Mario Flores es tartagalense, tiene menos de 30 años y dirige una editorial, además agita la movida del slam de poesía oral en su ciudad natal y hace poco presentó un libro. Aprovechamos el fin de año para mandarle un par de preguntas sobre estas y otras cuestiones. (R.E.)
Mario nació justo cuando comenzaba la última década del siglo pasado. Luego vivió un tiempo en Tucumán, donde estudió Piscología, y después se fue para Buenos Aires, ahí formó parte del circuito under de la poesía oral. En su ciudad natal dirigió las tres ediciones de la Jam de Poesía Oral además de la creación del Slam! de Poesía Oral Salta en Tartagal, llevando tres ediciones hasta septiembre pasado.
También desde hace un par de años que lleva adelante una editorial independiente y autogestiva, Cuaderno de Elefantes. Ha publicado siete obras, entre libros propios y de otros autores, de forma artesanal. Su libro de poemas Escala de Richter para la melancolía lleva tres ediciones. Hace poco vino a presentar su último trabajo, Introspectiva de una hoja muerta, a la ExpoLibros y la semana pasada fue también la presentación en Tartagal. Aprovechamos estos dos pretextos para conocer un poco más del autor y su laburo en el norte salteño, donde además de calor, también corre la poesía.
La mecánica de la entrevista fue bastante sencilla, mail va, mail viene y el resultado es el siguiente.
Tu trabajo en los últimos años incluye varias facetas: entre escritor, editor, agitador cultural, una especie de polirubro; esto parece ser algo que sucede ahora comúnmente en la gente ligada a la cultura. ¿Por qué consideras que sucede esto?
Desde que empecé a leer en vivo me vi en la necesidad de ser multifunción, el poeta juega a ser gestor, se juega a ser organizador. En mi caso es más una faceta de trabajo, ya que para el lugar donde resido actualmente es necesario hacer muchas cosas a la vez.
Tuve unos buenos meses donde me invitaban a ciclos varios y sólo debía preocuparme por mi presentación. Eso era cuando estaba en Buenos Aires. Al retornar a Tartagal tuve que poner en práctica todo lo que había aprendido y hacer de organizador, presentador, curador… hasta corrector.
Me parece positivo y esto es preciso que se dé con cierto equilibrio: si el poeta sigue en la cómoda posición de escribir en silencio y nunca armar un evento, un ciclo, una lectura o un taller y se refugia en su misticismo, estamos en un problema.
Esto sucede porque, al menos en el norte del país, no hay grupos de trabajo oficiales que se dediquen a la difusión real de literatura contemporánea (quizás recién están apareciendo). En mi caso, por ejemplo, me la doy de editor, tengo un pequeño proyecto editorial. Comenzó siendo una excusa para publicar mis cosa en el modo y tiempo que yo deseara, pero ahora el espectro de posibilidades se amplía y el 2016 arrancará con libros de otras personas.
El perfil mismo de alguien que escribe no puede limitarse al estereotipo masturbatorio de escribir en tu habitación y nunca compartir. Es ahí donde se cae en la bohemia ficticia de quienes se juzgan a ellos por encima de quienes producen. Es preciso escribir y reescribir, pero también salir a la calle y participar sin miedo, sin temblor corporal ni juicio moral.
En mi ciclo de poesía se produce una instancia de diálogo donde todos quienes participan están en igualdad de condiciones, sea quienes sean y escriban lo que escriban. Además de escritor también soy lector, me gusta leer a los demás, escucharlos y hasta publicarlos. Si no fuera así, hace rato que me dedicaría a reparar aparatos de aire acondicionado, hay más dinero en eso.
En Tartagal seguramente hay una movida literaria, conocemos a un par de escritores jóvenes, como el caso de Fabio Martínez; pero cómo se vive desde adentro esto de la «literatura tartagalense» (si es que hay una), tanto la de las generaciones más recientes como la de los viejos ¿Hay algo que te haga sentir parte de un grupo generacional o algo así?
Siempre que hablo acerca del ambiente artístico (o en mi opinión, no-ambiente) de Tartagal, sale alguien a presentarme batalla, ofendido por mi apreciación. Es necesario aclarar que en el norte del país existe un tradicionalismo reinante que instala el costumbrismo por sobre la expresión, el convencionalismo por sobre el contenido, el pudor por sobre la transparencia del lenguaje. Desde hace algunos años esta dimensión se ve en jaque por las apariciones de movimientos alternativos, pero esto se ve sólo en la capital de la provincia. En el resto sigue el escenario normal y conocido, relacionado siempre con el folklore y en constante coito con la academia.
