por Franco Hessling

En política una de las virtudes que más se atesora es el sentido de la oportunidad. De todos modos, la caza de chances, pensada de modo unilateral, puede conducir a no anticipar los tropiezos, o incluso a la falsa idea que un agujero negro es una oportunidad. Digamos que es como concentrarse sólo en la ofensiva, sin custodiar el flanco de lo ya conquistado. Lo de Juan Manuel Urtubey al respecto del presidente Mauricio Macri y la carrera por la presidencia no parece otra cosa que una sucesión de decisiones intempestivas, inoportunas. No obstante, la premeditación de esos movimientos obliga a pensar también en otra posibilidad, que el gobernador elija concienzudamente acompañar los tropiezos de Cambiemos. ¿Para qué?

Antes de avanzar aclaremos de qué modo tomaremos el vínculo entre el salteño y el hijo de inmigrante italiano. No discutamos si es cierto que son socios para mantener dividido al peronismo hasta 2019 y así sostener en la Casa Rosada las mejores chances de alzarse con la victoria. Aun asumiendo como real esa presunción que sobrevuela los análisis políticos, sería infantil creer que Urtubey, incluso consciente de sus chances ínfimas y su supuesta negociación con Macri, no conservase algún ápice de esperanzas de ser presidente. La sangre que surca sus venas podrá ser azul pero no es gélida. Político desde la juventud, Juan Manuel siempre soñó con terminar la tarea de Robustiano Patrón Costas empezó en las primeras décadas del siglo pasado. Ése y el actual gobernador tienen mucho en común: salteños de alcurnia y conservadores, Patrón Costas sólo ocupó la presidencia de modo interino, en su carácter de presidente provisional del Senado de la Nación, en los sombríos años de la Década Infame. Socio de Macri o no, Urtubey también juega sus cartas, tiene sus propias aspiraciones.

Retomemos: su oportunismo excesivo le encegueció la vista ante ciertos previsibles traspiés o, al contrario, lo llevó a confundir desavenencias con oportunidades. Para entender la afirmación recapitulemos un poco, a principios de este año el gobernador empezó una tenue delimitación, para los puntillosos casi invisible, con respecto a Cambiemos, con quienes había venido colaborando descaradamente desde octubre de 2015, cuando fue el primer “sciolista” en anunciar que se iría a contracorriente de la última administración económica del kirchnerismo y se le pagaría a la rapiña financiera que litigaba a instancias de Thomas Griesa, los “fondos buitre”. Desde aquella confesión en Nueva York durante el Consejo de las Américas, el camino de asimilación de Urtubey a las lógicas, discursos y políticas de Cambiemos fue siempre avanzando hasta principios de este año.

Primero con las inundaciones en el norte, cuando se empezó a ventilar solapadamente la escasez de fondos que enviaba la Casa Rosada para atender la emergencia y, más explícitamente, el primero de marzo, durante la apertura del año legislativo provincial. En esa oportunidad, el mandatario norteño expresaba: “La palabra grieta es una tragedia que no debe ser naturalizada, no se trata de auspiciar y alimentar el uno contra el otro, se trata de avanzar el uno con el otro [aplausos lo interrumpieron], sería una injusticia decir que no somos escuchados por el Gobierno nacional, pero sería una mentira decir que recibimos todas las respuestas que necesitamos”.

Más cerca en el tiempo, el novel padre de Isabelita criticó en los medios el sistema de servicios públicos y el manejo de los recursos energéticos, aunque lo hizo de modo general, sin apuntar directamente contra el beneficio al lucro empresarial y la sobrecarga en las tarifas de los usuarios finales. Por supuesto, siempre decorando cualquier observación con su defensa del federalismo, acusando de centralismo a Macri y cualquier gobierno que no sea de un provinciano del interior hondo. Y, como todos, incluso el intendente Gustavo Ruberto Sáenz, JMU también achacó contra la entrega de la llave del Banco Central al Fondo Monetario Internacional (FMI).

