Ante un centenar de estudiantes de la universidad de La Matanza, donde disertaba sobre la coyuntura política y el presente del PJ, Urtubey aseguró que para el peronismo siempre fue más nocivo el “gorila” de izquierda que el de derecha. (Daniel Avalos)
Y uno escucha el audio que el gobernador compartió sin complejos en su cuenta oficial y no puede más que concluir que ese sí que es un gran pistoletazo verbal. Uno dirigido directamente al kirchnerismo aunque seguramente muchos peronistas no kirchneristas se sorprendan ante la sentencia. Entonces conviene repeler el pistoletazo y para ello nada mejor que desenfundar algunos elementos de la historia nacional. Entre otras cosas porque el término “gorila” surgió en medio de templadas y largas luchas que enfrentaron al amplio y heterogéneo peronismo con los sectores nacionales más reaccionarios. Estos últimos, justamente, fueron bautizados como “gorilas” cuya sociología trataremos aquí de reseñar.
Para ello sentenciemos lo siguiente: el “gorila” es un ser que detesta a los líderes peronistas, pero -sobre todo- es un ser que detesta y aborrece a las masas populares que con su adhesión al líder lo convierten en síntesis de una voluntad colectiva. Al primero lo consideran un manipulador dispuesto a cruzar todos los límites para instaurar una tiranía que, sin embargo, sólo es posible por la adhesión que genera en las masas populares que para el “gorila” es manipulable y con rasgos de turba irracional. Una que careciendo de sensatez es proclive a enamorarse del aventurero o aventurera que mediante engaño bien monitoreado enamora para siempre a la plebe idiotizada.
El “gorila”, en definitiva, realiza con los sectores populares el ejercicio mental que los colonialistas ejercitaban con los pueblos colonizados: animalizar al oprimido. Haciéndolo excluye al mismo de la condición racional y excluyéndolo de esa condición se siente con derecho a someterlo, reprimirlo y hasta eliminarlo para sostener la falsedad que le interesa mantener: son ellos los sujetos facultados a disponer de la suerte del resto por la supuesta condición de mejor. Ese sentimiento de superioridad devino en odio visceral al tirano y a la plebe cuando ésta, tratando de rescatar de la prisión el líder en octubre de 1945, ingresó por primera vez a la Plaza de Mayo no como barrendera de la misma sino como ama y señora de ese espacio.
He allí la insolencia que el gorilaje jamás perdonó a un peronismo que, además, trastocó la matriz económica que la oligarquía había montado desde el siglo XIX. Resumamos esa transformación de manera breve: en tanto país colonial, el nuestro se incorporó al concierto internacional como proveedor de materia prima a la metrópoli por entonces inglesa: tasajo, cuero, lana, cereales y carne; a esa economía le correspondió una clase dominante conformada por los dueños de la tierra, los financistas y comerciantes que diseñaron un país que daba la espalda al territorio nacional porque miraba al mar, forjando paralelamente un sistema político cuya misión era garantizar ese orden social y económico.
Era esa la armonía agroexportadora que el peronismo trastocó diversificando una estructura productiva que costeó con parte de la renta agraria. Política que algunos explican por los desacoples internacionales surgidos con la crisis de 1929 que obligó a sustituir importaciones a países como el nuestro, que otros impugnan por no haber sido revolucionaria en los términos que la izquierda interpreta a la revolución, pero que definitivamente generó nuevos sectores y clases sociales que accediendo a nuevas ventajas se resistieron desde entonces a desaparecer. Para lograrlo debieron luchar entonces contra el anhelo oligárquico de retornar la condición de granero del mundo.
Por eso Urtubey yerra feo. Nada fue más nocivo para el peronismo que ese gorilaje que queriendo volver a la situación del pre-peronismo no dudó en diseñar, ejecutar y aplaudir, por ejemplo, un bombardeo a Plaza de Mayo. Bombardeo que buscando eliminar a Perón terminó por asesinar a más de 300 civiles que incluían a peronistas que se habían convocado para respaldar a su líder. El golpe de Estado de 1955, en definitiva, fue un Golpe que apelando a las viejas virtudes de la venganza buscaba restablecer lo que el vengativo vivenciaba como un orden perdido. Desde entonces ese gorilaje tuvo en las Fuerzas Armadas al ángel exterminador de los insurrectos. Fuerzas armadas que se dividieron en “colorados” y “azules”. No porque unos desearan un gobierno de facto y otros la democracia, sino porque los primeros veían en el peronismo un movimiento de clases violento y el escalón previo al comunismo al que había aniquilar mientras los segundos preferían garantizar que el líder muriera en el exilio, bregar para que el peronismo sin Perón no retornara al Poder y permitirle al movimiento algún tipo de participación residual en la política nacional. Lo que siguió en la historia durante los 70 es más conocido: asesinatos, desapariciones, exilios, etc.
