El veredicto del juicio sobre el femicidio de Jimena Salas, no sorprendió a nadie. Solamente contribuyó en aumentar el escepticismo y la visión negativa que la sociedad tiene sobre la justicia.  Muchas cosas quedaron en el tintero. Demasiadas.

                                           Nota de Redacción

Justamente lo que los jueces parecen haber obviado a la hora de “dudar”, no de fallar. Si dudaron, es porque hubo muchas pruebas que los puso en un dilema. ¿Cuáles fueron?

El tema empezó mal. La única jueza (mujer), Paola Marocco, se excusó y el Tribunal quedó integrado por los jueces Javier Armiñana Dohorman, Francisco Mascarello y Federico Diez. Este último con un proceso abierto justamente por “violencia de género”. Algo que ni siquiera a la propia Corte de Justicia se le debió pasar. Pero, se le pasó. Respecto a Armiñana (famoso por no poder envainar su lengua), ya habíamos anticipado su conducta irresponsable, en la que antes de que den inicio las audiencias, manifestaba abiertamente que a su entender, no tenía sentido llevar adelante el juicio. El veredicto anticipado de este juez, parece que tampoco a nadie le sorprendió, y por ende, quedó habilitado para ser uno de los miembros del Tribunal de Juicio (con opinión formada, y manifestada públicamente). Con este aval, tampoco se esmeró en disimular su conducta y simpatía hacia el “viudo” Nicolás Cajal Gauffin y se encargó de reprender a los fiscales cuando hacían preguntas, a su criterio, “improcedentes”.

No menos evidente fue la blandura con la que el Tribunal permitió moverse a la defensa del imputado Cajal Gauffin, sin pestañear y mínimamente llamarle la atención. Incluso, frente a alguna amenaza a cara descubierta de Pedro Arancibia a la fiscal Ana Inés Salinas Odorissio, en una evidente actitud de violencia de género contra una mujer ejerciendo su función.

Hasta aquí, no se relató lo más grave. Pedro Arancibia, quien también ejerce como abogado del diputado nacional Martín Grande en sus diferentes entuertos con la justicia (si, el mismo que calificó a una fiscal de atorranta), fue la cara visible de una operación montada con anticipación y perfectamente diseñada. El Tribunal de Juicio nunca debió permitir que la defensa del “pobre” Sergio Vargas, contara con tres abogados. Uno de ellos Marcelo Arancibia, “tío” de Pedro, frente a la clara evidencia de intereses contrapuestos. Qué hubiese sucedido si el albañil Vargas hubiera dado otra versión? No ocurriría nunca, porque estaba bien vigilado. Nada que pudiera decir Vargas y que pueda hacer cambiar el rumbo o aportar alguna pista, podría quedar bajo el desconocimiento del abogado del “viudo”. Un rehen de su propia defensa.

Y aquí viene una de las cuestiones más llamativas ¿Cómo hizo el supuesto “perejil” para pagar a tres abogados particulares que cotizan alto por su actuación en el fuero local? Tampoco al Tribunal le inquietó ese “pequeño” detalle. Dicen que el abogado Luciano Romano, contó a voz en cuello que Garbarino pagaba todo. No quedaron dudas. Los gastos no fueron sólo para cubrir abogados, sino también para montar un aparato de prensa destinado a ignorar a la víctima que recibió 57 puñaladas en una desesperada lucha por salvar su vida y la de sus dos hijitas menores,  quedando tendida en un charco de sangre en el living de su casa. Hipovolémica. Sin una gota dentro de su cuerpo. En la misma casa donde Nicolás Cajal Gauffin resintaló a las pequeñas a los pocos días,  el lugar donde habían masacrado a su madre. Ese que hasta aquel fatídico día fue el hogar de Jimena, y que extrañamente se ocupó de limpiar íntegramente una prima del “viudo”. Sin vigilancia judicial alguna. La escena del crimen.

Los detalles que hicieron “dudar” a tan precavidos jueces

Jimena Salas fue acuchillada 57 veces entre las 13.00 hs y 14.00 hs del 27 de enero de 2017, en su residencia de Vaqueros. El primero en llegar, aparentemente, fue Nicolás Cajal Gauffin. Ese domicilio nunca fue allanado, ni el auto de Cajal revisado. La primera contradicción en que incurrió y fue remarcada durante todo el juicio, fue sobre las llaves de la puerta de ingreso. Supuestamente Jimena se las había olvidado. La niñera dijo que habían quedado en el auto de Cajal Gauffín, y éste dijo que habían quedado colgadas dentro del domicilio.

La alarma de la casa de Jimena se cortó el 26 de enero por la tarde.  La empresa Albiero, le avisó a Cajal. Recién llamó para que la reconecten el 28 de enero ¿No es al menos llamativo? Mucho más cuando se pudo escuchar en el juicio a traves de numerosos testigos que a la víctima, la obsesionaba la seguridad. Entonces a Jimena ¿la asesinaron sin saber que la alarma estaba cortada?.

