En alguna oportunidad le preguntan a Pedro Lemebel cómo llega a la escritura, a la decisión de cronicar o definir sus textos como crónicas; responde que la crónica le interesa como un gesto, como estrategia letrada, como una sociología popular en constante cambio. (May Rivainera)
Ya con esas pocas palabras del lenguaje lemebelero hay para hacerse una idea de lo que significa el género de las crónicas en la literatura y su función en la sociedad afligida de amnesia, desde el poder tendiente a blanquear las identidades. Blanquear en el sentido en que se le agrega limpiador líquido al agua para arrasar lo oscuro de un lienzo. Ya sin metáfora, en el sentido en que nacer con piel blanca significa haber caído en un lugar de privilegio ante la mirada ajena; o al menos así ha sido durante el pasado, quizá actualmente se tolera más las pieles oscuras sin embargo, tolerar no es cuestionar la idea de blanquitud. Ni distribuir las responsabilidades, la primera de las cuales habría que atribuir al modo en que los nacidos latinoamericanos hemos sido educados por el colonialismo.
Como gesto, la crónica tiene que ver con no dejar enfriar el lecho… No dejar enfriar el hecho y servirlo a la mesa de una vez, tal como se lo encuentra; como producto literario nunca está acabado y podría haber sido mejor pero esa es la marca de fábrica de este tipo de textos. Relevantes para la sociedad cuando corre peligro la verdad de alguien en manos de la verdad que a otres les interesa dibujar. Importante cuando el que escribe lo hace como en el afán de dejar asentadas las imágenes de un sueño al despertar, inmediatamente antes de olvidar en el trajín diario, excepto que tratándose de crónicas: el sueño es la realidad.
Hela allí la crónica comiendo del mismo plato que el periodismo, la realidad. Diferente de éste, sin embargo, cuando del lado del periodismo hallaríamos la verdad (o al menos una verdad, no siempre la de todes) y del de la crónica el testimonio. Palabras escalofriantes si las hay… Porque el que testimonia es quien ha encontrado los restos del asesinado con la sangre corriendo aún tibia. Ha visto la frescura de la escena del crimen y posee ese registro como un exceso en el interior de sí mismo que (no necesariamente quiere extirpar de sí, sino) le es imposible no hacerlo nacer a la realidad compartida con otres. Una suerte de necesidad de gritar, con coraje, que la verdad no es certera sin la cuota de realidad del testimonio en cuestión. De ahí que la crónica devenga palabra intimidatoria, como decía Lemebel, siempre realizada cual si el escribiente estuviera compartiendo a otre ese acto de escritura. Estrictamente hablando, la crónica estaría en ese espacio vacío que queda entre los cuerpos en la palabra hablada, ni tiene autor porque requiere al destinatario (aunque por supuesto, alguien las escribe), ni destinatario porque él ha sido ya tomado en el cuerpo de la crónica como existente, es decir, ya ha sido escrito, tomado por la palabra y transformado al anonimato.
¿Cómo es que deviene anónime une lector/a/e de crónicas? Porque el texto lo lleva otra vez al lugar del hecho, sin embargo no se trata de teletransportación ni viajes en el tiempo. Anónima porque yo, que no he estado allí con mi presencia, llego ahí (al lugar donde la crónica remite) como el testigo, en su intimidad invadida de realidad; pero no me hago otra, no siento con la piel de otre sino que me transformo. Efecto de realidad, he recibido el testimonio de una verdad que ya no podré negar que existe, pues negándola niego que yo misma existo, que ese fragmento de tiempo en que recibí el testimonio yo no era yo. Difícil es el olvido. Es a lo que apuesta la crónica, que un pixel de la vida no se pierda entre miles de bites de información.
Es a lo que aspira La Tibia Garra, encuentro de cronistas realizado en Salta capital; segundo año desde 2018, de ahí el subtítulo Testimonial 2. En el marco de éste encuentro, personas de diferentes puntos del país, así como de otros países, han arribado a la ciudad para compartir experiencias. El día Miércoles se presentaron dos libros, Silenciar la muerte – Crónica e investigación sobre la vida de Rafael Nahuel (Santiago Rey), y Aquí adentro (Grupo Tucumán Z).
