Por Alejandro Saravia
“Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?” Con esta frase contenida en su única novela, Il Gattopardo, considerada como una de las obras literarias más importantes del siglo XX, Giuseppe Tomasi di Lampedusa pasó a la eternidad en el edén de los escritores célebres. “Se vogliamo che tutto rimanga iguale, tutto deve cambiare”.
La cita original expresa la siguiente contradicción aparente:
«Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».
«¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado».
«…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está».
Cuando el gobernador Gustavo Sáenz alude a la reforma constitucional circunscribiéndola a la limitación a solo una de las reelecciones en todos los cargos electivos, puede estar, voluntaria o involuntariamente, conduciendo a las instituciones provinciales a una paradoja semejante a la descripta en la famosa novela que citáramos al comienzo. Es decir, a una situación conocida en la jerga de la teoría política como “Gatopardismo”. Si queremos que todo siga igual, es preciso que todo cambie.
Cuando se habla de una reforma constitucional el imaginario social vuela a ese cambio total; pero cuando se la limita a lo propuesto, todo seguirá igual.
En efecto, Gustavo Beliz, Secretario de Asuntos Estratégicos del gobierno nacional, una de las pocas personas que merecen confianza sin grietas, aseguró en estos días, en una disertación en Roma, en presencia de los principales involucrados en nuestro marasmo financiero, que “…América latina es la prueba viviente de que la teoría económica del efecto derrame no funcionó». «Pero tampoco la teoría democrática del derrame funcionó», advirtió al subrayar que en la región los procesos democráticos son cada vez más percibidos como mecanismos que enriquecen a las élites pero que empobrecen a los ciudadanos de a pie.
Esta última parte de la cita, que alude a que en América Latina, las elites políticas se enriquecen mientras los pueblos son cada vez más pobres, es algo que hace tiempo venimos sosteniendo y que la reforma constitucional propuesta, si se limita a lo dicho, no habrá de solucionar sino que, por el contrario, a lo sumo, multiplicará por 2 o por 3 a esas élites enriquecidas y el pueblo seguirá, cada vez más, sumido en la pobreza.
Y, acá, no se trata de sumar enriquecidos ilegítimamente, se trata de que no existan más.
El propio Perón, líder de los que nos gobiernan en la provincia desde 1983, lo sostenía cuando decía, socarronamente, que todos los hombres son buenos pero que, si se los controla, son mejores.
Si no se reforma rotundamente la dinámica de todos los órganos de control, seguiremos igual. Se reformará la Constitución para que todo sea lo mismo. Gatopardismo puro. Sólo que se enriquecerán unos cuantos más…
Cuando nos referimos a órganos de control mencionamos a la Legislatura provincial, la que por medio del artilugio del valor dispar del voto sigue consolidando un sistema político de hegemonía de un solo partido, por más que, como los gatos, parezcan pelearse cuando se están reproduciendo.
Hablamos de la Corte de Justicia, distorsionada en su cúmulo de facultades, para cuyo acceso priman los intereses políticos más que la idea de mérito y control. La misma propuesta de incrementar su número de 7 a 9 miembros es un ejemplo de ello. Ese incremento, cuando sus facultades han sido reducidas -ya no es un tribunal de casación penal- y deberían reducirse –no debería ser más tribunal de apelación en lo contencioso administrativo ni de amparos- es sólo un mero escamoteo a las bondades que debería ofrecer la aludida reforma. La Corte debe ser un tribunal de control constitucional, para lo que se necesitan hombres de prestigio, atalaya de real independencia. Al mencionar la Corte de Justicia aludimos también al Consejo de la Magistratura y al Jurado de Enjuiciamiento, que caen, ambos, en su órbita de influencia.
Nos referimos a la Auditoría General de la provincia cuyo control es nulo. No existe más que para un eterno simulacro. El hacer como sí.
La democracia por definición es/debe ser un sistema virtuoso. En donde todos tengan igualdad de oportunidades, pero que a los cargos públicos lleguen los mejores, no los amigos. De no ser así, la decadencia es el destino. Y ahí estamos…