Por Franco Hessling

Vicegobernador con ningún ministerio para alguien de su confianza. Miguel Ángel Isa perdía posiciones en 2015, tanto políticas como institucionales, poca influencia en los mandos e intrascendencia en las funciones. De igual modo, el lugar de vice terminó siendo un refugio, un sombrío cargo para ocultarse de la gobernabilidad en los tiempos de ajuste más crudo, después de 2015, cuando el gobernador, Juan Urtubey, perdió definitivamente la confianza de los sectores progresistas y de centro-izquierda de Salta ─exceptuando a Carlos Morello, Laura Postiglione y sus Libres del Sur, urtebeicistas antes que cualquier otra cosa─. En 2017, Sergio Leavy y el Partido de la Victoria fraccionaron el oficialismo provincial debilitando al tetrarca y su cuño más cercano, situación que Isa amortiguó gracias a su perfil bajo, político e institucional.

Isa estuvo en las sombras pero nunca dejó de especular. Aprovechó el cargo para exponerse menos y desmarcarse de la crisis de representatividad de la casta política que, como cada vez que hay un recorte crudo de los gastos públicos, empezó con la devaluación y ajuste de enero de 2014 y se profundizó enormemente con la llegada de Cambiemos al gobierno nacional.

Cuando consiguió trascendencia provincial, al menos en términos formales ─convertirse en vicegobernador─, Isa se planteó sólo un camino: fortalecer un espacio propio sin causar grandes sangrías en el oficialismo de Urtubey y sin exponerse. El trabajo de reclutado quedó en manos de Mauro Sabbadini, quien venía cumpliendo aceptablemente como lugarteniente del “Turco” en el último tramo de sus dieciséis años como intendente de la capital salteña. El bonaerense fue el hombre designado por el hermano del difunto Daniel para organizar una fuerza política que sin granjearse el encono efervescente de ninguna tendencia del frente gobernante, mostrase suficiente autonomía con respecto al gobernador Urtubey. Desde entonces, no sin abandonar su ductilidad para ocupar cargos públicos, ya que recibió un puesto de coordinación en el área de Derechos Humanos de la Provincia, Sabbadini utilizó su verborragia simpaticona para formar un equipo de figuras jóvenes, con trayectoria política aunque sin reputación desgastada como la mayoría de la casta política. Dirigentes y militantes universitarios, territoriales y profesionales encontraron impulso en ese rasgo en común ─experiencia política sin demasiado recorrido en cargos institucionales ni elecciones─, aunque paradójicamente fue de la mano de quien venía de ser intendente durante cuatro mandatos consecutivos, resistiendo inclusive la desestabilización política que hubo en el país en 2001.

Así fue como, unos meses antes de las elecciones del año pasado, fue presentado en sociedad el partido Felicidad, que, antes que una evocación a la búsqueda que todo buen libro de autoayuda propende, es un acrónimo tan ambicioso como ambiguo: Familia, Educación, Libertad, Igualdad, Cultura, Independencia, Democracia, Ambiente y Desarrollo. Si bien no tuvo expansión en toda la provincia, al armado de Sabbadini fue suficiente para presentar la novedad electoral en distintos distritos de los alrededores de la capital, como Campo Quijano, Cerrillos y Vaqueros.

En perspectiva, hay que esforzarse por deducir hoy que la ausencia de Isa en la campaña de Felicidad del año pasado fue casual. Las apariciones muy esporádicas y su ocultamiento en la cartelería y folletería fueron actitudes deliberadas de un político que maneja el pulso social con la misma astucia que un/a ajedrecista concluye cada movimiento y con igual paciencia que un sibarita deglute cada bocado.

Agazapado

Luego de la devaluación de enero de 2014,  con la caída de precios en commodities y el petróleo, la economía argentina empezó un camino de estrechamiento que, con pocas variantes, terminó por darse en diferentes países latinoamericanos, amén del mayor o menor progresismo de sus gobernantes (Brasil y Ecuador son ejemplos fehacientes). La agudización de ese proceso en la nación albiceleste vino con la desmesura de los ultraliberales, cuando Cambiemos aterrizó en la Casa Rosada. En ese momento, Urtubey y Gustavo Ruberto Sáenz, flamante intendente capitalino, debieron convivir con la exposición de co-gobernar, y garantizar por lo menos estabilidad, con la coalición encabezada por Mauricio Macri. Isa, en cambio, libró oficio para que actuara su paje favorito, Sabbadini, quien preside Felicidad, pero optó por mantenerse al margen de la sobreexposición. Paciente y calculador. Sin llamar la atención en tiempos donde poco conviene convivir con colegas dirigentes, de índole nacional y provincial, que atacan sistemáticamente los intereses populares.

