Lejos de instalar el debate sobre la necesidad de una renovación dirigencial, el proyecto de reforma política de Matías Posadas evidenció los desórdenes palaciegos de un oficialismo que está lejos de ser un grupo homogéneo. (Daniel Avalos)

El proyecto con que Matías Posadas proponía reformar la Constitución para terminar con las reelecciones indefinidas e impulsar la unicameralidad, fracasó en la semana. Ese fracaso tiene un doble valor analítico: evidenció qué bloques políticos que trascienden al PJ se inclinan a perpetuar sus intereses aunque sólo el justicialismo es blanco de las acusaciones de ese tipo. Además, dejó en claro que el oficialismo “U” está lejos de ser un grupo homogéneo y que en esta coyuntura donde todos imaginan el posturtubeicismo, las alianzas que distintos sectores tejieron ayer en nombre de objetivos generales hoy tambalean.

Detengámonos primero en lo de la mezquindad que trasciende al justicialismo. Recordemos para ello lo siguiente: ningún bloque distinto al del mismo Posadas emitió opinión favorable sobre el proyecto que éste venia promocionando por los medios de comunicación. De allí que todos supieran en la legislatura que la iniciativa no llegaría a tener estado parlamentario, aunque todos temían afrontar el costo político que supondría rechazar una iniciativa que montándose en el desprestigio de la clase política prometía generar las condiciones que asegurasen una renovación permanente de la misma.

Las razones del silencio son fáciles de verbalizar. La legislatura, después de todo, cuenta con bloques en los que uno o más miembros cargan con varias reelecciones y aspiran a ser reelegidos el año próximo. Un repaso lo confirma para oficialistas, opositores, romeristas, saenzistas, liberales, populistas o revolucionarios. El más longevo de todos, por ejemplo, es el presidente del Bloque Justicialista, Pedro Sández, quien suma 28 años de cargos electivos entre senadurías, diputaciones y una intendencia. A él se suma el romerista Mario Abalos de Salta Somos Todos quien lleva 23 años, resultado  de la suma de los 18 como concejal en Cerrillos y los 5 como diputado. El presidente de la Cámara, Santiago Godoy, suma 17 años como legislador; seguido ahí nomás por el sindicalista Jorge Guaymás y el trotskista Claudio del Plá, quienes van por los 15 y 14 años respectivamente entre concejalías y diputaciones. De los mencionados, Sández, Godoy y Del Plá buscaran ser reelegidos el año próximo.

En el Senado, por su parte, la iniciativa ni siquiera fue motivo de preocupación. “Por acá eso no pasaba”, aseguró uno de los consultados, quien además precisó que “nada se hace sin un acuerdo previo con el Grand Bourg. Menos algo como esto”. Algún otro iba más allá: “bravuconadas” de este tipo no preocupan a senadores como Alfredo Jorge y Mashur Lapad quienes ocupando el cargo, afirmó la fuente, mantuvieron durante 20 largos años una conducta inalterable ante Romero pero también ante Urtubey: tipos fríos, tranquilos, dispuestos a ser amables con el gobernador de turno cuando se les pide que aprueben leyes, pero bien malvados si alguien amenaza el lugar de privilegio que ocupan.

Poco costo

Esa combinación de factores adelantaba el naufragio de la iniciativa que para sorpresa de quienes se oponían explícitamente o en silencio, la misma ni se había adueñado del sentir ciudadano ni había generado una corriente de opinión favorable. Los sorprendidos lo atribuyeron a  la improvisada presentación del proyecto, a la falta de acuerdos necesarios que requiriendo de largas y amistosas charlas posibilitan que un tema devenga en agenda pública de discusión; o a la poca representatividad de Posadas, quien efectivamente subestimó un fenómeno social extendido: el divorcio entre las iniciativas políticas y la ciudadanía es profunda y alcanza al propio Posadas.

Pero antes de que eso fuera evidente, eran muchos los que aseguraban que la persona encargada de explicar a los medios la negativa a tratar el proyecto debería pagar un alto costo político. Evidentemente Santiago Godoy también lo pensaba aunque a diferencia del resto, sabía que siendo él la persona que explica las cosas difíciles de explicar de Urtubey, el gobierno o los propios legisladores; sería quien pagaría el costo cuando se enfrentara a las preguntas y repreguntas que lo asociarían a una defensa de intereses corporativos que sofocan el nacimiento de nuevas representaciones.

Nada de eso ocurrió y lo mediático terminó resolviéndose con asombrosa facilidad. Ni siquiera se hizo uso de las iniciativas indignadas que algunos legisladores proponían y que consistían en recordar a la prensa los casos de ministros cuya suma de años en cargos políticos que no requieren de la elección popular, superan a los de muchos legisladores por remontarse hasta el año 1999. Alcanzó con que Godoy expusiera – sin la vehemencia que lo caracteriza – los argumentos que ya había adelantado algunos diputados y que recurriera al archivo periodístico para recordar que el propio Urtubey se había manifestado en contra de la iniciativa.

