Fue el trabajo de las feministas chicanas, de las feministas no blancas o feministas de color quienes empezaron a pensar los asuntos de raza y género, y quienes comenzaron a desentrañar los límites del feminismo eurocéntrico. (Andrea Sztychmasjter)
“¡Despertemos! ¡Despertemos Humanidad! Ya no hay tiempo. Nuestras conciencias serán sacudidas por el hecho de solo estar contemplando la autodestrucción basada en la depredación capitalista, racista y patriarcal”. (Berta Cáceres)
Enrique Dussel es reconocido como uno de los pensadores latinoamericanos que tempranamente pudo poner en foco la situación de la mujer como categoría de los otros excluidos, pero fue específicamente el trabajo de las feministas chicanas, de las feministas no blancas o feministas de color quienes empezaron a pensar los asuntos de raza y género, y quienes comenzaron a desentrañar los límites del feminismo eurocéntrico. En este sentido el feminismo latinoamericano puede reconocerse en una posición subalterna respecto a los feminismos europeos y norteamericanos, pero también al interior del propio pensamiento latinoamericano, que muchas veces desconoció e invisibilizó las epistemologías del feminismo y sus aportes a la teoría crítica.
Aunque en los últimos años pensadores del grupo MCD han avanzado en trabajos desde una perspectiva de género, sin embargo han sido las teóricas y las propias militantes feministas quienes le han ido dictando los pasos, tal como lo explica Arturo Escobar (2003): “Para hablar sobre Latinoamérica; el hecho mismo de que el sexismo continua siendo uno de los problemas más penetrantes y aparentemente intratables de las sociedades latinoamericanas sería razón suficiente para comprometerse con el feminismo. Las feministas latinoamericanas han indicado el hecho de que las mujeres son también el Otro de la modernidad”.
Feminismo chicano, a veces llamado Xicanisma, es un grupo de teorías y movimientos sociales sobre la participación de la mujer méxico-estadounidense. Movimiento de mujeres contra la hipermasculinización de los líderes chicanos (hombres que en diversas narrativas han sido presentados con un prominente tono heroico).
Teniendo en cuenta los aportes feministas es que por ejemplo el semiólogo Walter Mignolo tomó el concepto de “pensamiento fronterizo’ propuesto inicialmente por Gloria Anzaldúa en su libro “Borderlands/La frontera: The New Mestiza” (1987). La autora chicana reforma conceptualmente “la frontera como un ámbito de debate” sobre la resistencia identitaria de los individuos que viven en los límites fronterizos de los países. En este tipo de espacio, emerge el pensamiento fronterizo tanto desde la subalternidad como desde la hegemonía abierta a la colonialidad; sobre todo, la autora señala que los chicanos vivían al menos en dos sistemas, dos pensamientos, dos almas, varias conciencias y lenguas, tanto en México como en Estados Unidos. Refiere Mignolo (2003) en Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo:
“Pienso que <el paradigma otro> está en consonancia con el pensamiento crítico de las <mujeres de color> (Aldarzúa, Alarcón, Moroga, Mohanty, etc). Veo en este pensamiento crítico un cruce entre raza y género en el que se anuda la colonialidad, ausente en el pensamiento feminista posmodernista noratlántico. Y, de más está decir, opuesto al paradigma neoliberal y sus variantes”. Por otra parte retomando los aportes de Aníbal Quijano y su conceptualización de la “colonialidad de poder” y la idea de raza como eje fundamental de la experiencia básica de la dominación colonial y como modo de otorgar legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista es que la filósofa María Lugones en “Colonialidad y Género” (2008) va más allá de esta idea al entrelazar la producción de raza y género. Partiendo de la base propuesta por Quijano, Lugones en primer lugar realiza algunas críticas al autor en su análisis de la intersección de raza y género, entre ellas se encuentran:
*Quijano concibe la intersección de raza y género en términos estructurales amplios. *Su análisis sigue enclaustrado en el determinismo biológico y en la lógica femenina reproductiva y privada. *Supone que la disputa por los recursos se da entre varones. *Naturaliza la heteronormatividad. *Reduce el género a la organización del sexo, sus recursos y productos.
Para avanzar con el análisis la autora propone «el sistema moderno-colonial de género» para hacer visible la disolución forzada y crucial de los vínculos de solidaridad práctica entre las víctimas de la dominación y explotación que constituyen la colonialidad:
“Entender el lugar del género en las sociedades precolombinas nos rota el eje de compresión de la importancia y la magnitud del género en la desintegración de las relaciones comunales e igualitarias, del pensamiento ritual, de la autoridad y el proceso colectivo de toma de decisiones, y de las economías”. Específicamente la propuesta de la autora es que el género debe ser entendido como una construcción cultural, como principio ordenador de la colonialidad, y concebido como un constructo colonial al igual que la raza. Basándose en aportes de las feministas Oyéronké Oyewùmi4 sobre la sociedad Yoruba y de la antropóloga Paula Gunn Allen5 que señaló que muchas comunidades tribales de nativos americanos eran matriarcales y reconocían positivamente tanto a la homosexualidad como al lesbianismo y entendían al género en términos igualitarios, Lugones afirma que las sociedades indígenas no conocían el género antes de la intromisión europea.
“La estrategia del pensamiento colonial se basó en destruir el poder femenino, su valor social y su poder comunitario, su subjetividad y su cuerpo. ¿Por qué? Porque allí residía la capacidad de la sociedad nativa de tejer su red social y, por lo tanto, la potencia de su resistencia. Así, el plan sistemático incluyó la negación de toda autoridad política femenina, su poder de hacer y de hablar por la comunidad, sus representaciones en el imaginario mítico-religioso, su saber productivo y su memoria cultural, reduciendo su identidad a un cuerpo que se debía violar para ratificar, sellar y consagrar la humillación necesaria para el éxito de toda la operación. Pero ese imperio del mal fue posible también y sobre todo, porque contó con la complicidad del masculino local, seducido o, mejor dicho, dominado por la quimera de que los tiempos del conquistador eran los tiempos del macho de allá y de acá”.