La comunicabilidad del alma con lo divino, el cuerpo como perturbación de dicha comunicabilidad. 

Por Andrea Sztychmasjter

El dualismo ontológico de Platón «mundo sensible y mundo inteligible» tiene su paralelo en su antropología con el dualismo entre el cuerpo y el alma. Para Platón hay dos dimensiones de lo real. Un orden inteligible de lo verdadero y uno sensible, versión degradada de lo que es. En el aspecto antropológico concibe al ser humano como un compuesto de dos sustancias distintas pero reunidas en una: el cuerpo, que nos vincula al mundo sensible, y el alma con el mundo inteligible. En el aspecto gnoseológico donde aparece la teoría de la reminiscencia, ésta se presenta como la prueba del nexo que existe vínculo entre estos tres ámbitos y que dan garantía del mundo de las ideas y de la preexistencia del alma.

Para Platón el alma es un principio que se mueve a sí mismo y es fuente de movimiento. No se separa, por eso es inmortal y permite el conocimiento de las Ideas. Platón encuentra tres partes en el alma humana: la parte racional, representada en el mito del carro alado por el cochero; es la más noble y elevada, y su función es conocer intelectivamente y guiar a las otras dos; la parte irascible, representada por el caballo bueno y hermoso, símbolo del valor y la voluntad, se deja conducir fácilmente; y la parte concupiscible, representada por el caballo malo, difícil de guiar, símbolo del deseo y la pasión sensible inmoderados. 

En el diálogo del Fedón, Platón trata la cuestión de las partes del alma. Dada la dificultad del tema, señala como adecuada la exposición alegórica: el alma es como una fuerza natural que mantienen unidos un carro y su auriga, sostenidos por alas. Los caballos y los aurigas de los dioses son todos ellos buenos; los de los hombres no.

Dos de los argumentos utilizados para demostrar la inmortalidad del alma, el de la reminiscencia y el de la simplicidad, se basan en la teoría de las Ideas. Los otros dos, el de los contrarios y el del principio vital, en creencias propias de la época.

— Respóndeme, pues, continuó Sócrates. ¿Qué es lo que hace que el cuerpo esté vivo?

— Es el alma.

— ¿Sucede así constantemente?

— ¿Cómo no ha de suceder?, dijo Cebes.

— ¿El alma lleva, por consiguiente, consigo la vida a donde quiera que ella va?

— Es cierto.

— ¿Hay algo contrario a la vida, o no hay nada?

— Si, hay alguna cosa.

— ¿Qué cosa?

— La muerte.

— El alma, por consiguiente, no consentirá nunca lo que es contrario a lo que lleva siempre consigo. Esto se deduce rigurosamente de nuestros principios.

— La consecuencia es indeclinable, dijo Cebes.

— Pero, ¿cómo llamamos a lo que no consiente nunca la idea de lo par?

— Lo impar.

— ¿Cómo llamamos a lo que no consiente nunca la justicia, y a lo que no consiente nunca el orden?

— La injusticia y el desorden.

— Sea así: y a lo que no consiente nunca la muerte, ¿cómo lo llamamos?

— Lo inmortal.

— El alma, ¿no consiente la muerte?

— No.

— El alma es, por consiguiente, inmortal.

— Inmortal.

— ¿Diremos que esto está demostrado, o falta algo a la demostración?

— Está suficientemente demostrado, Sócrates. (Fedón, 104e- 105d)

La teoría de la anamnesis es una teoría del conocimiento según la cual conocer es recordar. La teoría de la reminiscencia está ligada a la diferencia platónica entre cuerpo y alma. El recuerdo se logra principalmente mediante el dialogo filosófico. Platón afirma que el cuerpo es una cárcel para el alma, liberar el alma del cuerpo se convierte en la verdadera función de la filosofía. Platón cambió la metáfora órfica del cuerpo entendido como tumba del alma, soma-sema, por la imagen del cuerpo-prisión. 

La actitud ante la muerte 

Para Platón el cuerpo es concebido como la sede de todas las bajas inclinaciones y apetitos humanos y el alma como una estructura en la que se halla la razón. Cómo vivir y cómo morir; específicamente en este sentido cuál es la actitud del filósofo ante la muerte. En el dialogo Fedón, Equécrates pregunta a Fedón ¿cómo murió Sócrates?, ésta pregunta encierra aspectos referidos a la actitud que Sócrates tomó para dar cuenta de la grandeza moral que lo caracterizó. Platón refiere detalles de la religiosidad de su muerte, condenado por impío en la ciudad de Atenas.            

“Yo no experimentaba la compasión que era natural que experimentase asistiendo a la muerte de un amigo. Por el contrario, Equecrates, al verle y escucharle, me parecía un hombre dichoso; tanta fue la firmeza y dignidad con que murió. Creía yo que no dejaba este mundo sino bajo la protección de los dioses, que le tenían reservada en el otro una felicidad tan grande, que ningún otro mortal ha gozado jamás otra igual; y así, no me vi sobrecogido de esa penosa compasión que parece debía inspirarme esta escena de duelo”. (Fedón)

Pero ¿de dónde tiene el filósofo la certidumbre de no perecer por completo cuando muere? Platón lo retratará en la supervivencia del alma al cuerpo, la reminiscencia, la preexistencia del alma, la existencia de las ideas por sí mismas. El filósofo no se encarga de los cuidados del cuerpo, sino de los del alma, a la que los placeres del cuerpo perturban y contaminan. El alma aprehende la verdad cuando huye del conocimiento del cuerpo: cuando percibe las cosas en sí, no las cosas que participan de ellas. 

Platón expone diferencias cualitativas entre los modos de ser humanos y su relación con la organización social. La ciudad surge como respuesta a la incapacidad de cada individuo para satisfacer por sí mismo las propias necesidades. Por consiguiente, para que haya ciudad se necesita, en primer lugar, una pluralidad de individuos que atiendan a las necesidades más elementales de la vida humana: alimento, vivienda, vestido. Esto da lugar a ciertos oficios u ocupaciones que faciliten el intercambio de los productos de unos y otros. Todos estos oficios componen la base económica de la ciudad y el conjunto de los individuos que los ejercen forman el grupo o la clase de los productores, la clase económicamente productiva.