La escalada de repudios a los dichos del candidato a senador de Juntos por el Cambio en contra de una fiscal lo empujó a pedir disculpas en dos oportunidades. Entretelones y consecuencias de un nuevo y descomunal derrape del «cadete de los salteños».
Los estudiosos del lunfardo clásico se baten hasta el día de hoy en jugosas discusiones respecto del origen y etimología de vocablos y expresiones utilizadas cotidianamente. De allí que un concepto o palabra determinada pueda ser el desencadenante de una multiplicidad de historias y procesos. Si habría que seleccionar el término que marcó a fuego la semana política que concluye en Salta, sin dudas fue el de «atorranta».
Su aplicación femenina, claro está, difiere en parte del masculino «atorrante», cuyo origen algunos atribuyen a los menesterosos del Río de la Plata en la segunda mitad del S XIX. La leyenda popular marca que el vocablo deriva de la inscripción impresa sobre los gigantescos caños de desagüe pluvial acopiados al costado de las vías del tren, que muchos de ellos usaban como refugio: «A-Torrant». Algunos refieren que era el nombre de la empresa contratista francesa encargada de proveer los materiales para la instalación del sistema de alcantarillado, otros alegan que pudo haber sido la indicación de que por allí correrían torrentes de agua (torrents, en francés). No obstante, los primeros registros escritos del término datan de una década antes de las primeras obras de desagüe en el país. En ellos, se alude al atorrante como aquel que «torra», teniendo este término distintas acepciones. En su libro «Memorias de un vigilante», de 1897 Fray Mocho escribe: «Este es el atorrantismo, la vejez miserable del arte: son los arrestos frecuentes, los días sin comida, las condenas por cincuenta centavos».
En el bagaje literario de su más reciente usuario, el macrista Martín Grande Durand, la palabra «atorrante» alude apenas a un «americanismo que significa vago, holgazán, desvergonzado». No obstante, las polémicas lingüísticas resultaron insignificantes en virtud del escándalo político y judicial que la referencia disparó.
Como se sabe, en una entrevista radial el diputado nacional decidió referirse sin que se lo pregunten a la fiscal de Derechos Humanos Verónica Simesen de Bielke. Lo hizo en el marco de la polémica desatada por el ministro de Seguridad Juan Manuel Pulleiro, quien acusó a la funcionaria de tener «animosidad» en contra de los uniformados denunciados por torturas, vejámenes y abusos. Aunque la defensa de policías violentos no hubiera desentonado para nada con el discurso bullrichista de Grande Durand, la arremetida se enmarcó en el papel de Simesen de Bielke durante las investigaciones de la causa Huergo: «Vamos viejo, haceme el favor, no me la pongas de ejemplo. Me parece a mí que es una atorranta, mirá».
La espiral de repudios comenzó vía Twitter, siguió en los diarios, más tarde en el INADI y finalmente en la justicia. Uno de los primeros en reaccionar fue el ministro de Gobierno Ricardo Villada, quien se había mantenido en silencio cuando las afrentas provenían de su par en la cartera de Seguridad. «Mi solidaridad con la fiscal @veritosimesen… Los descalificativos machistas vertidos por un Diputado Nacional son intolerables pues constituyen claramente una forma de violencia contra la mujer. Habrá recibido @MartinGrandeok capacitación en el marco de la ley Micaela?», se preguntó.
La ola de reprobación fue cobrando cuerpo al punto de que el legislador se vio obligado a ensayar una tímida disculpa pública. «No fue la palabra más adecuada», se excusó.
Para entonces, la fiscal Simesen ya había presentado las denuncias correspondientes en la delegación Salta del INADI y en la justicia formal. “Además de desempeñarse como Diputado Nacional, el Sr. Grande también se desempeña como comunicador social, a través de su programa de radio, por lo que la violencia mediática ejercida sobre mi persona, resulta latente”, indica la denuncia. La fiscal solicitó a la Justicia que intime al diputado “a abstenerse de ejercer actos de violencia verbal y el cese de actos de intimidación” hacia ella, que “se le imponga la obligación de capacitación en relación a lo dispuesto por la Ley Nro 27.499”, es decir, la capacitación en género dispuesta por la ley Micaela para funcionarios públicos. Simesen también requirió que Grande se abstenga de “publicar, difundir y/o vitalizar información, imágenes, expresiones descalificares y todo tipo de contenido que afecte” su integridad, dignidad, buen nombre y honor, y que suprima “información, imágenes, expresiones descalificares y contenido” agraviante hacia ella que haya compartido por redes sociales.
Acting republicano
Hasta no hace mucho tiempo, Grande Durand pretendía erigirse en espadachín de la oposición en contra de lo que su espacio político denomina los superpoderes del ejecutivo nacional. La reforma del Ministerio Público propuesta por el oficialismo, representa para el legislador, un avasallamiento del gobierno de Alberto Fernández al trabajo de los fiscales. No pasó mucho tiempo hasta que le hicieran notar lo alevoso de su doble discurso.
Si de algo sirvió el alboroto, además de para dar a entender que hay ciertas expresiones que a estas alturas ya no se toleran, fue para traer nuevamente al debate la causa de las llamadas «facturas apócrifas». Debate que, claramente, Grande Durand no sabe cómo encarar, puesto que cada vez que abre la boca, suelta un racimo de frases conspiranoicas. El legislador macrista llegó al absurdo de imponer su preocupación por el tema en el congreso de la Nación ante la mirada desconcertante de sus pares, que en ese momento descubrieron que no era mudo.
El derrape de Martín fue tal que envalentonó hasta a los menos acreditados, y personajes como Andrés Costas Zottos sintieron que les daba el piné para mandar a laburar a alguien. «Está claro que en el Congreso mientras algunos trabajamos en las comisiones otros se dedican a boludear por Twitter. Pero, como el tiempo es el bien más escaso, no hay ni un segundo que perder en el juego de sus frustraciones y fracasos», Expresó Zottos paradójicamente a través de Twitter.