El protagonismo nacional de Urtubey se evaporó. Preguntémonos si estamos ante un hecho episódico o uno estructural e hijo de las mutaciones políticas que acotándole espacios políticos, le restan también protagonismo personal. (Daniel Avalos)

De entrada prescindiremos de las conclusiones tajantes. Optaremos por afirmar que esa ausencia de protagonismo es episódico, aunque la misma empieza a desnudar el agotamiento de la estrategia que el gobernador empleó para instalar su figura a nivel nacional. También diremos otra cosa: si la estrategia no se modifica, el autoproclamado candidato presidencial bien podría quedar condenado a ser pieza de un espacio gestado por otros protagonistas de la política nacional.

Si lo último ya es un objetivo de mínima factible para el salteño, ello obedece a que efectivamente la instalación de su figura marchó por buen camino. No hay razones para no creerle al ministro Juan Pablo Rodríguez, de que el nivel de conocimiento de Urtubey en la nación llega al 80%. El escenario que posibilitó ese éxito es relativamente fácil de describir: la primavera macrista. Ese periodo en el cual todo gobernante electo se beneficia del entusiasmo que invade a sus adherentes y de la tolerancia de muchos que no eligiéndolo, le desean éxito en nombre de bien común nacional. Ese clima expectante y bien intencionado fue aprovechado por un Urtubey que verbalizó por todos los programas nacionales lo que el ciudadano común demandaba -acompañamiento responsable- y lo que establishment anti K necesitaba: anunciar la muerte política de Cristina Kirchner y la emergencia de una renovación peronista que en boca del salteño era la institucionalización en el PJ de estructuras que debatan, recreen conducciones horizontales y actualicen la doctrina para así sepultar liderazgos personalistas, liturgias y nostalgias por el pasado.

Pero ese escenario hoy está mutando. Y con tal mutación, la estrategia comunicacional que fue exitosa antes ya no puede servir ahora. Que lo primero es cierto lo prueban algunas cosas. Por ejemplo la reaparición pública de Cristina Kirchner que confirmó que la deskirchnerización impulsada por el PRO, los grandes medios de comunicación y el propio Urtubey, no penetró en un sector de la sociedad que sin ser mayoritario, es claramente importante. Sobre ese sector el gobernador salteño prefiere no decir nada. Y como nada dice, las puertas de los medios se abren menos. Ahora son los principales hombres de prensa del grupo Clarín quienes asumen una postura violenta para con ese sector de la población al que señalan como presas de un amor que careciendo de sensatez, es por lo tanto irracional.

Una pequeña digresión se impone entonces. Servirá para afirmar que la vigencia de la famosa grieta también es hija de la conducta de profesionales académicamente formados, auto proclamados cultores de una racionalidad que construye civilización y que incluye a expertos oradores que, sin embargo, se niegan a buscar las causas del amorío entre Cristina y parte de la ciudadanía porque ejercitan un antikirchnerismo vulgar atravesado por dos características centrales: asegurar que todo lo que el gobierno anterior hizo tenía por motivación exclusiva manejar una caja; y reducir al adherente K a una especie de chusma confusa y alborotada que presa de un ingenioso relato vive alucinada con un país imaginario y ajeno a lo real.

Si el anuncio no concretado de Urtubey sobre el fin del kirchnerismo impacta negativamente en la estrategia comunicacional del salteño, mucho más impacto tiene para esa estrategia el hecho de que la primavera macrista haya concluido en tan poco tiempo. Y no hablamos de ese sector de la población que con las medidas adoptadas por Macri confirma su rechazo visceral al actual gobierno, tampoco de los adherentes a pruebas de verdades irrefutables que seguiran apoyando a gobierno; sino de aquellos que despojados de cualquier compromiso político e ideológico con uno u otro sector, mudan sus expectativas originales  de cambio por un mal humor que supura de preocupaciones personales que hasta hace unos meses no tenía. Ejemplifiquemos. Si en diciembre del 2015 el mayor temor del argentimedio era la posibilidad de ser víctima de un hecho de inseguridad, las encuestas muestran hoy que los mayores temores son perder el empleo o ser víctima de una movilidad social descendente. Lo primero atraviesa a todos los argentinos que viven de su trabajo porque en un país con la historia del nuestro, quedarse sin laburo es la pesadilla más tenaz que persigue a un argentino. Lo segundo, probablemente, sea algo más propio de las clases medias que no conformándose con ser lo que son, siempre quieren ser más. Son estos los que ahora viven tensionados por un presente amenazado por la potencial pérdida de comodidades que van desde el fin de semana largo, al cambio de auto y a la posibilidad de vacacionar, que, dicho sea de paso, son aspectos que dinamizan la economía general de un país en un modelo que prioriza el mercado interno.

