Te acercamos este texto de la gran Silvia Federici para que leas en este día lluvioso.

Espero que estés pasando un feliz día y que nada de lo que el capitalismo nos vende nos parezca como a Marx necesario para lograr una sociedad sin clases en un mundo sin escasez. Porque nada, todas estas décadas después apunta a que esa teoría se cumpla.

Marx estuvo fascinado por la potencia productiva del capitalismo industrial que tan ferozmente combatía, pero dejó de lado el estudio y análisis de la explotación del trabajo no asalariado, este que hacemos las mujeres y que está dedicado a la reproducción de la mano de obra; ese trabajo que consideraba natural y arcaico. Estas dos limitaciones del trabajo teórico de Marx marcaron en enorme medida el desarrollo de las teorías y luchas marxistas, centradas desde entonces en la fábrica y casi siempre magnetizadas por el fetichismo tecnológico.

El salario es una relación social que ha permitido crear divisiones, ejes de opresión y jerarquías. Federici, partiendo de la revisión histórica rompe el discurso naturalista de la feminidad y analiza los comienzos del capitalismo industrial en Gran Bretaña. Explica cómo la familia proletaria tipo tuvo que inventarse pasada la mitad del siglo XIX. En el proceso de construcción de dicho núcleo familiar, resultan fundamentales las particularidades del contexto de finales del XVIII y principios del XIX. Etapa histórica en la que, la mano de obra en las fábricas estaba compuesta por mujeres, hombres y niños que realizaban su trabajo en condiciones infrahumanas (como con las jornadas de 14-16 hs), algo que acortaba a la esperanza de vida.

La sobre explotación laboral y las consecuentes protestas y huelgas por supuesto trastocaron a la industria, en términos de productividad, el lamentable estado de los y las trabajadoras y las consecuentes dificultades para su reproducción, provocó una intervención del estado regulando el trabajo asalariado ante la necesidad de “un tipo de trabajador más fuerte y productivo”. En este sentido, con el sentir de la época, como se puede ver, por ejemplo, en los textos de Alfred Marshal, los problemas se achacaban a la ausencia de amas de casa. Así pues, como señala la autora, “lo que estaba en juego al aprobarse la «legislación protectora» era algo más que una reforma del trabajo fabril. Reducir las horas de trabajo de las mujeres era el camino hacia una nueva estrategia de clase que reasignaba a las mujeres proletarias al hogar para producir trabajadores, en lugar de mercancías físicas.

Podríamos así afirmar que del mismo modo que “Mujer no se nace se hace” “Familia proletaria tipo no se nace, se hace”.

El trabajo del hogar se introdujo en forma de abnegación y amor, para que pasasemos de ser obreras a ser productoras en una fábrica que produce trabajadores y trabajadoras. No debemos perder el punto clave, los beneficiarios reales de este trabajo son los empleadores.

Silvia Federici y otras feministas de los años setenta, tomando a Marx pero siempre más allá de Marx, partieron de su idea de que “el capitalismo debe producir el más valioso medio de producción, el trabajador mismo”. A fin de explotar esta producción se estableció el patriarcado del salario. La exclusión de las mujeres del salario otorga un inmenso poder de control y disciplina a los varones a la vez que desvaloriza e invisibiliza su trabajo. Esta invisibilización no solo es útil para explotar el gigantesco ámbito de la reproducción de la fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, y al igual que la desvalorización de otras muchas figuras , sirve al capitalismo en su principal objetivo: construir un entramado de desigualdades en el cuerpo del proletariado mundial que le permita reproducirse y enriquecerse, así como perpetuar las jerarquías que lo componen y que generan ejes de opresión más allá de la división sexual del trabajo.