Por Alejandro Saravia

Hay un libro muy interesante, escrito por Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, titulado “El ciclo de la ilusión y el desencanto”, que narra la historia económica argentina desde 1880 hasta 2015, según su última edición. 

En el mismo se analiza el hecho —y los motivos— del atraso argentino en relación a todos los demás países, lo que es una paradoja porque nuestro país fue el de más rápido crecimiento mundial en alguna época.

Allí se señala como hipótesis condensada que esto sucedió a raíz de haber perdido el paso del progreso en algún momento y la pretensión de recuperarlo a través de dos atajos contradictorios, pero atajos en definitiva: el proteccionismo y el endeudamiento.

Como país, vamos  a los bandazos de un lado al otro de esas paralelas, las del proteccionismo y la del endeudamiento. En este ciclo iniciado en 2015 estamos para el lado del endeudamiento, en el anterior en el del proteccionismo, en el sentido de aislamiento del mundo.

Lo real es que hemos perdido el rumbo del crecimiento, del desarrollo como sociedad, y no acertamos con la fórmula que nos reconduzca a ese lugar. Con un agravante: en cada nueva oleada del ciclo, más decepcionante nos resulta la dirigencia social que nos toca. Categoría —la de dirigencia social— que comprende a la dirigencia política, la empresarial, la sindical y, si quieren, hasta la deportiva. 

Aparentemente, la sociedad conserva después de tantas crisis una gran resiliencia, cualidad que le permite adaptarse en cada caída e ir acomodándose según las circunstancias. Ahora bien, lo de la resiliencia tiene un aspecto bueno pero también tiene su lado malo: cada vez nos vamos adaptando al peor escenario resultante. Nos acomodamos a lo malo y nos vamos olvidando de lo bueno. En consecuencia, no es un camino de avance, es de retroceso.

Alguna vez dijimos que el gobierno nacional debía asumirse como un gobierno de transición. En esta hipótesis juegan dos aspectos: asumiéndose como tal habría de  generar menores obstáculos o resistencias para la conformación de un sistema político, del que en definitiva carecemos. Siendo optimistas podemos decir que tal sistema puede ser vislumbrado como algo en ciernes, pero en definitiva no lo tenemos.

El otro aspecto positivo del hecho de autodefinirse como gobierno de transición está dado por el dato de que tal etiqueta le otorgaría un mayor espacio político para hacer el necesario acomodamiento de la economía. Porque seamos sinceros, a nuestra economía hay que acomodarla, y ello se logra con un acuerdo básico acerca de definir qué perfil económico debe tener nuestro país. Eso no lo hace el mercado; lo hace una decisión política consensuada. Tras esa decisión, el mercado asigna los recursos más eficientemente. 

Bueno, tengo para mí que, desgraciadamente, el gobierno no tomó ese curso y se dejó llevar por los cantos de sirena de la encuestología y de las formas de triunfar en las elecciones, que es algo diferente a gobernar un país. Un país, para peor, con las complejidades del nuestro, como lo señalábamos al comienzo.

¿Qué hacer, entonces? Gran pregunta y difícil respuesta en tanto muestra el punto en el que los senderos se bifurcan. En ajedrez hay un movimiento que se denomina “sacrificio de una pieza”, que puede ser cualquier pieza, menos, obviamente, el rey, porque haciéndolo así, sacrificando al rey, se pierde la partida.

Tengo para mí, sólo para mí, que conforme a la arquitectura del poder por el que se optó, para salvar estratégicamente la transición hacia un sistema democrático republicano, ya que de eso se trata, se va a tener que sacrificar la pieza más importante, el rey, puesto que lo que acá fracasó fue la arquitectura, o si quieren, la fisiología  de gestión por la que se optó. 

A diferencia del ajedrez, ya que se trata de  otro tipo de juego, ese sacrificio no significaría perder la partida sino, por el contrario, darle una mayor vitalidad. Legitimaría al sistema puesto que lo haría trascender de una persona. 

No se trata de dirimir quién es el garante del sistema en nuestro país, si,  por ejemplo, la Dra. Carrió o el ingeniero Macri. No, el sistema debe ser el garante del propio sistema. Sin personas providenciales. Por eso me resulta baladí esa disputa por la marquesina. Disputa que, en definitiva, demuestra una incomprensión respecto de lo que se está viviendo.

Las instituciones deben trascender a las personas para ser tales. Eso las consolida, eso demuestra su enraizamiento. Alguien dijo alguna vez que había que seguir a las ideas no a las personas. Bueno, de eso se trata.