Esa combinación de factores que incluye a las propias torpezas del macrismo, obligó a otros actores del peronismo a involucrarse en riñas políticas que hubieran preferido protagonizar más adelante. Esos actores son el massismo y el sindicalismo. Ellos monopolizan ahora la discusión parlamentaria, la calle y las pantallas de televisión. Y no lo hacen para centrarse en Cristina a la que efectivamente no quieren cerca, sino para hablar de Macri. Y cuando hablan de él no lo hacen para mandarle gestos de buena convivencia y promesas de armisticios, sino para señalarle que en su gobierno hay personas que saben mucho de empresa, pero poco o nada de política. La trifulca podrá calmarse con el accionar de cuerpos diplomáticos que los contendientes dispondrán para la ocasión, aunque la misión de esas diplomacias parece ser simplemente la de ganar tiempo para que los beligerantes acondicionen mejor el terreno según sus objetivos.

La trifulca también tiene un gran valor analítico para el caso de Urtubey, pues evidenció la enorme superioridad de los actores mencionados con respecto al gobernador salteño y que acá resumiremos así: capacidad de veto a políticas macristas y mayor incidencia en el diseño de medidas presentadas como deseables para la sociedad. Sergio Massa lo confirma. Su bloque en diputados ocupa la centralidad en el debate en la Ley Antidespidos que de aprobarse supondrá un terrible golpe político para un presidente que atado a los intereses de las empresas deberá vetarla. Una aparente curiosidad atraviesa el proceso. Ese bloque sólo supera por seis miembros al bloque Justicialista (23 sobre 17) que es el supuestamente apadrinado por Urtubey. Pero la curiosidad, dijimos, es sólo aparente. Y es que si la diferencia cuantitativa no es importante, la cualitativa sí. Mientras el bloque de Sergio Massa se muestra dispuesto y con mayor fortaleza efectivizar situaciones que hoy sólo se presentan como horizonte, el Bloque Justicialista asociado a Urtubey se parece mucho a un rejunte ocasional que -salvo su rechazo a Cristina- no contiene en su interior la fortaleza capaz de incidir en el desarrollo de los rumbos posibles.

Ello explica otro desplante a Urtubey. Mientras éste aseguraba que la ley Anti Despidos era pura retórica demagógica, un miembro de ese bloque proveniente del sindicalismo -Alberto Roberti- impulsaba la propia ley. Ahora el desplante se profundizo aún más: el jefe de ese bloque -Oscar Romero, también sindicalista- y el mismo Diego Bossio se juntan con el Frente para la Victoria del que se escindieron para presionar al massismo a votar la ley tal como fue aprobada en el senado la semana pasada. Hasta los salteños Kosiner y Javier David se sumaron a esa ola. El primero de manera más enfática; el segundo admitiendo que le gustaría hacer alguna modificaciones aunque finalmente destacó que la prioridad es “brindar una herramienta para proteger el empleo y evitar despidos”. Lo expresado deja en claro que el peronismo carece de liderazgo personal al día de hoy, pero el que está imponiéndole una dirección política a ese pan peronismo es un sindicalismo que además de controlar el aparato sindical, posee ramificaciones en las federaciones patronales, el aparato partidario, los bloques legislativos y cuenta con un periodismo que lo elogia según la coyuntura.

Esas son las condiciones que explican la ausencia mediática de un Urtubey que, sin embargo, sigue contando con la contención de una prensa hegemónica que dispuesta a amplificar la voz del gobernador hasta hace un mes, optó ahora por no decir nada sobre las falencias provinciales que la epidemia de dengue revelaron durante dos largas semanas. Allegados a esa prensa, transmiten a esta redacción otra de las cosas que sorprenden a los experimentados cronistas políticos de la metrópolis en el caso Urtubey: “la carencia de un equipo nacional de campaña”. Se refieren a eso que Menem armó hace tiempo con sus famosos “Doce Apostoles”; o al “grupo Calafate” que desde 1999 nucleó a decenas de técnicos, intelectuales y políticos que trabajaban para apuntalar la candidatura del entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner,  que recién se concretó en 2003; o el think tank que en diciembre pasado fundó Sergio Massa en un club del barrio Rincón de Millberg, de Tigre. Todos grupos que saben bien que el espíritu de aventura es imprescindible para empresas de este tipo, pero también que ese sólo componente no es suficiente.