Debo confesar que a veces no sé si me enternece o me preocupa la ingenuidad de los que pretenden erigirse en opositores y, como tales, en eventual alternancia de la runfla que gobierna.
Por Alejandro Saravia
La jugada del oficialismo es clara y se trata de una carambola a dos bandas: su asalto a la Corte Suprema de Justicia de la Nación a través del pedido de juicio político tiende a deslegitimar a la misma en función de las aspiraciones de Cristina Fernández de pasar impoluta a la historia, pero a un tiempo pretende establecer cuál y de qué tenor va a ser el campo de batalla y las consignas en la inminente lid electoral. Un especie de revival de aquel Braden o Perón. Acá y ahora procuran que el terreno de disputa sea ese juicio político que, en una comisión parlamentaria habitada por caníbales, va a desarrollarse en un ataque y en una defensa de un organismo de hace tiempo desprestigiado. Recordemos que todo el poder judicial, desde hace mucho, y los sindicatos, de siempre, se disputan la cola en esas desdichadas estadísticas de cuál es el peor visto. Tiendo a pensar que están ya acompañados por la dirigencia política.
La jugada es pícara: quedan bien con la jefa e imponen el lugar y el tenor de la disputa electoral. Marcan la agenda. Mientras, la oposición debate qué va a hacer con el jarrón chino que tiene, es decir, Macri. Si va a disputar el futuro o va a defender un pasado inmediato, fracasado para peor. Sí, es pícara pero recordemos lo que decía Victor Hugo, el francés no el uruguayo: donde sólo hay astucia, hay meramente pequeñez. Es pequeño Alberto Fernández, el cagatintas que pretendió ejercer la presidencia y es pequeña Cristina Fernández, perdida en su ombliguismo narcisista que no sabe cómo esconder la herencia que le dejó su difunto esposo, quien se llevó a la tumba las veleidades acumulativas de su abuelo usurero, pero dejó las “efectividades conducentes”, diría Yrigoyen.
A los otros, confieso que no sé si les da el cuero, como diría Lanusse. Entre aquello de que del ridículo no se vuelve de Perón y el zapatero a tus zapatos de nuestras abuelas, salvo uno que otro, les queda grande la cosa. De golpe, en este país, todos nos convertimos en carne de diván…