Fragmento de la novela Cacería, de Mario Flores (Tartagal, 1990) publicada por Editorial Nudista. El libro narra la desaparición de Rosa, una joven de 20 años que es confinada en un mundo sobrenatural en el cual dialoga con personajes ancestrales, creando una mixtura narrativa entre lo mitológico y la violencia actual. La novela, dividida en tres partes (Celebración, Destrucción, Transformación), fue seleccionada en las becas creación del Fondo Nacional de las Artes y por el Fondo Ciudadano de Desarrollo Cultural de Salta.

III. El sueño de los búhos

Había una pequeña fogata hecha con ramas y hojas secas en el centro de una choza que se caía a pedazos. Las enredaderas cubrían gran parte de las paredes y los árboles más viejos conformaban una techumbre oscura y frondosa. La neblina al nivel del suelo era mucho más espesa, e iba ascendiendo de a poco. Había trozos de madera vieja y papeles desordenados en el suelo por toda la habitación.

El Hombre Búho y Rosa estaban sentados sobre cajones de madera, enfrentándose. El Hombre Búho encendió un fósforo y dio luz a una vela que tenía enfrente. Rosa se quedó mirando la llama temblorosa de la vela. El Hombre Búho levantó la cabeza y se quedó observando hacia arriba, adivinando algo entre las hendiduras del techo. Rosa estaba despeinada, temblaba de frío y se cubría con la manta vieja: estaba descalza y sus pies rayaban el barro fresco que había quedado después de la tormenta. El Hombre Búho sacó una pipa de entre los pliegues de sus harapos y la acercó a Rosa. Ella la recibió con ambas manos y el Hombre Búho se la encendió con un fósforo: sus manos eran delgadas y huesudas, coloradas como patas de ave. Rosa inhaló y expulsó el humo: la neblina del suelo aumentó de repente. El Hombre Búho comenzó a hablar con la cabeza hacia arriba.

—Soy el hijo de una prostituta que murió torturada en el monte. Estaba perdida, la perseguían hombres con machetes y antorchas. Eso fue hace mucho tiempo.

Mientras lo escuchaba, Rosa se quedó mirando la pipa encendida que tenía en la mano y le preguntó ¿qué es esto?, pero no obtuvo respuesta.

—Cuando la prostituta empezó a aumentar de peso y la criatura crecía indetenible dentro de ella, perdió a sus clientes. No tenía modo de sobrevivir. Comenzó a alimentarse de restos de comida que hallaba en la basura. Todos la espantaban cuando la veían. Los niños inventaban cuentos sobre ella: que el niño sería mitad niño-mitad basura; que el niño era una combinación de todos los hombres del pueblo; que el niño era un hijo del diablo. Desde su vientre, yo escuchaba esos rumores. Dolían. Ella trataba de hacer oídos sordos a las burlas pero, un día, mientras descansaba del intenso sol sentada en un banco de plaza sobre unos cartones, a la sombra de los mangos mientras masajeaba su panza ya crecida, vio un grupo de niños que venía hacia ella cantando y gritando. Se asustó y se levantó para decirles que se fueran, que la dejaran tranquila. Los niños gritaban y cantaban: “la puta tiene un hijo, la preñó el diablo / la puta tiene un hijo, la preñó el diablo”. Pronto comenzaron a perseguirla arrojándole piedras. Algunos vecinos salieron a unirse al grupo de niños, gritaban “¡fuera, puta, fuera!”, “¡fuera las putas!”. Ella huyó como pudo. Decidió perderse en el monte: pensó que nadie se tomaría la molestia de seguirla. Llegó a internarse en lo más profundo de la yunga: se refugió en la corteza podrida de un yuchán viejísimo y conversó con las lechuzas que le avisaban de presencias cercanas. Se alimentó de insectos y cadáveres de animales que encontraba por ahí para sobrevivir conmigo dentro. Un buen día estaba lista para parir, allí mismo, en medio del monte profundo. Tenía tanto miedo de ser encontrada… Cuando la mitad de mi cuerpo estaba saliendo, alcanzó a percibir el resplandor de las llamas que se aproximaban: eran sus perseguidores. Sintió pasos y débiles murmullos, ramas quebrándose. Cuando me expulsó por completo, miró mi rostro: todavía no había plumas en mi cara, el pico filoso, los ojos ciegos. No tardaron en hallarla. Estaba muy débil por el parto, no tenía energías para escapar. Así que la apedrearon mientras suplicaba por su vida. La colgaron del cuello con un alambre de púas, de una rama alta del mismo árbol que la refugió. Las lechuzas del bosque contemplaban en silencio. Yo fui abandonado allí mismo, para que los perros salvajes y los buitres me devoraran.

—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Rosa, obnubilada.

—Fui criado por un cazador que vivía solo en el bosque. Tenía esta cabaña tembleque en las cercanías del río. Me encontró en la guarida de unos coyotes que se preparaban para desollarme vivo y alimentar a sus crías con mi carne. El cazador me trajo aquí, a su cabaña, y me puso dentro de una jaula de acero. Crecí hasta los nueve años en esa jaula: un niño con cabeza de ave. Cuando el cazador tomó valor para liberarme, me enseñó a conseguir mi propio alimento: aprendí a encontrar serpientes, escarabajos, arañas, lagartijas. Pero claro… el cuerpo del cazador fue mucho más sabroso. Ahora vivo en su cabaña. Es posible transformar una prisión en un hogar.

Rosa escuchó la historia con los ojos fijos en la vela ardiendo.

—¿Dónde estamos? —preguntó Rosa, por milésima vez— ¿Qué es este lugar?

—Ya te lo dije: estamos en la cabaña en la que crecí.

—No… Quiero saber en dónde estamos ¿Tan lejos estoy?

El Hombre Búho le extendió la mano a Rosa para que le devolviera la pipa. Después, buscó entre sus harapos un trozo de papel cartón doblado, del cual tomó una sustancia marrón y granulada que cargó en la pipa. Se la devolvió a Rosa encendiendo otro fósforo para que fumara. Ella inhaló y expulsó el humo: finalmente sentía un leve adormecimiento en todo el cuerpo. El Hombre Búho se quedó, por fin, en silencio. Unas lágrimas lechosas le caían de los ojos gigantes y negros.

Todo era humo, olor a tierra mojada y, otra vez, pura oscuridad.


***

Mario Flores (Tartagal, Salta, 1990) es escritor, editor y DJ de música electrónica. Publicó las novelas Hikaru (2018), Cacería (2022) y El poder de los elementos (2022), todas a través de Editorial Nudista. Recibió el Premio Literario Provincial de Salta en Categoría Cuento por su libro Necrópolis (Fondo Editorial de Salta, 2019) y la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes (2019, 2021 y 2022). En 2023 publicó Paisajes radioactivos: frontera, crisis y estética del caos en la literatura de Tartagal, 1992-2022, su primer libro de no ficción, con apoyo del Fondo Ciudadano de Desarrollo Cultural de Salta.