Por María Pilar, cursa séptimo grado, tiene 12 años y en esta oportunidad nos cuenta en primera persona cómo fue el regreso a clases.
Siempre sentí un aroma especial de cada día. Los lunes me invade muy temprano el aroma a café, zapatos escolares lustrados y uniforme lavado. Los domingos al mediodía, en cambio, se distinguen por tener olor a asado y a perfume “Heno de Preal” de mi abuela.
Recuerdo que el año pasado cuando escuché en la televisión que comenzaba la cuarentena obligatoria en todo el país. Gran parte de las cosas cambiaron desde ahí. Esa sensación de despertar y sentir tantas fragancias mezcladas en mi hogar fue desapareciendo. Y no me había dado cuenta lo mucho que la extrañaba hasta hace unos días cuando sentí el aroma a útiles nuevos.
Desde que me desperté me dí cuenta que no era un día más. La impaciencia por reencontrarme con mis compañeros, mis profesores y ver cómo se encontraba mi escuela se potenció con la curiosidad de saber cómo iba a ser esta “nueva” modalidad presencial. Remarco “nueva” porque, a pesar de que hace dos años entrar al edificio escolar era parte de la rutina, este año fue todo un acontecimiento y cargamos con la gran responsabilidad de cuidarnos.
El primer día hubo cierta desorganización porque ninguna recomendación e instrucción fue suficiente. Una larga fila rodeaba el edificio, el sol golpeaba fuertemente, eso me hizo sentir incómoda, pero rápidamente empecé a reconocer algunos rostros y casi me daban ganas de abrazar a mis amigos. Muy pronto la fila comenzó a circular con celeridad.
Cuando llegué a la puerta, por primera vez mi mamá no pudo ingresar el primer día conmigo. De todos modos no importó. ¡Por fin entré! Lo primero que me llamó la atención fue lo diferente que estuvo organizada la formación, tan distantes unos de otros, sin poder hablar en la fila, ahora se nota demasiado. Los recreos son muy cortos, ya no se ve niños corriendo y casi todos respetan los cuidados del protocolo. Me da la sensación que los niños somos más responsables que los adultos, puede ser porque no queremos que vuelvan a encerrarnos.
Ese primer día, el tiempo pasó muy rápido, los profes se presentaron, nos dieron alguna actividad y gran parte fue dedicado a ponernos al día con nuestras anécdotas en cuarentena. Algunas fueron tristes, referidas a la pérdida de algún familiar, otras muy divertidas. Todos sentimos la necesidad de hablar.
Al finalizar el día, lo que más extrañé fue ver flamear la bandera, es extraño no verla flamear mientras sube.