Si Claudio de Plá incitó o no a los docentes a cercar la legislatura en mayo pasado y si ello ameritaba que sus pares lo sancionen o no… colmó de encendidos discursos a la legislatura el pasado martes. Los sablazos dialecticos no llegaron a las masas por cuestiones de coyuntura y aspectos conceptuales. (Daniel Avalos)

Lo primero tiene lógica. Después de todo, en la atmósfera reinante, los debates apasionados que pueden llegar a apoderarse de las masas salteñas por estos días, están relacionados con asuntos de otro tipo como, por ejemplo, el por qué le cuesta tanto al seleccionado argentino sortear etapas en el mundial Brasil. La cuestión conceptual es de otro tipo. Se relaciona con el hecho de que nadie sabe bien qué significaba esa figura que atravesó todo el affaire Claudio del Pla: la “cuestión de privilegio”.

El resultado, en clave futbolera, es que ese partido dialéctico entre trotskistas y oficialistas se pareció mucho a esas competencias deportivas que son seguidas por muy pocos: los protagonistas por supuesto, más un par de seguidores fanáticos que alentaban a uno u otro bando desde lo medios o las redes sociales. No habría que descartar otra variable. Puede que la poca repercusión del affaire también se haya relacionado con otro hecho que bien puede compararse con el fútbol hegemónico de hoy en día. Y es que la contienda trosko-justicialista parecía motivada no tanto para ganar un encuentro y avanzar hacia la gloria, sino simplemente para impedir que el adversario avance. Algo así como un fútbol–política que careció de la osadía de los grandes equipos.

El resultado del encuentro fue un pobre empate. El PO no pudo mantener con contundencia la idea que siempre busca difundir de sí mismo: la de ser una fuerza política indefensa e inocente que es objeto de la persecución de un justicialismo que es parte de un gigantesco aparato estatal. Y es que a la hora de festejar su empate, Claudio del Plá terminó apelando a una declaración («ochenta mil personas me eligieron como diputado para que vengan siete oficialistas a querer taparme la boca») que lo hermana al resto de los partidos políticos: la de creer que los votos conseguidos por un vencedor electoral, legitima acciones o dichos del victorioso hasta que otro vencedor pueda arrogarse el mismo privilegio. El oficialismo tampoco ganó. Demostrar esa realidad es más fácil aún. Después de todo, arremetió al principio de la contienda con una fuerza que parecía ir en busca de un doble objetivo: batir con contundencia al adversario, de manera tal que esa contundencia sirviera para amedrentar al vencido durante un buen tiempo. El desarrollo del partido fue mostrando cómo el oficialismo iba reprimiendo el embate, para finalmente pedir que Claudio del Plá fuera objeto de un “llamado de atención”. Una sanción que sonó a impotente reprimenda paternal ante un berrinche infantil. He allí la naturaleza del empate. Todo quedó como al principio, aun cuando al principio todo parecía indicar que estábamos al borde de un conflicto que generaría un quiebre histórico. No fue así. Y lo curioso del caso es que hemos presenciado un tipo de revolución. Revolución no en el sentido que lo desea el Partido Obrero, sino una revolución en su acepción mecánica. Esa que, suponiendo “un giro o vuelta que da una pieza sobre su eje”, significa que revolverlo todo para finalmente volver al exacto punto en donde todo había comenzado… es una forma de revolución.

Hay que admitir, sin embargo, que sí hubo un perdedor. Ese perdedor fue el concepto de “cuestión de privilegio”. Tratemos de explicar la afirmación y para ello reparemos en un detalle. Se trata de un concepto que estuvo en la mesa de discusión durante semanas, que fue parte constitutiva de titulares periodísticos, relatos radiales e informes televisivos; un concepto desconocido por muchos y que, sin embargo, luego de semanas de exposición pública sigue siendo casi igual de desconocido que antes. Un verdadero desperdicio. Una falta que acá trataremos de subsanar en parte. No porque seamos expertos constitucionalistas, sino porque alguna vez debimos averiguar su significado. Ocurrió en el año 2009, cuando el romerismo parlamentario quiso aplicar esa figura a quien por entonces era diputado por Libres del Sur: Carlos Morello. Allí nos aproximamos a ese concepto que podemos resumir así: en tanto la Constitución consagra inmunidad a las opiniones y votos que los legisladores manifiesten o emitan mientras desempeñan sus cargos, mientras ese privilegio supone que autoridad alguna pueda procesar a esos legisladores por actos y dichos emitidos, los posibles excesos sí pueden ser señalados, evaluados y hasta reprendidos por sus pares.Suena justo: los exabruptos, eventualmente las injurias y otras conductas están protegidas contra la reacción de otros poderes del Estado porque el legislador es miembro de una institución catalogada como el corazón de la república, pero que, para evitar los desbordes en los que se pueda caer, la misma constitución faculta a los otros miembros del parlamento para administrar los medios para reprender y sancionar las extralimitaciones. Una mecánica que busca resguardar un privilegio que no es individual, sino en tanto alguien es miembro de ese cuerpo. A pesar de lo imponente que suena la figura, no se conocen aún sanciones o amenazas de sanciones mayores a la siguiente: la suspensión del uso de la palabra por una o dos sesiones.

