Andrés Suriani logró que el Concejo Deliberante “desagraviara” al combate de Manchalá, ocurrido en mayo de 1975 en Tucumán. Lo hizo cuando la justicia de esa provincia enjuicia a los responsables del Operativo Independencia en el que se inscribió ese enfrentamiento al que vamos a referirnos. (Daniel Avalos)
Pero antes corresponde señalar que conductas como las de Suriani y los ediles que aprobaron el proyecto explican por qué los genocidas nunca asumen responsabilidades ante el horror que desataron: porque seres como ellos habitan las zonas grises de una sociedad que posibilitó que la máquina represiva se pusiera en marcha y luego se justificara la atrocidad. Suriani lo hizo en nombre de un “deber patrio, la defensa de la bandera y la integridad nacional”, tal como reza el texto aprobado el pasado miércoles.
El texto es acorde al sentir de los jetones web de una derecha nostálgica de lo marcial. Aclaremos que el término “jetón” está lejos de representar algo despectivo porque así se denomina a los militantes con habilidad para hacer de correa de transmisión entre los objetivos de un partido y las masas a las que se busca persuadir. Algo a lo que difícilmente Suriani aspire. No sólo porque es de esos políticos que juran odiar la política y por ello carecen de militancia; sino también porque como hombre PRO “jetonea” redactando unos cuantos caracteres que luego publica por las redes sociales, como lo hizo el jueves.
“Ayer se aprobó en el Concejo mi iniciativa para desagraviar a los héroes de Manchalá. Viva La Patria”, redactó Suriani en su cuenta de Twitter. En la de Facebook mostró cómo el restaurador de Manchalá se presentó ante el comandante de la Quinta Brigada de Montaña para informarle que a partir de su iniciativa, se derogaba la ordenanza que mandaba demoler el monumento a Manchalá que ahora ya no existe.
Los “jetones PRO” son así: seres llenos de coraje para escribir unas cuantas palabras que no inclinan a las masas a pasar a la acción, aunque sí provocan que la tribu virtual realice varios clics para indicar que les gusta el posteo, comentar algo al respecto o compartirlo con otros seguidores web. Uno de los posteos más celebrados decía así: “Los bravos soldados manchaleros de la mano de los concejales de Salta volvieron a vencer al terrorismo colocando la historia por encima de la memoria! En la batalla cultural el relato vuelve a crujir”. El texto estuvo acompañado por una foto en la que Suriani se encuentra junto a nueve personas que evidentemente eran conscriptos al momento de aquel combate sobre el que, insistamos, vamos a hablar.
Pero volvamos a ese texto que presumió de sintetizar una Verdad con 34 palabras y aseguraba que esa Verdad representaba el triunfo de la Historia sobre la memoria. Sobre los primero digamos que se trata de una habitualidad lingüística típica de red social, de esas donde los argumentos ceden a la opinión que siempre es de carácter subjetivo por basarse en la experiencia, los sentimientos y la historia de quien la emite. Justamente allí nos introducimos al segundo absurdo de ese texto: asegurar que el desagravio a Manchalá supuso un triunfo de la Historia sobre la memoria cuando lo que Suriani y su proyecto recogieron fueron las memorias de una docena de exconscriptos que efectivamente vivieron una experiencia traumática, aunque eran piezas de un plan que no diseñaron y sobre el que no podían incidir porque simplemente debían cumplir órdenes de superiores con tono áspero, duro y arrogante.
De allí que resulte difícil debatir con los tipos como Surani. No porque los caracterice una sólida formación que es producto de evaluar todas las hipótesis posibles de un hecho para luego concentrarse en aquellas que siendo las más fundamentadas nos acercan a los múltiples pliegos de la realidad; sino porque los Suriani son amantes de las consignas simples y absolutas a las que evitan contaminar con elaboraciones teóricas que caracterizan como propias de “zurdos” y académicos. Son los famosos fachos silvestres; los inmediatistas que no se manejan con la razón sino con el sentimiento; y los que no buscan llegar a la razón de los otros sino a sus sentimiento.
De allí que los posteos y comentarios de Suriani y sus seguidores web posean algún valor analítico: visualizan que al estar privados de un relato histórico que les permita defender su visión de las cosas deben contentarse con recurrir a las memorias individuales. Hay diferencia entre esas dimensiones. Porque la memoria es crucial para el trabajo histórico pero es un ejercicio que reevalúa el pasado sólo desde la experiencia vivida, mientras el trabajo histórico busca comprender y explicar la película a partir de materiales que trascienden el simple testimonio. Y lo que historiadores de muchos signos confirmaron tras años de investigación volcada en artículos periodísticos, textos académicos, ponencias en congresos o libros, es justamente aquello que ahora los Surianis impugnan envalentonados por una coyuntura macrista en donde los pedidos de rever los juicios de lesa humanidad y reevaluar la interpretación del pasado están a la orden del día.
