Conversamos con Migue Rossi, autodidacta, músico, futbolista trunco, experimentador y experto en choripanes. Habla de su nuevo disco, la autogestión y los proyectos locos en una Salta cuyo folclore ha mutado hacia lo más choto, pero que en otras expresiones musicales parece tener un futuro.
Las variaciones y experimentaciones en la vida de Migue Rossi son tal vez paralelas a lo que sucede con su música. Confiesa ser un aficionado al dibujo y la pintura, además de un futbolista frustrado: pasó por la 7ª y la 4ª de Juventud Antoniana, se probó para jugar en San Lorenzo pero un problema con los botines hizo que en aquella ocasión jugara “todo el partido para el choto”; entonces se cagó de odio, fue, se cortó el pelo, abandonó el fútbol y se dedicó a hacer otras cosas, entre ellas música.
El pasado futbolero de Rossi es poco comprobable, aunque él asegura que hay un video en el que se lo puede ver “haciendo una chilena como Oliver Atom”. El pasado musical es algo que se puede constatar con mayor facilidad, tanto en lo que hay girando por YouTube como en su cuenta de Bandcamp, esa plataforma endemoniada donde la música actual está abriéndose paso en formato digital. Migue cuenta que “era un escucha asiduo de música desde pibe por mi familia, después comencé a hacer cancioncitas con la guitarra porque no sabía hacer un carajo e intenté armar una banda que se llamaba Gris, que luego muta lo que se llamaba Linyeras Culiando y ahí yo quería tocar la viola como Jimi Hendrix”. Esto sucedía hace unos diez años en una Salta en la que la movida cultural comenzaba a experimentar con nuevas voces en las distintas disciplinas.
“Ahí con otra gente teníamos el proyecto de armar una banda pero no sabíamos mucho de música, entonces nos metemos a estudiar en la Escuela de Música entre el 2004 o 2005 y armamos lo que sería Pétalo Juglar (junto a Adrián Moroni, Luis Olivera y Martín Domínguez), eso estaba enfocado a una cosa… queríamos darle una onda más complicada pero que venga de la música contemporánea, lo más experimental, compositores del siglo XX (Cage, Stravinsky); queríamos hacer eso con el rock, que por ese entonces aquí en Salta no se hacía algo así”. Paralelo a este proyecto por esos tiempos se junta con Roberto Maza para componer lo que sería Díadelcencerro “grabamos un disco de música concreta, electrónica, armada con una compu hecha poronga. Fue la primera cosa que grabamos, siempre con ese mambo de buscar algo nuevo”.
Tras estas experiencias iniciáticas con algunas bandas Rossi decide seguir el camino solista, casi como un ninja de la puna opta por hacer una serie de viajes hacia la profundidad salteña y comenzar a componer lo que sería luego el disco Iruya Chica Noise: “En Iruya consigo un laburo en un hostal y me voy a hippear, me remilflasié con ese lugar y volvía cada vez para quedarme más tiempo. En el 2010 me quedé un tiempo largo, también el 2012; ese era mi lugar en el mundo, donde no tenía que preocuparme. Ahí me di cuenta, me acepté a mí mismo como soy, lo que sé hacer, porque capaz que soy un inútil para otras cosas. La soledad, la nada, las montañas, todo eso está en el disco. Venía de cosas más minimalistas, como Norteniadecolado y Cinco Movimientos Pelviculares, disco que ya tenía algo del Chicha Noise, pero quería hacer algo más complejo, entonces quería mezclar un sonido más norteño, bizarro, de carnaval con una cosa más contemporánea, académica. Dos temas no tienen partitura, todos los demás sí. Cada sonido estaba donde quería que esté, una mezcla de electrónica con orquestación, con ruidos…”.
Tras la soledad de la puna, Rossi vuelve al valle y arma junto a Adrián Moroni y Roberto Maza lo que termina siendo uno de los experimentos más raros en la música contemporánea salteña: El Transcurso en la Ubre, una especie de ensamble que tiene la capacidad de sacar de quicio tanto como hipnotizar al escucha, todo tal vez en una misma canción. Esta idea “surgió cuando vivíamos en una salita, un estudio de grabación en la Vicente López arriba y ese era un aquelarre, una juntadera y ahí grabamos Rana Amazónica del Despertar Divino y nos largamos a tocar en vivo. Eso era un poco más libre, más simple y experimental. Tratar de hacer música con instrumentos no convencionales como machetes, juguetes, una maquinita de coser, taladros, etc”. En las presentaciones en vivo de la banda eran comunes ciertas extra-vagancias a las que el público local no está tan acostumbrado, Migue se acuerda de la vez que tocaba la guitarra con un bollo en la Plaza 9 de Julio o cuando en medio de una tocada en un bar de la Balcarce alguien optaba por pelar una palta, hacerla puré y comerla en el escenario ante el estupor del público que no sabía si tirarles una birra por la cabeza o aplaudir ante tamaña genialidad. “La música era una excusa para presentarse y hacer una performance de algo. Era muy gracioso porque la podíamos disfrazar como que estábamos haciendo algo muy intelectual y en realidad estábamos pelotudeando. Siempre en esa línea, navegando en ese hilo, porque había cosas que nos pusimos realmente a componer, pero en vivo hacíamos lo que se nos daba la gana y hubo cosas que parecían que estaba re-compuestas pero en realidad eran del momento y le dábamos mucho lugar a la improvisación realmetne libre, sin estructura de nada, ni de armonía ni de ritmo ni de instrumentos ni de personas porque decíamos ‘algún día puede tocar el Transcurso sin que vaya ninguno de los tres y no pasa nada’”.