En Tartagal, como en cualquier pueblo pequeño, existe una lista de cuatro o cinco nombres de personas más o menos reconocidas o referentes en cualquier rama del arte. En la literatura, que debe ser la disciplina con los egos más grandes, estos cuatro o cinco nombres se encierran en sus torres de marfil y rara vez salen a la vida, casi siempre cuando esa salida les garantiza el menor riesgo posible, tanto para ellos como para su escritura.
Fabio Martínez es un caso particular, ya que es alguien que narra esta locación desde un punto que era necesario leer, y en mi opinión es el primero en lograr un cambio verdadero, tanto en erigir su obra como en el tratamiento y su rol como escritor. A pesar de que no reside en la ciudad es un artista que hizo un aporte medular para pensar la realidad de las producciones que emergen de estos lares.
Personalmente no me siento parte de una generación ni de un colectivo, al menos en lo referente a lo local. Este año hice más amigos y conocí mucha gente, pero son de la capital de la provincia. No es necesario estar circunscripto a un grupo. Lo veo más como una experiencia colectiva.
Yo podría darme el gusto y la presunción de decir que no hay una movida literaria aquí, hay nombres sueltos.
En el ciclo que dirijo aparecieron varios nombres nuevos, pero aún falta confianza para que se sostengan.
Sos un participante asiduo del slam, organizas el de Tartagal, participaste del que hicieron acá y hace poco te fuiste para el sur representando a Salta junto a otro compadre, cómo ves esto de la movida que se masifica, contanos algunas de tus experiencias en esas participaciones.
El slam argentino de poesía oral es, sin duda, una de las experiencias más intensas que descubrí estos últimos años. Primero como espectador y luego como participante.
Cabe mencionar que cada vez que aparece algo medianamente desconocido en el interior del país, se lo rotula de «nuevo», «joven», y esas son dos palabras que en estos lados toman apreciaciones despectivas. El slam tiene años de recorrido, referentes y cientos de horas de contenido libre a las que cualquiera puede acceder. Es el espacio en vivo con mayor espectro de diversidad estilística, participan todos, hagan lo que hagan.
Es muy positivo que exista y, sobre todo, en Salta, donde las lecturas de poesía suelen estar atadas al término de «café literario», uno de los nombres más horribles para ponerle a algo, donde las lecturas son masajes de ego entre contenidos somníferos de miserables que necesitan de la aprobación de un público fiel. El slam de poesía oral toma en cuenta el cuerpo, la voz, la modulación, sin descuidar jamás el contenido. Y al mismo tiempo tampoco desplaza a una generación ni a una escuela en particular. Todas las escuelas están contempladas, es un pantallazo general que, si te quedás hasta el final, te ayuda a crecer como escritor y como lector. Pero hay que saber aprovecharlo y no demonizarlo como literatura fast food.
En Tartagal se hicieron tres, el cuarto se suspendió. Existe el problema de que hay pocos participantes, no todos se animan a mostrar lo que hacen por temor a un juicio externo. Sin embargo las tres ediciones que se llevaron a cabo fueron interesantes, quienes participan suelen temblar en el momento en que llega su turno. Tienen tres minutos con veinte segundos para demostrar que son el propio sostén de su poesía pero, al parecer, está el miedo de que la mamá o la profesora de secundaria estén entre el público.
En Salta capital el slam fue todo un éxito y lleno de información, personalmente sólo me queda desear que se repita pronto. Por otro lado, el Slam Federal que se llevó a cabo en Rosario el noviembre pasado fue una experiencia grandísima: poetas orales de todo el país y uno metido ahí dentro preguntándose ¿cómo llegué aquí?. Da gusto que exista.
Ahora estás del lado del entrevistado, pero desde hace un tiempo sos vos el que realiza entrevistas en una página web, qué nos podrías decir de eso.
