El PJ nacional continúa su reorganización y aunque varios -entre ellos Juan Manuel Urtubey- aspiran a liderarlo, la tendencia es aislar a los K y esperar que la disputa entre Macri y cristinistas desgaste a los mismos hacia el futuro. (Daniel Avalos)

El escándalo de los Panamá Papers que involucra al primero y la detención de Lázaro Báez que puso en alerta al kirchnerismo duro, generaron una situación inédita para el justicialismo nacional: que sus luchas palaciegas para conducir el partido queden poco expuestas ante la opinión pública. De esa lucha es parte activa el gobernador salteño que asegura no querer conducir el partido para abocarse a su rol de primer mandatario provincial. Nadie podrá negar que la respuesta es políticamente correcta aun cuando la situación partidaria esté lejos de ser inocua para él. Pero esa conducta prescindente obedece en realidad a otro razonamiento: Urtubey sabe que no es momento de embarcarse en una batalla decisiva por el control del partido.

Como otros dirigentes justicialistas que aspiran a la presidencia en 2019, quiere que la elección de autoridades evite la intervención del partido. No es poca cosa, ni para el partido en su conjunto ni para Urtubey en particular que ya se convencieron de que la Lista Unidad acordada el martes pasado en Capital Federal es el punto de partida de una reorganización partidaria con objetivo preciso: volver a la Casa Rosada. Así lo dicen fuentes nacionales consultadas por Cuarto Poder quienes aseguran además que “Los gestos de gobernabilidad que hoy muestran Pichetto, Massa, Urtubey y Verna entre otros, no son más que ensayos de comedia para mostrarse razonablemente democráticos”.

A ninguno de ellos les preocupa la calidad de los nombres acordados en la fórmula: José Luis Gioja, Daniel Scioli y Antonio Calo. Simplemente lo asemejan a un cuerpo diplomático interno que posibilita a los sectores más influyentes ganar tiempo para condicionar el terreno según los objetivos de cada uno. Ello explica por qué cuando los operadores “U” son consultados sobre el supuesto enojo de Urtubey por el lugar que ocupa Daniel Scioli en la “lista unidad” (Página 12 del día 6/4/16); la respuesta a nuestra pregunta sea escueta y sincera: “No es verdad. No son importantes los cargos y Urtubey no quiere ninguno de importancia. No le interesa”. Lo que a Urtubey le interesa son otras cosas: conquistar la calle y cerrar las puertas del palacio justicialista al cristinismo.

Lo primero supone que su apellido gane espacio en la memoria de los ciudadanos de la nación; lo segundo restarle espacios de conducción a los kirchneristas en el seno del partido. Lo último no le está resultando difícil al menos por dos razones: en ese objetivo comulga con varios dirigentes y la diplomacia “K” en esta coyuntura ha sido mala por solo acumular enemigos internos. La situación empieza a ser advertida por periodistas afines al propio kirchnerismo. Es el caso de Mario Wainfeld de Página 12 quien no tuvo reparos en calificar la conductas K como de un “sectarismo extremo” (Página 12 del día 31/3/16), como si el núcleo duro se contentara con sentirse parte de un círculo de miembros políticamente calificados que no los ayuda a reconstituirse en esta nueva y adversa etapa, aun cuando el macrismo protagoniza torpezas que incluyen la de tener una coalición con radicales que aseguran por lo bajo no sentirse parte de un gobierno que, además, no hizo nada para generarles un sentido de pertenencia.

Del lado de los gobernadores, en cambio, la diplomacia ha sido buena por acumular aliados. La reunión del martes lo confirma: estuvieron todos los gobernadores menos Alicia Kirchner; sumaron al PJ de San Luis conducido por los hermanos Rodríguez Saa; también retornó el PJ de La Pampa. El PJ santiagueño estuvo representado a través de su vicegobernador. Sólo faltaba el PJ cordobés. Sin olvidar que la pata sindical está representada por el titular de la UOM, Antonio Calo, hasta no hace mucho de cordiales relaciones con el kirchnerismo. En contrapartida, la lista ofreció espacios residuales a La Cámpora y dejó afuera a figuras como Jorge Capitanich que sin ser de la organización que conduce Máximo Kirchner sí se declara cercano a un cristinismo que apuesta a que el miércoles 13, cuando CFK se presente en la justicia, una masiva movilización de apoyo a la expresidenta sirva para alinear a otros sectores del peronismo.

Que los razonamientos oportunistas de muchos abundan entre esos movimientos, no caben dudas. Que a los oportunistas las valoraciones éticas no les importen nada, tampoco. Todo se subordina a no dejar de ser parte del aparato: esa entidad invisible pero real que controla una maquinaria fenomenal que eligiendo un candidato antes que la propia ciudadanía, provee al ungido de un poder territorial que valiéndose de gobernadores, senadores, diputados, intendentes y miles de intermediarios entre la cúpula y los ciudadanos llegan a los rincones más periféricos de la nación para darle algún tipo de calor popular a una candidatura. Esa a la que aspiran un pelotón de dirigentes que incluye al propio Urtubey.

Mientras todo esto se despliega, el palacio justicialista celebra el impacto social que tienen las noticias judiciales que involucran a Macri y a Cristina Fernández de Kirchner. Una situación que amenaza con desmadrarse ante los intentos iracundos del primero por aniquilar políticamente a la segunda. Situación que independientemente de los flancos judiciales débiles que padecen los empresarios K, ya aparece ante la ciudadanía como una clara maniobra para silenciar los escándalos jurídicos inocultables del presidente y el impacto negativo que las medidas de gobierno posee en los sectores populares. El justicialismo sabe por experiencia propia que procesos de ese tipo suponen ventajas prácticas para quienes juegan de neutrales: desde la perdida inexorable de poca o mucha adhesión civil para los beligerantes; hasta un probable final donde el vencedor de turno queda exhausto sobre el cadáver del vencido; pasando por la posibilidad de que justicialistas inclinados a los conflictos furiosos aboguen ahora por el fin de una grieta. De la misma dirán que el kirchnerismo la inauguró; del segundo que se esfuerza por ensancharla.