ALEJANDRO SARAVIA

Para aquellos que no lo sepan las palabras que sirven de título a esta columna, “Adelante radicales”, son las de inicio del himno partidario: “Adelante radicales, adelante sin cesar…”. La cuestión es que, desde hace ya mucho tiempo, quizás desde la renuncia de De la Rúa, los radicales dejaron de andar adelante. Más bien, van atrás. Atrás de Néstor Kirchner en el comienzo del gobierno de éste con los denominados “radicales K” y la célebre transversalidad; detrás de Cristina Fernández, en 2007, con aquello de “Cristina, Cobos y vos”. Atrás de Macri en 2015, en Juntos por el Cambio; de Rodríguez Larreta y Bullrich en 2019; y ahora, varios de ellos, quieren ir detrás de Milei. 

Cada cual tiene su propia excusa para hacerlo y para pretender justificarlo. Los gobernadores de provincias radicales, por aquello de la dependencia de “las autonomías provinciales” respecto del gobierno nacional, caricatura de federalismo. Otros, como uno de los diputados nacionales, tucumano para más dato, por un supuesto y repentino enamoramiento con la bandera del equilibrio fiscal. No está mal el equilibrio fiscal, lo que está mal es la borocotización.

La cuestión es que después de más de una centuria de historia partidaria a sus espaldas podríamos decir que los radicales no aguantaron esa carga y se convirtieron, nomás, en segundones. En bosta de paloma. Salvo, quizás, en algunas provincias, entre las que, claro está, no figura la provincia de Salta. En ésta, en Salta, en la que somos pocos y nos conocemos mucho, solapada o abiertamente, la mayor parte de la dirigencia de ese partido pelea por quién se arrima con mejor dividendo al oficialismo justicialista gobernante, que lo hace, la verdad sea dicha, desde 1983. El interregno de Ulloa, como ya lo dijimos alguna vez, sólo sirvió para que la prensa nacional crea, equivocadamente, que Salta no es un emirato cualquiera porque en ella habría alternancia. Ilusiones de foráneos.

Cada tema que se presenta sirve para mostrar la falta de armonía, de organicidad, en el radicalismo. Estuvo eso en la cuestión del veto a la ley modificatoria del sistema de actualización de las jubilaciones, iniciativa radical. Está ese mismo problema en cuanto a la ley de partidas presupuestarias para las universidades nacionales, otra iniciativa radical. Y está en cuanto a los nombres propuestos por el gobierno nacional para cubrir las dos vacantes inminentes, una ya se produjo, en la Corte Suprema de la Nación.

En este último tema, el de las vacantes en la Corte Nacional, todos esperaban como al mesías el pronunciamiento del presidente del partido, senador Martín Lousteau, acerca de si firmará o no el dictamen de la Comisión de Acuerdos, como integrante de esa comisión, y si votará a favor o en contra de Lijo para que ocupe una de esas vacantes. Recién en estos días se pronunció la mesa ejecutiva del partido en contra de esas postulaciones pero con un fundamento no del todo apropiado.

Los otros días veía una entrevista que se le hacía a uno de los laderos de Lousteau, Emiliano Yacobitti, vicerector de la Universidad de Buenos Aires, nada menos, y se le hacía la misma pregunta. Estuvo media hora tratando de explicar lo virtuoso que sería entrar en una negociación acerca de la eventual ampliación de la Corte Suprema para dar la oportunidad de que el oficialismo ponga sus candidatos, así como a cada uno de los sectores que integran por su parte la oposición. Un mamarracho. Un mamarracho Yacobitti y un mamarracho su tesitura. Para responderle reproduzco lo dicho, los otros días, en una columna de Luciano Román: “…Qué seguridad jurídica pueden sentir los inversores cuando se habilita una negociación oscura en la que todas las posibilidades parecen abiertas, para una ampliación de la Corte que favorezca su politización y el toma y daca?…”.

Respecto de este tema fijemos una prioridad para que las cosas queden claras. Lo primero que debe exigirse en un Juez de la Corte es la ejemplaridad, la integridad. Luego ver sus condiciones académicas. Recién después considerar si es hombre o mujer. Como decían los ingleses: “un juez debe ser un señor, si sabe derecho, mejor”. En este caso y como un signo de los tiempos agreguemos a la calidad de “señor” la de “señora”. Recordemos que el célebre juez Marshall, creador del control judicial de constitucionalidad, no era siquiera abogado. Entonces lo primero que hay que ver son las cualidades éticas de la persona y, en segundo lugar, sus calidades académicas. Lijo no reúne ni las unas ni las otras. Tampoco la ubicada en la tercera categoría que en estas circunstancias debería reunir en su persona, esto es, la de ser una mujer. En definitiva, no reúne ningún requisito como para ser distinguido con tan excelso cargo salvo el de ser un camandulero, como quien lo apadrina, y ser, para más dato, el más puro ejemplo de casta judicial por sus diversos encubrimientos a la casta política. En todo caso esta postulación es un reconocimiento a esta ausencia de virtudes.

Hay, entonces, una crisis de identidad y, en consecuencia, una crisis de liderazgo en el radicalismo. Creo que se debería hacer un sinceramiento en ese partido. Poner sus aparatos orgánicos, y también los informales, en estado de deliberación. Y, como decía Yrigoyen después de cada una de las revoluciones que intentaba infructuosamente, comenzar de nuevo. Ya no sirve, como hacía un dirigente radical los otros días, remitirse a la Declaración de Avellaneda de Lebensohn. Muchachos, esa declaración es de abril de 1945, aún no se había producido siquiera el 17 de octubre que cambiaría algunas cosas. Como ahora, con el loquito Milei, que cambiaron, también, otras a grupas del hartazgo de la sociedad… 

Bueno, hay que comenzar de nuevo. Y una nueva realidad requiere nuevas ideas. Lo que sí habría que mantener son los principios, lo perenne. Lo que otorga identidad. No puede ser que apenas algún afortunado gane una elección corran detrás de él con el argumento de que necesita ayuda. El que necesita ayuda, es decir, dirigencia lúcida y honesta, es el país, no el afortunado triunfador. No se olviden de eso.