Mientras la empresa responsable de la limpieza en la ciudad se lleva cerca de 10 millones de pesos diarios, cientos de vecinos de la zona sureste exponen su vida para recolectar alimentos y otros materiales. Dos caras de una realidad deliberadamente escondida por el estado.

Nicolás Bignante

El 3 de marzo de este año, José Marcelo González de 33 años falleció en el Vertedero San Javier al ser aplastado por una máquina mientras buscaba chapas y cartones. Había vuelto a Salta meses atrás desde Buenos Aires y, al igual que muchos padres y madres de familia de la zona sureste, sobrevivía recolectando material para reciclar y hacer unos pesos. Su muerte conmocionó a todo el barrio San Ignacio, donde vivía junto a su hija y su abuela, y al día de hoy sólo se encuentra imputado el conductor de la aplanadora. 

El hecho traído a la memoria conecta hasta en los más mínimos detalles con el reciente fallecimiento de Facundo Velas. El joven de 21 años encontró la muerte en idénticas condiciones que González el pasado fin de semana. Según relataron los vecinos presentes aquel sábado por la mañana, Velas se encontraba durmiendo en el momento que un maquinista lo pasó por arriba sin advertir su presencia. 

El trágico hecho es investigado por el fiscal penal del distrito centro, Leandro Flores y tuvo resonancia en la última sesión del Concejo Deliberante capitalino. Los ediles recordaron que, con la última actualización de precios, los desembolsos del municipio a la empresa de higiene y recolección de residuos alcanza los $ 10.604.706,00 diarios. Una cifra que, además de ridícula, no se corresponde con el servicio que la empresa ligada al romerismo brinda en materia de tratamiento de residuos. La saenzista Carolina Am, denunció que «Agrotécnica Fueguina solo quiere colocar un alambrado en el cual se gastan millones y millones, siendo que la empresa se lleva un tercio del presupuesto municipal». Por su parte, José Gauffín se mostró preocupado porque “la Municipalidad no audita ni controla a sus propios contratistas, tampoco tiene profesionales competentes en el área. Deben preocuparse para que haya condiciones mínimas de seguridad como por ejemplo poner alguien de guardia en el lugar para evitar más accidentes”. Al coro de denunciantes se sumaron otras voces como la del siempre oportunista Martín Grande, otrora bettinista, ahora enfrentado a la jefa comunal en la verecunda interna de Juntos por el Cambio. Tal vez el elemento común entre todas las voces sonantes tras el desgraciado hecho, es que nadie o casi nadie parece dispuesto a indagar sobre las condiciones materiales que llevan a cientos de personas a abalanzarse sobre los desperdicios para hacerse del sustento diario.

Revolver para comer

Cecilia lucha desde hace meses por un terreno en la zona sureste. El pasado jueves, junto a otras 61 familias fueron desalojadas del predio que ocupaban en inmediaciones del basural por efectivos de infantería. En el asentamiento San Javier, como lo bautizaron, son varias las personas que subsisten por la recuperación de materiales y alimentos del sumidero. En diálogo con Cuarto Poder explicó que: «Ellos (por los recicladores) trabajan en varios turnos y uno de esos es a la noche. Entran a las 22 y salen a las 7». Entre los que trabajaba en ese horario se encontraba el joven Facundo Velas.

En cuanto a los vecinos que ingresan de manera informal, Cecilia recalca que van cada día entre 30 y 40 personas, dependiendo la hora. Ella integró esos grupos en algunas oportunidades y aclara que no están organizados en cooperativas, simplemente acceden en momentos en los que se descargan camiones provenientes de supermercados o corralones. Todo ante la atenta y rigurosa vigilancia de los guardias. «Hay de todo, no te podés imaginar lo que tira a la basura la ciudad de Salta», comenta. «Hay días que viene el camión del Corralón ‘El Amigo’ y tira inodoros, juegos de baño, de esos que están un poco rotos. También cemento, cal, cerámicos… Uno puede sacar los cerámicos y los va uniendo para hacer un buen piso. Yo tengo el piso de mi baño hecho con esos cerámicos rotos. El que sabe reciclar lo usa», detalla. 

Los niños no pueden entrar al predio, por lo que muchos de ellos esperan a sus padres en las inmediaciones del basural. En más de una ocasión, Cecilia asegura haberlos visto recolectando restos de acero de silicio de las baterías, o lo que se conoce como las E de chapa. «Cuando le pregunté a una nena qué estaba haciendo me dijo: ‘yo las junto porque mi mamá se las vende a Metalnor y con eso compra una leche». La tonelada de acero de silicio cotiza a US$ 1.459,00. Se utiliza para fabricar núcleos de transformadores de alta eficiencia y electroimanes. La empresa denunciada en Cerrillos por contaminación, sin embargo, paga a los recolectores del material el equivalente a una caja de leche en polvo.

Comida tirada a la basura

Mario es otro de los vecinos del asentamiento San Javier que asiste asiduamente al vertedero en busca de alimentos. Explica que a la noche trabajan los que reciclan y sacan plástico, botellas y cartones. Los que buscan comida lo hacen de día entre las 9 y 11 de la mañana.

«Cuando viene el camión del Jumbo son un montón los que entran a buscar comida. Hay una fábrica de papas fritas que tira los días lunes y viernes cualquier cantidad de paquetes. Ahí agarramos y sacamos papas fritas», relata. En la mayoría de los casos, asegura que la mercadería está en buenas condiciones, pero deben asegurarse de recogerla antes de que la máquina de la vuelta. «Ahí ya no podemos porque se mezcla con el barro y tiene el olor de los químicos que se le hecha a la basura», añade. 

Los motivos por los cuales las empresas de alimentos se deshacen de una importante cantidad de lotes son variados. En algunos casos se trata de productos rotos o aplastados. En otros, simplemente tienen errores de impresión o confección de los envases. Sin embargo, se suelen recoger también productos vencidos o que han perdido la cadena de frío, con todo lo que eso conlleva. 

«Ni bien está bajando empiezan a sacar. Después cada uno agarra su bolsa. Los super tiran de todo: quesos, yogures, legumbres, carne y pollo. La carne suele venir en bolsas abiertas. Nosotros no levantamos nada que esté abierto o en mal estado, pero hay gente que tiene mucha necesidad y si levanta», comenta Cecilia. 

Como cada síntoma de la crisis económica, la concurrencia de familias enteras al basural se acrecienta en tiempos de desempleo, inflación y caída de los salarios. Se trata de una realidad cuidadosa y meticulosamente ocultada por los gobiernos de turno. De hecho, filmar o documentar cualquier situación adentro del sumidero es una odisea riesgosa. Decenas de guardias custodian celosamente que ninguna de las personas tome imágenes dentro del predio. Al parecer, para la empresa que embolsilla más de $10 millones por día, lo único que está permitido entre la basura es morir. Morir buscando comida.