Si ese concepto ha sido el perdedor de este partido, convendría preguntarse si alguien ha ganado en todo esto. La respuesta es no, aunque habría que admitir que los que salieron mejor parados fueron los que se hicieron los boludos. Apresurémonos a aclarar que el uso del término “boludo” es de orden estrictamente académico. Y es que no lo usamos aquí en su carácter peyorativo y agraviante; tampoco en el sentido con que los supuestos genios la utilizan para señalar a los seres que los genios consideran cuasi-idiotas y por ello mismo manipulables. Nada de eso. La utilización del término “boludo” en estas líneas es para referirnos a esos que prefirieron hacerse los distraídos. Los que, desde un lugar externo a la discusión finalmente estéril, terminaron sugiriendo que los que peleaban estaban protagonizando una disputa motivados por deseos y ambiciones de carácter político que, sin embargo, no resolvía cuestiones centrales para la gente común y corriente que, además, era ajena a la rivalidad manifiesta. De allí que de ese espectáculo, protagonizado por trotskistas y oficialistas, no haya quedado nada. Que todo haya sido eso que en la teoría marxista se denomina un “acontecimiento”. Algo que por no estar inscripto en la trama de la Historia con mayúscula, constituye un suceso menor, insignificante y destinado a evaporarse como efectivamente ya ha ocurrido.

Insistamos… las características del “affaire Claudio del Plá” y la circunstancia en la que se dio, hacían imposible su arraigo en la población. Puede que por ello mismo las referencias periodísticas se hayan detenido más en otra polémica que también era política: el posible debate entre el líder nacional del PO, Jorge Altamira, y el presidente de la Cámara de Diputados de la provincia, Santiago Godoy. Un desafío que el primero lanzó al segundo a partir de affaire del Pla, pero que de darse, seguramente contaría con muchos más seguidores. No porque de ese debate vaya a surgir un corte radical en el discurrir de nuestra historia; sino porque, en medio de un clima mundialista, un encuentro así atrae. Imaginemos. Con camiseta roja, Jorge Altamira: el teórico de estilo europeo, dueño de discursos elaborados, avances y retrocesos calculados y que, al decir de muchos, suele pensar que el fútbol, como la religión, castra a las masas y desvía las energías revolucionarias de los obreros. De camiseta azul, Santiago Godoy, apodado “el Indio”: el polemista criollo, el sobreviviente de muchas batallas en el seno de un PJ siempre convulsionado, apegado a las arremetidas dialécticas tumultuosas y dueño de un estilo picaresco, de esos que apelando a la experiencia suelen recurrir a las ocurrencias verbales y a las metáforas futbolísticas para tratar de desarmar al adversario.

Ese sí que sería un partido lindo para presenciar. Entre otras cosas porque, como en los clásicos futboleros, la rivalidad entre la izquierda y el peronismo sintetiza viejos rencores y amores heredados de padres a hijos. Ocurre desde que el peronismo emergió a la historia con el apoyo de aquellos sectores a los que la izquierda pretendió y todavía aspira con justicia a representar: las masas desamparadas, los obreros sometidos a la explotación del poderoso y, ahora también, a los excluidos que han sido vomitados por el sistema. Esa masas que mayoritariamente ahora, esperan el partido de la selección. Lo hacen con cierta angustia pero esperanzados porque, finalmente, el genial Eduardo Galeano siempre termina teniendo la razón: si el gol es el orgasmo del fútbol, “como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna”(Eduardo Galeano: “El fútbol a sol y sombra”)