Jimena Salas ingresó a la morgue del CIF después de las cuatro de la tarde del día 27. Su cuerpo salió, sin que nadie la velara, directamente de la morgue al crematorio. A las doce la noche ya había sido cremada, sus cenizas abandonadas y luego echadas a la basura. Nunca nadie las reclamó ¿Por que? ¿Qué apuro había? Los propios parientes y amigos manifetaron su sorpresa al enterarse de la determinación. Lo cierto es que sus hijas, ahora menores, nunca tendrán un lugar a donde dejarle flores o conectarse espiritualmente con su madre. Cajal les quitó esa posibilidad.

Todo esto está absolutamente comprobado ¿De qué dudaron los jueces? ¿No hubo acaso encubrimiento en todo eso?

En la audiencia de debate se pudo escuchar públicamente una conversación telefónica entre Nicolás Cajal y la gerenta de legales de la Caja S.A. El “viudo” reclamaba un dinero por seguro de vida de Jimena. Por lo menos cuatro veces le expresó a la abogada que estaba del otro lado de la línea, que cualquier cosa lo llamara al fiscal Pablo Paz. En ese momento a cargo de la causa. ¿Era Paz un gestor del seguro que pretendía cobrar Cajal, o el fiscal que debía investigarlo? No se sabe. Como tampoco se supo nunca, por qué Cajal estaba más preocupado en comunicarse con sus jefes de Garbarino en Buenos Aires, que a su vez le mandaron personal de Salta para que lo asista, que en tratar de resolver qué había pasado con la madre de sus hijas, que mientras él llamaba nervioso, yacía adentro de la vivienda sobre un lago de sangre, apuñalada y prácticamente abandonada. Sin asistir a las pequeñas con el brazo contenedor que brinda cualquier ser humano a dos indefensas criaturas que acaban de presenciar la muerte de su madre. Una en la cuna, la otra debajo de la cama. Así esperaron la asistencia que finalmente las sacó de lo que de repente se había convertido en la casa del terror. Todo esto parece que también les generó “dudas” a los jueces. ¿Fotografías y testigos podrían haberles dado algo de certeza?. Convengamos que ya raya lo estrambótico todo lo que se viene relatando.

El juicio también sirvió para que la política se apersone en carácter opinativo. Nada mas y nada menos que a través de la figura de la candidata Sonia Escudero (la misma que que decoló con Juan Romero, hizo escala técnica con Juancito Urtubey, amagó la vice de Sáenz y finalmente aterrizó al kirchnerismo rentado del Oso Leavy). Muy suelta de cuerpo señaló que en el juicio se investigó la vida privada de Cajal Gauffin. ¿Quizás, la senadora MC, desconoce que la Argentina adoptó la Iniciativa Spotlight para prevenir femicidios, que obliga a investigar antes que nada al círculo íntimo de la víctima. Hacer campaña “progre” justificando la absolución por la duda, le paró los pelos a más de un militante k paladar negro, que ven en esta mujer de la vieja política, una infiltrada cheta usurpando candidaturas. La senadora MC es abogada.

El perejil

En esto de investigar la vida privada, resultó ser que Vargas (la verdurita), tiene un prontuario criminal nada envidiable para ningún delincuente. Incluye amenazas con cuchillo y, justamente, fue denunciado por su ex pareja por violencia de género. El “perejil” portaba cuatro teléfonos celulares, que las antenas indican que estuvieron activos en la zona de Vaqueros el día del crimen. Consumía abundante pornografía por la red, salvo, el 28 de enero que entró a la página virtual de El Tribuno. Casualmente al día siguiente del femicidio cuando Jimena ya era noticia. Nunca nadie lo vio andar por Vaqueros, ni sabía quién era. Sin embargo en los días previos, fingió ser un vendedor ambulante, que ofrecía zapatillas del mismo número de las hijas de Jimena ¿Cómo sabía que las nenas calzaban ese número? Su ex pareja, además de denunciarlo como violento, dijo que continuamente llevaba a su casa, cajas llenas de dinero, que no le explicaba de donde provenía ni de que se trataba. Esto, es solo una parte del relato.

Luego de todo esto la pregunta de cualquier ciudadano es ¿de qué dudaron los jueces? Porque no declararon inocencia. Absolver por la duda, significa no estar convencidos ¿Quién los hizo dudar, por qué y por cuanto? ¿Dudaron de que la causa estuvo archivada desde meses posteriores al femicidio en 2017 hasta 2019 y que el “viudo” además de no haber movido un dedo para que se investigue el femicidio, tenía relación directa con el primer fiscal que investigó? ¿Dudaron de que le venía bárbaro la versión del robo, en un lugar donde no se robó nada? ¿Dudaron que había un reguero de sangre que conducía al ropero en el dormitorio y allí se encontró un maletín con olor a droga y dólares? ¿No dudaron que un supuesto indigente tenga cuatro celulares y tres abogados caros, vinculados entre sí?

Quedará esperar que aparezca un arrepentido, y entonces los prepotentes y victoriosos héroes de barro, tengan que meterse bajo la cama de vergüenza. Como decía Napoleón lo posible está hecho. Lo imposible no. Algo huele mal en Dinamarca, dijeron los perros de los investigadores, cuando todos fueron directamente al maletín secuestrado en el dormitorio de Cajal y se pudo establecer que allí se habían guardado droga o dólares. O ambos. Mucho poder, mucha plata. Entonces mejor: todos libres. Mientras tanto,  los jueces siguen dudando.

 

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