Comencé, efectivamente, un blog para hacer preguntas a gente que admiro. Pero la mayoría son amigos, gente viva de carne y hueso que hace cosas muy interesantes. Mi curiosidad enfilaba hacia el proceso creativo de cada uno, ritos o hábitos, además de saber si todos se ponen la piel de poeta o si su compromiso atañe a un hobby, aún a esta altura. Cada vez que publico una entrada o entrevista, comienzo aclarando que son «doce preguntas a modo de disparadores sin rigurosidad periodística», porque no soy periodista, sólo otro lector que le gusta saber acerca del mundo privado de los hacedores de la palabra.
Ya que estamos en esto de la web, cómo piensas la relación entre las publicaciones papel y las que son virtuales, digo, en cuanto a la gratuidad del material. ¿Sos de bajar cosas para leer y/o escuchar? O Te pinta el purismo de decir, ‘ah, yo no leo en la computadora’
Esa es una discusión un tanto vieja. Hoy ya no me parece un debate. Lo fue hace algunos años, cuando el ebook tomó dimensiones de monstruo desconocido que asustaba a los comerciantes: porque el miedo a la tecnología no es un asunto de lectores sino de editores que no saben cómo continuar su curro. Los que disfrutamos de leer leeremos siempre, de un modo u otro. Hoy ya no me parece un debate donde queden cosas por decir: el libro en papel existirá siempre y el libro digital existirá siempre. Es sencillamente así. Se suele recurrir a lugares comunes de carga romántica decimonónica defendiendo al libro en papel, ignorando la gran cantidad de posibilidades de igualdad y libertad que el formato digital nos da, gratis. Y también están los cyberliteratos que quieren diezmar a los libros en papel o a quienes aman el papel.
En Cuaderno de elefantes hago libros digitales que subo a mi página, están libres para leerse en línea o descargarse gratuitamente, y al mismo tiempo los llevo al terreno físico. La clave, tal vez, sea la complementación para mayor difusión de tu trabajo.
Nos interesa saber un poco más del libro que presentaste hace poco en la ExpoLibros, y de paso cómo fue tu participación en esa actividad, cómo ves la movida en Salta, teniendo en cuenta que de esa edición participaron muchas de las personas que están agitando por estos lares.
Yo tenía una tara enfermiza con la ciudad de Salta. No me gustaba para nada, y por eso no venía ni de paseo. Hoy ese problema o prejuicio no lo tengo más, ahora extraño cuando me toca volver a mi casa, y esto se debe a que descubrí el otro rostro: gente muy copada que hace cosas, editoriales y eventos que llevan decenas de ediciones que son ampliamente disfrutables, para cualquier sector. El contenido, sin ir más lejos, ahora me parece mucho más legible de lo que la literatura salteña lo era hace un tiempo, hay un cambio de voz, un derribamiento del paisajismo bucólico, que vuelve verosímil la poética y la narrativa. Desconozco si formo parte de esas voces, pero compartir es suficiente para mí. Tengo la suerte de poder viajar y haber conocido muchas personas con verdadera pasión por la cultura under, por el arte alternativo. Se establece una cadena con muchos eslabones que se vuelve múltiple y se expande constantemente. Las invitaciones llegan por ahí: gente que te lee y te recomienda, muchos de ellos escritores más grosos que uno, que le dan una dimensión más transparente a la valoración de tu producto, ya sea libro o presencia. El ejemplo más reciente fue la presentación de mi libro, Introspectiva de una hoja muerta. El libro está prologado por Fernanda Álvarez Chamale, a quien conocí gracias al slam, y lo presenté en una sala de la Biblioteca Provincial, un sitio al que probablemente no llegaría sin formar parte de esa red en la cual la poesía viaja continuamente. El libro trata de un tema obsesión para mí: el suicidio y los trastornos psiquiátricos, el doblez de la realidad en relación a la función de la ficción. Lo escribí hace algunos meses y presentarlo fue poner el cuerpo a una situación a la que suelo escaparle, ya que las presentaciones de libros suelen ser los eventos más elitistas y tediosos del universo conocido. Ahora eso cambia y se transforma en un espacio de libertad donde la palabra se pone en foco y el espectador puede ser espectaactor, alguien que pone de su visión junto con quien produce. Además quien me prologó el libro estuvo conmigo y eso fue todo un regalo, no es sencillo hallar a alguien que ponga palabras a tus poemas. Anteriormente me había pasado con Patricio Foglia, quien prologó un libro de poemas titulado Nosotros niños mutantes, también de 2015.