Hay que impugnar ese relato. Y para hacerlo hay que recurrir justamente a la Historia que enmarcan ese enfrentamiento en el llamado Operativo Independencia que empezó en febrero de 1975, cuando el ejército desembarcó en Tucumán con 5.000 hombres. Antes de hacerlo advirtió al gobierno de Isabel Martínez de Perón que para combatir a la guerrilla rural el código procesal constitucional no les servía y por ello demandaron la utilización de trámites sumarios. Finalmente el 5 de febrero ese gobierno peronista impresentable que se deshilachaba por impericias propias, accedió y firmó un decreto que facultaba al ejército “a ejecutar todas las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos”.
Arribó entonces a Famaillá un general de la Quinta Brigada del Ejército. Su nombre era Acdel Vilas, quien en vez de subir al monte para aniquilar subversivos ordenó requisar cada una de las casas de los pobladores sospechados de simpatizar con guerrilleros. Acá una digresión se impone. Será para enfatizar que a 41 años de aquellos hechos, en medio de la Mega Causa “Operativo Independencia” ya son varios los testigos que siendo trabajadores del lugar relataron a la justicia las detenciones y torturas a las que fueron sometidos entre febrero y marzo del 75 por militares que improvisaron lugares de detención. Centros clandestinos cuyo ejemplo más macabro fue la escuelita de Famaillá que cerrada por vacaciones, devino en el centro del comando táctico de las tropas, pero también en el lugar donde las torturas degradaban a los prisioneros obligándolos a delatar, y en donde el torturador, torturando, se entregaba a un sadismo sin retorno. Ello explica que cuando el carnicero Domingo Bussi reemplazó a Vilas en diciembre de 1975, diera un discurso que publicaron los diarios y reprodujeron los libros donde explicitó quiénes eran los enemigos de la patria: “Aún resta detectar y destruir a los grandes responsables de la subversión desatada, a aquellos que, desde la luz o desde las sombras, valiéndose de las jerarquías, cargos o funciones logrados, atentan día y noche contra las estructuras del Estado, y aquellos otros que, con su hacer o no hacer, encubren, cuando no protegen a estos delincuentes que hoy combatimos” (subrayado mío).
Pero volvamos a Acdel Vilas, cuya actuación explica Manchalá. Dijimos ya que su estrategia no era adentrarse al monte sino desatar la furia contra la población. Un exdirigente del ERP -la guerrilla que Vilas debía aniquilar- admitió que la estrategia empleada “no por cruenta fue menos inteligente (…) si la regla de la lucha guerrillera era que debía moverse en el pueblo como pez en el agua, el general Vilas decidió pescar quitando el agua al pez. Y lo logró” (Luis Mattini: Hombres y mujeres del PRT). La impronta poco feliz del relato no inhabilita la cuestión de fondo: el terrorismo de Estado comenzó aniquilando a hombres y mujeres identificados como potenciales subversivos empleando métodos abiertamente cruentos con el objeto de infundir en la sociedad un terror que paralice. El terrorismo de Estado es justamente eso: usar el poder estatal para violar sistemáticamente los derechos elementales en nombre de causas trascendentes.
Esa estrategia generó Manchalá. Más de cien guerrilleros bajaron del monte el 28 mayo de 1975. El objetivo era atacar el comando ubicado en la escuelita de Famaillá. Se trasladaban en camiones precedidos por dos camionetas que fueron sorprendidas por una patrulla del ejército que, atacando a las mismas, cortó la columna guerrillera en dos. Los que viajaban en los camiones quedaron aislados de la zona del combate y de allí que los 143 guerrilleros que la versión castrense asegura se enfrentaron con pocos soldados, quedaron reducidos a 26 según los testimonios de los exmiembros del ERP. ¿Importa dilucidar la aritmética del combate? Para los analistas que extraen de los combates enseñanzas táctico-operativas sí. Pero no sirve de nada si lo que se pretende es explorar el desarrollo de un proceso político que marcará a fuego a todo un país.
De allí que Manchalá no puede leerse como un hecho digno de rememoración porque allí había conscriptos salteños. El argumento es tan estrafalario como lo sería reivindicar el Golpe de Estado de 1930 porque lo dirigió un salteño devenido en presidente de facto. Manchalá es un hecho inscripto en la linealidad de una época en donde las fuerzas armadas prepararon lo que luego el golpe del 76 perfeccionó: la planificación de la tortura y la muerte hasta llevarla a niveles nunca vistos. Linealidad en la que se inscribe la decisión del ejército de levantar en 1978 el monumento en el lugar que ocupaba en los cuarteles. No para resaltar el heroísmo de los conscriptos sino para legitimar una actuación mundialmente repudiada por razones que la historia elaboró con documentos y miles de memorias que trascienden a las de los conscriptos cuyo supuesto patriotismo no alcanza para legalizar el horror.
Es ese horror al que Suriani pretende reivindicar confirmando lo equivocados que estamos al pensar que las condiciones de posibilidad del mismo sólo habita en los portadores patológicos del mal porque lo que Suriani y los concejales evidencian, es que ese horror reside también en las zonas grises por donde transitan muchos que pueden no tirar un tipo pero naturalizando la saña posibilitan lo peor.