Por Milagro Del Valle Ibarra

Sabemos los efectos y riesgos de las pantallas en las primeras infancias sin un uso adecuado y regulado por un adulto. Esto ubica al niño/niña sin poder tomar otras experiencias. En tiempos de vacaciones y descanso, debemos ofrecer a los niños y niñas otras oportunidades que no estén vinculadas a las actividades escolares, y somos los adultos quienes debemos mirar y seleccionar las ofertas y propuestas. El niño/niña por sí solo no puede ver el mundo que lo rodea sin la presencia de un «otro», y este «otro» en distintas situaciones del infante es quien aproxima las posibilidades recreativas. En épocas de vacaciones, lo conveniente es buscar momentos y espacios que propongan actividades recreativas, sociales y placenteras, distendidas donde el «tiempo de jugar» sea la materia prima. Existente talleres de artes muy interesantes que ponen en juego la exploración visual y la creatividad con distintos materiales dirigidos por especialistas del área. También están los talleres de música y teatro, que pueden ser propicios para este momento de vacaciones. Es bueno recordar que el tiempo de descanso en las infancias es necesario, y el descanso implica poner una distancia, al menos por un tiempo, con lo escolar y las pantallas. Los parques, plazas y paseos son una buena alternativa para jugar o leer un cuento al aire libre.

Los niños y niñas necesitan más el juego que las pantallas, más el encuentro con los demás que los pone en juego y a jugar que los momentos de pasividad frente a la pantalla. Las prácticas lúdicas permiten desarmar los «efectos de esta época de pantallas», como afirma nuestro querido Daniel Calmels (psicomotricista y psicólogo). Lamentablemente, en algunas ocasiones, se han instalado en las escuelas como un modo más de la rutina diaria, de forma inversa debido a muchos factores, como la pandemia. Lo que debe preocuparnos a los adultos es que no se promueva el juego en los espacios destinados a las infancias. A diferencia de las pantallas, que producen irritabilidad, tensión y fatiga, el juego espontáneo desarrolla el interés y la creatividad, pone en orden la musculatura infantil y genera cansancio, ganas de descansar y dormir, según Calmels.

En relación a los ambientes educativos, sabemos que las ofertas son amplias, pero no todo lo que se «ve» en un espacio puede estar acorde a las necesidades de los niños. Me refiero al uso adecuado de los recursos que disponga el espacio, y en eso debemos detener la mirada. Si la propuesta es recreativa, que se sostenga y no termine siendo una prolongación de los momentos de una jornada pedagógica. Diseñar o crear un espacio para el desarrollo de las prácticas lúdicas no requiere de grandes o costosos objetos; podemos incluir cajas de distintos tamaños, mantas, pelotas y globos, entre otras opciones. Además, debemos tener en cuenta que el espacio esté organizado previamente y no represente un peligro para evitar accidentes o riesgos. Recordemos que el «tiempo de jugar es el mejor»; ofrezcamos ese tiempo a nuestros hijos, sobrinos, amigos y vínculos. Es preciso, en algunos momentos de nuestras vidas, que alguien nos introduzca en el juego y nos acompañe.