Ahora Rossi continúa con el rumbo solista y también integrando Librecuarteto, banda de jazz porque, según cuenta, “estás más viejo y te pinta el jazz”. Paralelo a este proyecto ha sacado lo que sería su 4º disco en solitario, componiendo, grabando y difundiendo de manera autogestiva Miniaturas Para el Ama de Casa: “Es un disco que busca la simpleza, lo contrario al Iruya Chicha Noise; porque en este caso la idea es minimizar todo, hasta la forma en que se pueda tocar, por una sola persona; es el único disco que lo puedo tocar entero yo solo. Además tiene mucho de la armonía del jazz, todo suena más melódico, no hay tanta disonancia para que sea ameno, más cálido”. Miniaturas además viene con un recetario de regalo, escrito también por Rossi, “son dos partes, la roja y la verde: la primera son recetas que uno le da a la otra persona. La otra es a la inversa, de la otra persona hacia uno”. Hasta ahora ha salido el formato digital de la primera parte que puede escucharse gratuitamente, el segundo disco estará disponible pronto y Migue planea para esa fecha sacar ambas partes en formato físico, con el arte de tapa y las recetas correspondientes.
En el caso de Iruya Chicha Noise y la difusión Migue cuenta: “hice contacto con un sello de Buenos Aires, Mainumby, y me dicen vendenos los discos y nosotros los repartimos, y les digo no que lo compartan nomás y hagan lo que quieran, aunque era un laburo grande lo decidí compartir así nomás. Y era que ellos iban a hacer el físico, pero no me llegó nunca”. Entonces opta por ser él quien maneje todos los pasos, desde la creación y la grabación hasta la difusión. “Nunca se me ocurrió pagar para hacer un disco, porque de la forma que yo lo hacía, sampleando, usando muchas máquinas, teniendo las partituras en MIDI no me hacía falta grabar con un súper micrófono, ponele, sino que con lo que yo tenía me bastaba” y agrega: “Las cosas que yo hago espero que algún momento les lleguen a la gente y les sirvan para estar bien o para estar para el aca. En Salta no te queda otra que la autogestión si no transás con Cultura o el Gobierno, tampoco hay forma que lo que yo hago les interese y no es mi intención hacerlo; entonces no queda otra que distribuirlo yo porque creo que es el camino más sensato que uno puede tomar”.
“Ahora la gente que está produciendo se lo está tomando más en serio lo que hacen, antes los que hacían música como diciendo ‘mirá yo hago esto’, pero ahora ya no es así. De alguna manera estamos más conscientes de lo que hacemos. Hay que ver hacia dónde vamos, si nos vamos a quedar con lo que ya hemos hecho o qué. Ta’ bueno el rock pero ya la gente va para gustos más personales. Hacia un nuevo paradigma”, reflexiona Rossi acerca del rumbo actual de la música local: “En el folclore ocurre algo muy choto. En un tiempo los poetas eran respetados en ese ámbito y los músicos cuando querían ponerle letra los buscaban y ahora es como que les chupa un huevo y eso te termina dando las letras más horribles. No podés ser tan vacío de corazón como para escribir el Baile de la llama. El típico folclorista de pelo largo y barba candado es una persona ignorante de todo lo que sucede alrededor del arte y se dedica a ser famoso. Me hace cagar de odio porque tengo amigos grosos que tienen que por laburar se van a tocar con los folcloristas, porque dos tipos que se encuentran en la casona del molino deciden armar un grupo una noche y los llaman a los pibes de la escuela de música que como necesitan guita les tiran chauchas y se van a prostituir en el Cosquín”.
Rossi se viste de oráculo y teniendo en cuenta las producciones actuales de gente que ronda los 30 años como él, plantea que “las generaciones que vienen van a tener el respaldo de los que ahora ya están haciendo cosas, ya sea en música, literatura o pintura. Por más que los que ahora producen lo están haciendo a los tumbos, pero los pibes que vienen ya están respaldados. El que se anima a hacer algo nuevo sabe que va a ser bastardeado pero también sabe que va a dejar una marca para que el otro la siga. Por eso los que vienen van a hacer cosas más zarpadas”.