Se refirió a una declaración en el programa Sin Libreto donde el primer mandatario aseguró que iniciativas de ese tipo en el tramo final de un ciclo político siempre tientan al diablo porque “los gobernadores que reforman la Constitución lo hacen por su propio beneficio”. A Godoy sólo le faltó mencionar que en esa misma entrevista, Urtubey realizó un pretensioso rodeo por la historia norteamericana y por las discusiones entre Thomas Jefferson y George Washington para concluir que la bicameralidad garantizaba una mayor estabilidad que la unicameralidad.

La interna    

Y sin embargo, la pregunta que en los pasillos legislativos sobrevoló durante días era otra: ¿cuál era la motivación última del autor del proyecto? La respuesta fue simple: Posadas dio inicio a una campaña electoral 2017 cuyo objetivo sería el disputar los espacios de poder que hoy ocupa el propio justicialismo a cuyos dirigentes busca identificar como lo viejo a erradicar en nombre de una necesaria renovación.

A eso se refería el diputado Mariano San Millán cuando, al oponerse a la propuesta del propio Posadas, señaló que la misma representaba intereses sectoriales. Lo que no dijo San Millán es lo que el entorno de varios diputados sugieren por lo bajo: que tal sector es comandado por el ministro de Gobierno, Juan Pablo Rodríguez. El hombre al que las segundas y terceras líneas legislativas parecen aborrecer pero también respetar. Tiene sentido. Después de todo, ese ministro ha adquirido experiencia en eso de identificar oportunidades políticas y electorales tras ejecutar con eficacia los planes del propio Urtubey en la provincia desde al menos la campaña reeleccionista del año 2011.

Los que así hablan, señalan a Santiago Godoy como el dirigente capaz de ordenar al justicialismo para enfrentar esa disputa en el interior del oficialismo. “Al único que no discute el Indio es a Urtubey. Por debajo de este se le anima a todos”, aseguran los soldados que andan a la búsqueda de un capitán. No hacen referencia sólo a una cuestión electoral de cara a las legislativas del 2017 en donde el propio Godoy buscará retener su banca. Hablan también a la ambición justicialista de no perder los espacios en donde se discutirán los grandes lineamientos del posturtubeicismo que incluirán la elección del propio candidato a gobernador.

Los bandos claramente tienen forma. Los potenciales pistoletazos verbales que usaran para embarcarse en una disputa dialéctica también. De un lado están los que bien se podría llamar el “urtubeicismo no PJ”, del otro el “urtubeicismo PJ”; los primeros podrán retomar la cuestión de la reforma política como eslogan de campaña, aunque los segundos ganaron tiempo para elaborar una propuesta propia que les permita asegurar que ellos también quieren modernizar la constitución; unos se presentarán como la materialización de una “renovación” dirigencial que necesariamente apostará a caras que sin ser nuevas sí serán más jóvenes, mientras los otros responderán que la sola juventud no garantiza nada porque hay muchos ejemplos de jóvenes que han nacido políticamente viejos. Si los primeros buscarán consolidar un reclutamiento de figuras que provengan del radicalismo como el propio Posadas, renovadores tipo Cristina Fiore, dirigentes barriales provenientes de Libres del Sur y alguna figura que hará de su prescindencia partidaria una virtud, los segundos irán al encuentro de los muchos dirigentes políticos de distintas fuerzas que se sienten amenazados por una nueva camada de gubernamental de estilo gerencial a la que acusan de despreciar a las viejas tradiciones políticas.

Por ahora la diplomacia parece haber primado. No habría que olvidar, sin embargo, que la diplomacia en medio de las tensiones casi siempre tiene por objetivo ganar tiempo para que los potenciales contendientes acondicionen los terrenos de cara a un conflicto abierto cuyos resultados finales son difíciles de predecir. Y es que por ahora esos sectores parecen ser dueños de un pedazo del vidrio que no alcanza para imponerle su voluntad al otro, aunque sí puedan poner en peligro el control del conjunto. Después de todo, no son raros los casos en los que la disputa encarnizada entre rivales internos termina provocando el avance tranquilo de terceros que sólo se cuidan de no tropezar con los luchadores exhaustos.

La prescindencia de Urtubey ante lo dicho es por ahora un hecho. Algunos aseguran que ello obedece a simple desinterés, otros a que anda ocupado en tratar de conquistar una nación, y los menos a cuestiones propias del amor. No habría que descartar otra variable. Por ejemplo que Urtubey se sienta Perón. Que esté convencido de que en su rol de estratega debe manejar el conjunto y no el detalle; que no le preocupen los bandos siempre y cuando él no se embandere con ninguno para concentrase en que todos sigan juntos para así seguir siendo el administrador de las contradicciones sin convertirse él en una de ellas.