Así es que Felicidad tuvo un apenas aceptable desempeño comicial, presentándose como novedad del espectro político salteño, con figuras frescas aunque ya con cierto reconocimiento público. El caso emblemático es Tane Da Souza Correa, de Vaqueros, quien reunió el apoyo categórico de les vecines vaquereñes siendo el candidato a concejal más votado. Tane creció en Vaqueros, cobró fama por no haber ido a la escuela y cursar estudios de grado en Física, y ser dirigente estudiantil del kirchnerismo, aunque nunca militó orgánicamente en ninguno de los partidos de esa corriente política. Es carismático y sin complejos a la hora de enfrentar cámaras tanto como dialogar con vecinos/as cara a cara. El respaldo en las urnas le valió conquistar, además, la presidencia del Concejo Deliberante, probablemente la mejor cosecha que Felicidad recogió después del debut electoral.

No faltaron quienes se sorprendieron el sábado pasado, en el aniversario del Mercado Vaquereño, cuando el vicegobernador fue invitado especialmente por el presidente del Concejo Deliberante para compartir la algarabía multicolor que se vivió durante los varios números artísticos que animaron la jornada. Isa fue junto a Sabbadini, y empezó así a salir del cómodo ostracismo en el que había estado hasta el año pasado, cuando prefirió digitar el armado político del partido sin tomar visibilidad pública, ni en las calles ni en los medios. Como se sabía, y se ha anticipado en editoriales previas de este semanario, los políticos con apetencias serias para el año próximo empezarían a jugar sus mejores cartas cuando pasase la fiebre mundialista. Para el exintendente es momento de capitalizar el armado que empezó a moldear Sabbadini apenas pasaron los comicios de 2015.

Felicidad, la herramienta electoral que se presentó el año pasado con caras reconocidas pero al mismo tiempo nuevas, no tardó en dejar al descubierto quién es el viejo político que orquesta la batuta: uno de los más serios interesados en disputar la gobernación el año próximo.

Feliz, sin padrino

A diferencia de Felicidad, que se mostró como novedad el año pasado aunque en realidad se estructuraba bajo la conducción de un dirigente de la vieja casta política, el propio Isa cuenta con una virtud que lo distingue entre los que actualmente conforman el oficialismo U: autonomía con respecto al gobernador. El Turco no tiene padrino.

Contrastando con la mayoría de los oficialistas que tienen apetencias de suceder al tetrarca el año próximo ─como Javier David, Pablo Kosiner o Carlos Teófilo Parodi─, el vicegobernador llegó al Gabinete luego de negociaciones atirantadas, sin haber sido acogido nunca como miembro de las fuerzas leales a Urtubey. En 2015 eso se leyó como una derrota, pero con los resultados electorales pobrísimos del oficialismo el año pasado y con un mandatario que piensa exclusivamente en su patriada para convertirse en presidente, el camino de Isa parece allanado para competir seriamente por la gobernación.

Ensimismado en su cada vez más remota chance de convertirse en presidente, o al menos funcionario nacional, Urtubey desangela a los nombres de su entorno que vienen mostrando interés en llegar al Grand Bourg. Incluso negocia abiertamente con el intendente Sáenz, que hasta podría compartir boleta con Urtubey si las conversaciones arriban a buen puerto (Sáenz gobernador, Urtubey presidente). Los únicos que muestran autonomía con respecto al oficialismo son Leavy, que el año pasado hizo una significativa elección por fuera del aparato electoral del gobernador, e Isa, que aunque forma parte del gobierno, como se ha visto, nunca dejó de desplegar su propio juego, pese a que se mantuvo en las sombras.

El tartagalense ha sufrido más de la cuenta sus meses de “opositor genuino” del macrismo en el Congreso, terminó tomando decisiones que más lo acercaron a la mezquindad que a los intereses populares, aun a los intereses de las bases que habían depositado confianza en él. Isa, en cambio, usó la intrascendencia política e institucional de su etapa como vicegobernador para sortear esos costos políticos y llegar fresco a la carrera por la sucesión de Urtubey. El exintendente asoma como uno de los que mejores chances tiene de subvertir la tranquilidad con la que Ruberto Sáenz cree que ganará las elecciones el año próximo. Para ello será vital la clase de alianzas que trame cada uno con dirigentes del interior, pues ambos cuentan con una misma flaqueza, poco se los conoce más allá del Valle de Lerma.