Repasamos la historia de bandoleros sociales de principios del siglo XX en Salta, enmarcada como forma de protesta social primitiva en una sociedad con peso de la ruralidad, donde prevalece la mirada histórica y social, sobre la policial. Por Carlos Fernando Abrahan

En 1911, en el Circo Rafetto establecido en la ciudad de Salta se estrenó la obra teatral sobre los bandoleros “Silva y Aquino” de Edelmiro Avellaneda que fue representada con gran suceso popular. ¿Quiénes fueron “Silva y Aquino” ?, ¿Fueron personajes históricos o ficticios?, ¿Cuál fue el drama singular que cautivo a los trabajadores de aquel circo?. Detallemos su historia.

Hacia 1902, se unieron en aventuras José María Aquino: 25 años, domiciliado en la ciudad de Salta. Ex cochero del ejército y de la policía, de donde se le dio la baja; y Eleodoro Silva: 23 años, cochero, con domicilio en la ciudad de Tucumán. Sabían leer y escribir, conservaban su imagen de barba afeitada, buena vestimenta y botas de cañas como se puede ver en la fotografía de este artículo.

Como enseña el historiador Marcelo Agüero Urquiza; Aquino y Silva, en abril de 1902, armados con revólver y trabuco roban mercancías al comerciante Alejandro Sarmiento en la localidad de la Merced. Luego dos caballares de la Finca “San Francisco” de Vicente Saravia; y el 13 de abril, los bandoleros agrupan un nuevo integrante Sandalio Alarcón robando mercaderías en la casa de Domingo Saavedra en zona de La Isla. Alarcón cercano a los 35 años, era un ex sargento de Ejército Argentino dado de baja. Después policía de la ciudad de Salta y desertor desde marzo de 1902.

Es importante resaltar el dato de Aquino y Alarcón como ex policías de Salta. Esa fuerza se componía de hombres captados para el servicio policial obligatorio, que en su mayoría eran gauchos. Muchos desertaban y se fugaban, si se los capturaba eran ingresados nuevamente a la policía; previo duros trabajos físicos y castigos de cepos (armazón que inmovilizada pies y manos). Otros continuaban la carrera en el cuerpo de vigilantes.

Aquino, Silva y Alarcón llegan a una ciudad de Salta que tenía 20.000 habitantes, un servicio de iluminación malo y caro; con los viejos y malolientes carros atmosféricos que circulaban perdiendo parte de su carga por las calles. Los bandidos roban un caballo en la calle Belgrano, sustraen otros animales y roban una carga de harina en el negocio Isidro Canavides, en complicidad con tal Isidro Ramos.

El asunto se pone grave cuando 16 de abril, por la noche, los bandoleros ingresan a la casa de préstamos y negocios de Fermín Grande en el centro de la ciudad de Salta. Sorprendidos se enfrentaron en un tiroteo con la policía, donde muere de un balazo el sargento Rosa Tapia.

Otra versión cuenta que en “una pulpería (…) ambiente de pelea y alcohol, y sin mayores explicaciones, al querer intervenir la policía, resulto muerto el sargento…”. Los hechos toman relevancia nacional, la revista “Caras y Caretas” de junio de 1902 señala que Aquino y Silva “despliegan emocionantes audacias, batiendo a la autoridad daga en mano, hasta conseguir internarse en la provincia de Jujuy á lomo de buen caballo, por los vericuetos de los montes…”.

El 21 de abril en Jujuy, los bandoleros roban ropas a un vecino y se dirigen a San Salvador. La policía les dio alcance y en un intercambio de disparos cae al piso y es apresado Sandalio Alarcón. Se persiste en la persecución de Aquino y Silva que heridos de bala escapan por los montes jujeños. Sin embargo, el 24 de abril arrinconados fueron capturados por la policía de Salta. Por la muerte del policía Tapia, el fiscal acusa a Aquino como autor de homicidio; solicitando la pena de prisión por tiempo indeterminado. A Silva se le pidió quince años; ambos fueron puestos presos.

¿Es el fin de las andanzas de estos bandoleros? De ninguna manera. En septiembre de 1903, ambos intentan fugarse de la cárcel, junto a otros reos Cristóbal Escalante y Félix Valencia. Pero fueron descubiertos por un centinela que dio la alarma general. Silva y Aquino saltaron dejándose caer, quedando golpeados y fracturados en el suelo, desde donde disparan al centinela sin éxito. Los otros convictos fueron detenidos.

Llegaron refuerzos, el sargento Juan Súarez se encontró con Silva y Aquino que permanecían armados. El sargento gatilló contra los evadidos “sin conseguir hacer fuego por encontrarse los cartuchos defectuosos”, Silva hizo fuego matando al sargento Suárez. La prensa escrita señala que la paga de la policía no era buena, en ocasiones se costeaba el alimento y montura cuando tenía que salir en diligencias; y por lo visto hasta las balas era de poca monta.

Apresados los malhechores “insultaban a los comisarios” y trataban al jefe de Policía de “infame y ladrón”. En declaraciones ante la justicia, Silva dijo: “que mató al sargento Súarez por que tenía fama de perseguidor y al tenerlo en frente aprovecho la oportunidad para vengar a tantos compañeros que perdieron la libertad a causa suya”. No solo la libertad; existe una imagen que se conoce del Sargento Suárez, se lo ve posando junto a un cadáver, luego de un fusilamiento ocurrido en el actual edificio jefatura de policía, antigua penitenciaría y comisaría central.

José María Aquino fue condenado por la muerte del Sargento Tapia; y Eleodoro Silva por la muerte del sargento Suárez, ambos recibieron una pena de 25 años de prisión en la cárcel local en la calle Gral. Güemes.

Un punto destacado de nuestra historia de bandolerismo social es su carácter ambivalente, es decir que puede interpretarse de dos maneras distintas y opuestas. Hacemos nuestra la idea de los investigadores Sánchez y Meertens; por un lado, las acciones de estos bandidos configuran acciones que el Estado y sus funcionarios según valores sociales vigentes (valores de la clase dominante) consideran como estrictamente delictivas, merecedoras de una sanción de la ley o las balas. Pero, por otro lado, amplias porciones de trabajadores urbanos y rurales de cuyo seno provienen estos bandidos, consideraban muchas veces esas mismas acciones como una reacción legitima a los agravios sociales, las ofensas acumuladas, la persecución injustificada o a una insostenible penuria económica que viven todos los días, y de la que no se sienten responsables.

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