestidad, un gesto político de darle una entidad real de decir ‘no, yo a este lugar no pertenezco más y estas son mis razones’. Me parece que es importante en mi vida cumplir con estos actos que implican una fortaleza, una marca en la que yo me identifico, en la que ejerzo mi libertad y mi soberanía. Cuestiones en las que yo trato siempre de estar comprometida: libertad, autonomía y soberanía”.