Esas declaraciones ocurrieron en paralelo a ciertas reuniones con dirigentes del peronismo federal, reticente al progresismo kirchnerista, como la línea de Miguel Pichetto, Juan Schiaretti y el propio Sergio Massa. Dichos encuentros fueron igual de inocuos que las declaraciones delimitantes: tuvieron menos convocatoria y resonancia mediática de la que se esperaba y, en las últimas horas, Pichetto quedó alineado contra Cambiemos mientras que Urtubey a favor —discusión del proyecto para frenar los tarifazos esta semana en el Senado de la Nación.

Esos someros esfuerzos por acuñar capital político propio, tomando distancia del modelo aporofóbico de Cambiemos, se fueron por la borda en las últimas semanas. Primero con la reunión con gobernadores colaboracionistas, en la que JMU se pavoneó como uno de los más entusiastas, y después con el acogimiento a Macri en lo que, probablemente, haya sido el día más impopular de su gestión desde que asumió la presidencia, la jornada en la que vetó la ley para retrotraer los precios de las tarifas a noviembre del año pasado. Cual amigo que presta respaldo en los momentos más difíciles, Urtubey agasajó al mandatario de un gobierno de argumentos desgastados —inversiones que no llueven y pesadas herencias que se alivianan—, que atraviesa su momento más crítico en tanto la economía cada vez se estrecha más y el rumbo que se avecina es todavía de enorme austeridad para las mayorías, la receta clásica del FMI.

Cuesta creer que recibir a Macri ese día haya sido un error, la falta de cintura para aprovechar el momento y posicionarse hace sospechar de los reflejos de Urtubey y su entorno de asesores pero la decisión de recibir al presidente fue meditada y resuelta con antelación, a sabiendas que podría ser una jornada aciaga para contar con se visita. El gobernador acordó la cita justamente en la última reunión del primer mandatario con los referentes provinciales colaboracionistas, encuentro en el que el líder del PRO intentó persuadirlos para frenar el proyecto de ley contra los tarifazos  y  compartir decisiones de ajuste. Igual que en las últimas reuniones organizadas por Urtubey, en Cachi fracasó la intención original, que era la asistencia de varios gobernadores para sellar en esa única instancia un gran acuerdo nacional de recortes.

En la peor coyuntura posible, JMU dilapidó cualquier atisbo de diferenciación que pudiera haber ensayado desde principios de año, y así empezó a desinflar sus ínfulas de candidato presidencial. Si de por sí su imagen no movía el amperímetro de las encuestas de alcance nacional, realinearse con Macri en el momento en que la figura de éste y la de su Gobierno caen en picada no parece la mejor forma de sostenerse como una opción viable, ni siquiera como socio de Cambiemos para mantener segregado al peronismo. El negocio de la alianza, en ese sentido, es dividir al peronismo para restarle votos, pero separarlo con un candidato que no reúna simpatías propias es un despropósito.

Aislado del resto de gobernadores colaboracionistas que no quisieron correr con el costo político de reunirse con Macri en el peor día desde que inició su gobierno, el jueves del último veto, cabe preguntarse qué especuló Urtubey con esta maniobra de acogimiento. ¿Y si su candidatura presidencial decayera porque ya avanzó en un acuerdo más frontal con Cambiemos? ¿Aceptaría ser compañero de fórmula de Macri? ¿Una eventual jefatura de Gabiente? ¿Un ministerio? ¿La cancillería?

El entorno de Urtubey se mantiene firme en aseverar que “Juan” disputará la presidencia, se sabe que el banquero Jorge Brito asumió personalmente su sponsoreo. Sin embargo, la carencia de cintura política de esta semana lo posiciona a nivel nacional en la misma encrucijada que el año pasado le costó la elección en la provincia: quedar asimilado a Cambiemos sin ser formalmente parte de la alianza gobernante. Y, comprobado ha quedado, los acólitos del cambio prefieren los originales a las copias fieles, por más fieles que éstas sean.