El acuerdo Urtubey – Romero desertificó la política. No desierto en tanto terreno baldío, sí como vacío de oposición que permite a uno pensar en la presidencia, a otro en la gobernación y a otros en bancas mientras el presente se abandona a la suerte sin que nadie levante la voz. (Daniel Avalos)
De allí que el acuerdo entre esos dos hombres acostumbrados a administrar el poder para descabezar espigas que sobresalen del conjunto para luego arrojar las cabezas a un costado del camino, hayan exhumado a la oposición política salteña que, en el mejor de los casos, queda reducida a simples agrupamientos que por derecha o izquierda carecen de vínculos orgánicos con las masas y por lo tanto generan nulo entusiasmo o expectativa popular.
Que ese desierto goce hoy de tétrico esplendor obedece a una paciente tarea de demolición de los partidos políticos que esos dos hombres llevaron adelante con la paciencia propia del cirujano. Tratemos de explicarlo apelando a conceptos de otras disciplinas para luego traspolarlos a la política. Recurramos entonces a la economía en donde la llamada “concentración de capital” hace referencia a la incidencia que las mayores firmas económicas poseen en una determinada rama de la producción. En política, Romero y Urtubey, a lo largo de 20 años, hegemonizaron la principal fuerza de la provincia: el justicialismo. La ausencia de internas en el seno del PJ para elegir el candidato a gobernador durante la gestión de ambos lo confirma. Y aunque es cierto que se dieron furiosas rencillas en el seno del PJ durante estos 21 años, no lo es menos que las mismas eran protagonizadas por segundas y hasta terceras líneas que intentaban convencer a la cúpula de que eran ellos quienes representaban la ortodoxia oficial.
Lo que Urtubey hizo mejor que Romero fue lo que en economía se denomina “centralización del capital” y que en política podría traducirse así: no contento con tener incidencia en una rama determinada de la política como lo es el justicialismo, expandió su influencia en las ramas políticas que antes no eran controladas por el justicialismo como la UCR y el PRS, conducir a las fuerzas menores que iban surgiendo como el Partido de la Victoria o Libres del Sur y hasta tercerizar servicios con otros sellos partidarios que nuevos en lo formal, sólo nacieron para consolidar el liderazgo personal del gobernador como fue el caso del Frente Plural. Admitamos que Urtubey jamás ejerció un violento acto de imposición. Reconozcamos que no fue necesario. Le alcanzó con que dejara en claro que el Poder era él, que ello se combinara con el pragmatismo que sentencia que todo lo que acerca al Poder es válido, y que el coctel deslizara a las otras fuerzas a protagonizar una voluntaria subordinación a las directivas del mandatario.
De allí que a 24 años de iniciado ese proceso, la oposición haya dejado de existir en Salta. Hasta Gustavo Sáenz ha dejado de serlo aun cuando sabe ya que esas encuestas que nadie difunde lo muestran bien parado entre los capitalinos y que incluso es percibido por los salteños de la ciudad y del interior como potencial gobernador. Un intendente que también esta anoticiado que por primera vez en diez años, el porcentaje de desaprobación a Urtubey en la ciudad supera los índices de aprobación. Nada de ello, sin embargo, lo inclinará a incomodar al gobernador que no descarta cederle la provincia, pero a cambio de que él pueda seguir soñando con disputar la nación para lo que requiere, sí o sí, que nadie ose poner en riesgo el triunfo de los candidatos que el gobernador designe para las elecciones que se avecinan y para la cual ya ha logrado el decidido guiño del ex gobernador.
Si todos los mencionados pueden razonar así, es porque están seguros de haber consolidado un tipo de política que se desarrolla al margen de lo popular y cuyo hábitat natural son los acuerdos palaciegos. Lógica en donde las migraciones bruscas de una fuerza o un posicionamiento político a otro, no conllevaban consecuencias para quienes dan el salto. Por eso Urtubey pudo haber sido un sciolista furioso hasta octubre de 2015, devenir en uno tibio durante el ballotage de noviembre de ese año y ahora decir que Macri marca un rumbo deseable para el país. También por ello Romero pudo denunciar en mayo de 2015 que el voto electrónico salteño fue la herramienta con que Urtubey concretó el mayor fraude de la historia política provincial, aunque hoy asegure de que ese sistema impulsado por el propio Urtubey es lo deseable para la nación. Sin olvidar a Gustavo Sáenz, quien hizo loas a Sergio Massa hasta no hace mucho aunque ahora anuncie que se siente parte de la gestión del presidente Macri quien no se cansa de maldecir al tigrense que como Urtubey dice querer la presidencia, aunque a diferencia del salteño vende caro cada uno de los votos que el macrismo le solicita en el parlamento en nombre de la gobernabilidad.
Personajes salteños laberínticos que sin embargo sacarán réditos de la convivencia pacífica pactada: Urtubey seguirá soñando con las presidenciales; Romero gozará de impunidad ante la justicia, garantizará que su hija se quede con una banca en el congreso nacional y hasta soñará con retornar a la gobernación salteña; mientras Sáenz está seguro de que el gobernador será él mientras calcula lo bueno que sería para esa empresa que un candidato suyo se quede con la senaduría provincial por capital para luego declarar que su gestión ha sido plebiscitada favorablemente por la ciudad.
Hacia abajo la situación no es distinta. Todos los personajes que el propio establishment tiene en mente para el futuro inmediato -Miguel Isa, José Urtubey, Andrés Zottos, Javier David, Pablo Kosiner, Miguel Nanni, Bettina Romero y algún otro- han combinado características personales y clima de coyuntura para comportarse más o menos igual: no pendenciar con nadie, escapar a las escaramuzas y asegurar que el guerrear no es lo suyo. Lo hacen porque temen al escarmiento de Urtubey y Romero y también porque han realizado años de terapia realpolitik que como la psicología a la clase media, los ayuda no sólo a adaptarse al desierto sino también a disfrutarlo. Pero lo hacen sobre todo por abierta subordinación al orden vigente que los vuelve diplomáticos del mismo. Y es que como todos sabemos, un diplomático que se precie de tal tiene por actividad específica no crear equilibrios nuevos sino conservar los vigentes dentro de ciertos marcos políticos y jurídicos que ese orden impuso. Ello explica también que esos personajes que provienen de tradiciones distintas y que alguna vez prometieron batirse a duelo, hoy nos recuerden que eso de andar discutiendo es tonto, anacrónico o propio de megalómanos que carecen del sentido del ridículo.
He allí otro aspecto de ese desierto que el acuerdo Urtubey y Romero ha expandido: no sólo nos deja un cuerpo de dirigentes fosilizados, gastados, sin militancia, ni mística en la que vuelve a pedir un lugar Sonia Escudero; también nos priva de políticos. De hombres y mujeres que al decir de Antonio Gramsci siempre están dispuestos a aplicar la voluntad para ponerla al servicio de la creación de un nuevo equilibrio de las fuerzas realmente existentes y operantes. De allí que el problema no sea la política como dicen Durand Cornejo, Olmedo, Macri, Urtubey, Romero y Sáenz; sino justamente la falta de ella. De allí también que lo recomendable sería prestar más atención a quienes la reivindican en vez de a aquellos que la demonizan, aun cuando los primeros necesariamente deban montarse en la realidad efectiva y en las fuerzas existentes para así apostar a dominarla y superarla.