El nombre Rafael Nahuel es el de otro asesinado en cacería. Cercano a la historia del desaparecido y aparecido cuerpo sin vida Santiago Maldonado. Posiblemente, explicaba Rey, el alcance de los ecos del suceso Rafael Nahuel haya sido menor que el de Santiago Maldonado porque éste último pasó semanas desaparecido y siendo buscado. Rafael Nahuel no, él fue bajado en una camilla improvisada con ramas, de las alturas de un cerro. Las pericias detallaron heridas recibidas por la espalda, esto es indicio de sus últimos movimientos antes de sufrir ataques posterior a los cuales falleciera.
Los imputados para éste caso se difundieron como en legítima defensa; nótese los cabos sueltos entre este dato y las pericias, que corroboran que Rafael Nahuel no hubo estado en posición de ataque al momento de los disparos. ¿Huía tal vez, en defensa de la propia vida? Puesto que somos humanes, tendemos a concluir con lógica lo que, si se hila fino, parece más bien una película de ficción. Se dirá que, ya que huía… Corresponde indagar qué cosa habría hecho él, Rafael Nahuel. Eludiendo caer en cuenta que no es legal disparar para capturar un prófugo. Sin embargo, a veces la ley no nos garantiza sobre los excesos de la misma ley, hecha para garantizar derechos, es desde los mismísimos ejecutores de garantías desde donde proceden las transgresiones peores. Peores por letales.
El caído Rafael Nahuel era una persona que luchaba por la causa mapuche. En el sur del país, donde la comunidad Mapuche milita para reapropiarse de la identidad ancestral de su gente y resiste las arremetidas con que avanza el poder sobre elles. Sucede que la modalidad, antiquísima, de darles contento sea arrojando migajas. Pan y circo del tipo: que una banda con integrantes mapuche telonee en un festival, que les den espacios en medios de comunicación para visibilizar su existencia, etcétera. Mientras que, al momento de hablar de territorio, balaceras.
Rey es periodista y comparte con el público que estuvo asistiendo a la presentación del libro, que en parte su trabajo de investigación necesitó que él se acercara a la comunidad que había decidido tomar la tierra en disputa y procurarse, a través de escuchar a les mapuches en su filosofía y creencias ancestrales, qué relación tenían elles con esas tierras. Decía Rey, tratar de entender como mapuche porque no soy mapuche, su mística. Sí señores, así como nosotres erigimos templos para casa de las religiones, elles nacen al templo: la tierra. Difícil aceptarlo y dignificar su cultura en un mundo mercantil, que ve en la tierra virgen entrañas por escarbar o superficie para cubrir de concreto y ciudad.
Entonces, en esta causa estaba comprometido Rafael Nahuel y le arrebataron la vida. La familia se halla con sentimientos encontrados. Sólo una parte de la familia Nahuel es mapuche, la identidad mapuche para Rafael había sido recientemente por él abrazada. No ha faltado el pensamiento, cualquier cosa antes que soportar lo absurdo de morir en determinas condiciones, el pensamiento en donde el culpable era la sangre mapuche. Porque si él no se hubiera metido en esa… No se hubieran metido con él, sacado del camino. Doloroso. Pensar que la cultura propia cuando no es la oficial, la admitida hegemónicamente, deviene maldición. Sangre maldita. Vergüenza.
Lo interesante, lo necesario de éste libro urgente, en palabras del prologuista (Ricardo Ragendorfer), reside en que es una verdad a contrapelo de la verdad que medios de difusión de información (llamarles medios de comunicación les quedaría grande) han propagado. La verdad que se hubo vendido de ésta realidad está teñida de coartadas que justifican los crímenes, a la vez que traspapelan el problema de base: la avanzada del empresario sobre la superficie de un país comprado a precio de sangre.