¿Hubo algo más nocivo que ello para el peronismo como movimiento popular? Creíamos que no. Pero Urtubey dice que sí. Que peor que ese gorilaje de derecha fue el de izquierda. Enfaticemos acá que tal cosa no existe. Ni la izquierda marxista podría merecer tal calificación. Porque ésta puede ser profundamente antiperonista por rechazar los liderazgos a los que interpretan como jefaturas carismáticas que se montan sobre los conflictos sociales para arrebatarle impulsos revolucionarios e integrarlos al sistema; aunque esa condición no la convierte en gorila. Fundamentalmente porque un marxista podrá culpar al peronismo de haberla divorciarlo de las masas populares, aunque finalmente no ahorren esfuerzo y voluntad para representarla por haber atado su destino a los intereses de esos sectores que además resultan insoslayables para impulsar los proyectos de sociedad que esa izquierda desea.
Claro que Urtubey no se refería a esa izquierda. Se refería al kirchnerismo al que también calificó de “vanguardista”. Desconoce u olvida el gobernador que gorilaje y vanguardismo no son sinónimos. Lo segundo supone la convicción de un sector de la política de que puede modelar el curso de la procesos políticos según las reglas de la historia que ellos creen haber descubierto y que no siendo accesibles al conjunto, requieren que ese conjunto se subordine a la conducción de los iluminados. Tal condición, evidentemente, provoca estrategias políticas equivocadas aunque ello nada tenga que ver con el llamado gorilaje. Sin olvidar, además, que calificar al kirchnerismo de vanguardista sería materia de dudosa discusión teórica más que una certeza probada por la historia durante los últimos doce años.
Esa condición, sin embargo, sería menos peligrosa que la concepción que el propio Urtubey hizo de ese kirchnerismo: “experiencia exótica”, “sector ajeno al peronismo que coptó al movimiento popular con el objetivo de destruirlo”, “pseudo intelectualidad del socialismo que viene del barrio norte en Buenos Aires que le sobra todo y utilizan al peronismo como una especie de cabecera de playa de su vanguardismo intelectual”. Seamos benévolos. Optemos por creer que en medio de la disputa al interior del peronismo en donde el salteño brega como muchos otros por minar el liderazgo de Cristina Kirchner y convertir en residual al kirchnerismo, el mandatario tomó algunas ideas sueltas y las combinó mal para terminar protagonizando un exabrupto desafortunado. Uno que lo muestra como la continuidad de aquella derecha peronista que en los 70 aseguraba que la tendencia revolucionaria del movimiento era una infiltración comunista a la que asemejaban con un tumor cancerígeno, uno que deslizaba al organismo (el peronismo auténtico) a producir los anticuerpos que eliminaran el mal. En los 70 ese anticuerpo se llamó Triple A y eliminó al “cáncer” a los tiros.
Pero dejemos de bucear en la historia. Concentrémonos en un presente donde el gorilaje ha cobrado impulso. Lo hace con sectores del macrismo que le dan claramente dirección ideológica y política a la alianza Cambiemos. Situación que ha provocado que en los sectores no “gorilas” de esa alianza gubernamental empiecen a ejercitar esa práctica que supuestamente es exclusiva al peronista: comerse sapos y hasta simular que la comida es de su agrado. “Gorilaje” macrista con las particularidades propias que el paso del tiempo exige, aunque las mismas no logren esconder las continuidades de fondo en términos de proyecto económico y en términos del lugar que reclaman para los sectores populares.
Lo primero puede verse en el anhelo macrista de convertir al país en un supermercado del mundo. Anhelo que para cumplirse requiere más commodities derivados de la explotación de recursos naturales, algunas manufacturas de origen agropecuario, minerales y energía cuya explotación debe posibilitarse con inversiones extranjeras a las que debe seducirse con ventajas de todo tipo para que asociadas con las burguesías locales acumulen más. Justo como lo reclama EEUU que desde hace tiempo ocupa el lugar de metrópolis que antes del surgimiento del peronismo ocupaba Inglaterra. Modelo cuyo rasgo central es el de generar escasa mano de obra y un desfinanciamiento de Estado que es producto de la eliminación de las retenciones en beneficio de los sectores concentrados.
Semejante situación obligó a varios macristas a explicitar con brutalidad la idea de que el populacho debe desacostumbrase a consumir lo que hasta ahora venía consumiendo. He allí el gorilaje siglo XXI: los pobres no pueden pretender comprar, exhibir y desear lo que las clases acomodadas compran, exhiben y desean por derecho casi natural. Ese rasgo diferencia al macrismo del menemismo que reprimarizando la economía y subordinándose a los EEUU como lo hace Macri hoy, convenció a las víctimas directas de ese modelo que el mismo era lo deseable y lo nuevo a partir de un fomento del consumo bien caracterizado José Natanson en un artículo de Le Monde: electrodomésticos y viajes vacacionales que incorporaba hábitos del primer mundo en la vida cotidiana del argentino medio y que fue posible por el control de la inflación y el impulso de un dólar barato. El paso del tiempo confirmó a las víctimas del modelo que la democratización de los deseos vale poco y dura menos cuando lo que no se democratiza son las posibilidades reales de poder satisfacerlos en el tiempo.