Por Alejandro Saravia
Cuando los argentinos pensábamos que nos librábamos de alguien que se creía una arquitecta egipcia nos agenciamos un otro que se cree Moisés. Es obvio que algo nos pasa a los argentinos con los megalómanos. La megalomanía, para que quede en claro, es un trastorno mental o estado mórbido de la psiquis caracterizado por fantasías de omnipotencia. Los megalómanos, dice el diccionario, actúan con delirios de grandeza, se sienten superiores a los demás, con unas capacidades y unas cualidades de liderazgo por encima de la media. Esta idea de sí mismos los lleva a comportarse de forma prepotente con los otros, los que a menudo se convierten en blanco de su desprecio.
Sin necesidad de dar ningún nombre ya todos sabemos de qué o de quiénes estamos hablando. Una nos trajo hasta acá, el otro se apresta a profundizar el desvarío jugando al mismo juego, esto es, el del péndulo. Lo de la megalomania de Milei salta claramente con la cuestión de “lider vecinal” que le endilgara un día López Murphy. Por ello, éste, sufrió insultos y anatemas. Y para desmentirlo Milei se pasea por el mundo, a costa nuestra desde ya, para demostrar que su liderazgo es “universal”, aunque pueda pensarse que su atractivo pueda devenir de sus ridículas excentricidades un tanto, o un mucho, payasescas.
Por definición, el péndulo, arriba mencionado, sacado de su posición de equilibrio vertical tiende a volver al mismo punto de equilibrio a través de movimientos sucesivos que, sin embargo, no se apartan en mucho del sitio en el que el mismo estaba. Genera una sensación de movimiento pero sin avances reales, solo es una sensación. Para ser más claro y más didáctico, los péndulos son como los muñequitos pochocleros y generan esa especie de movimiento permanente pero siempre en el mismo lugar.
Bueno, a nosotros, los argentinos, nos pasa una cosa semejante: siempre aparece alguien que nos promete el cielo en la tierra y nos genera la ilusión de una marcha al paraíso, el que queda, claro está, justo en la posición contraria en la que estaba el que había prometido su antecesor o antecesora, pero en definitiva siempre nos quedamos en el mismo sitio, con el agravante de que cada uno de esos movimientos nos deja siempre en un lugar cualitativamente peor.
En esta semana pasada, en la que se apresta el Senado de la Nación a dictaminar la denominada pomposamente ley Bases, es la misma semana en que se produjo el acto de inauguración del busto de Carlos Menem en la Casa Rosada. La vinculación de ambos hechos está en unas palabras que leí los otros días dichas por quien fuera embajador argentino en Francia, Archibaldo Lanús.El embajador Lanús, dijo que “este país excepcional, por una razón solamente ideológica o un resentimiento –no lo sé exactamente– fue poco a poco destruido en las bases que había construido.
Esa desintegración, de ser un país para todos basado en el bienestar y en materia educativa, a partir del golpe cívico-militar de 1976 comenzó una caída sistemática con una política que se fue repitiendo, y poco a poco fue acumulando pobreza. El país se derrumbó pero, además, lo hizo endeudándose y desindustrializándose. Angus Ferguson, un gran historiador inglés, dice que la Argentina tiene de tanto en tanto una vocación de autoinmolación”, concluye Lanús.
Hay una gran coincidencia en cuanto a que a mediados de la década de los 70 del siglo pasado concluyó el modelo iniciado en los 30, seguido y profundizado por Perón, de sustitución de importaciones. A partir de ahi, la dictadura militar de esos años y el plan económico de Martínez de Hoz, desindustrializó al país y lo endeudó.
Menem, en los 90, profundizó ese modelo y entre ambos momentos se produjo la aparición del fenómeno de la desocupación y de la pobreza estructurales, dramas que aún hoy no podemos superar. Con el agravante de que el actual gobierno nacional, tal como se puede percibir en la letra de la denominada ley Bases, en tratamiento en el Senado nacional, va a profundizar ese modelo de extranjerización, reprimarización de nuestra economía y concentración económica en manos foráneas.
Mientras, algunos senadores, diputados o supuestos dirigentes, o más bien comedidos, se avocan a gestionar esas normas sobreactuando su aflicción por demoras absolutamente razonables para una cámara revisora, como es la de Senadores en esta instancia. En ello, queda claro el motivo por el cual tienen fama de fallutos los cordobeses. Preguntémosle a Urquiza por Derqui o a Roca por Juárez Celman a ver qué dicen.
Hay tres extremos de ese proyecto de ley que no pueden ser aprobados tal como están: la delegación de facultades legislativas en el presidente, en primer lugar. Y no se lo debe hacer porque esa delegación rompería la arquitectura institucional de nuestro sistema republicano y se lo haría en manos de una persona que deja dudas en cuanto a su equilibrio psíquico, no solo por su megalomanía.
No puede aprobarse el denominado RIGI, régimen especial de inversiones, que mataría a nuestras pequeñas y medianas empresas y nos condenaría a ser un páramo del extractivismo extranjero. Y no puede aprobarse el nuevo régimen de blanqueo que se pretende por los inmensos baches normativos que tiene, a través de los cuales se profundizaría la sensación de país aguantadero y ya no solo de delincuentes locales.
Es vergonzoso lo que aprobaron los diputados nacionales y su actitud de felpudismo. Propio de aquellos segundones que se limitan a supeditarse a las modas veleidosas de las redes sociales y la absurda búsqueda de la aprobación ajena.